Si aceptamos esa concepción del mundo, Estados Unidos tendría derecho a invadir países latinoamericanos cuando no le gusten sus gobiernos. Y Estados Unidos podría teóricamente reconocer la independencia de una potencial zona separatista en Yucatán, México, y enviar allí sus tropas.
Vladimir Rouvinski, un experto en Rusia que dirige el Laboratorio de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad ICESI en Colombia, me dijo que Rusia se sentiría perfectamente cómoda dividiendo el mundo en bloques geopolíticos encabezados respectivamente por Estados Unidos, Rusia y China.
“Desde la perspectiva de las élites rusas, el mundo ideal sería uno dividido en esferas de influencia”, me dijo Rouvinski. “Ucrania, Bielorrusia e incluso las repúblicas de Asia Central pertenecerían a la esfera rusa, y América Latina sería una zona de influencia exclusiva de los Estados Unidos”.
Agregó que Rusia ahora está jugando un “juego de reciprocidad” al aumentar su presencia en América Latina, como respuesta a lo que Putin dice son movimientos ofensivos de Estados Unidos y la OTAN en Europa del Este. Bajo esta lógica, Rusia está diciendo: “Si Estados Unidos aumenta su influencia en Europa del Este, nosotros haremos lo mismo en América Latina”.
El jueves, horas después de que Rusia invadiera Ucrania a pesar de las afirmaciones previas de Putin de que no lo haría, el presidente mexicano Andrés López Obrador habló sobre la paz mundial y la necesidad de una resolución pacífica de la crisis, pero sin criticar el ataque de Rusia.
El secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, tuiteó que “México rechaza el uso de la fuerza” y “reitera su llamado a una salida política al conflicto”.
Fueron declaraciones increíblemente insulsas en momentos en que las bombas rusas caían sobre Ucrania. Y fue especialmente lamentable, porque México es un miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, como era de esperar, se pusieron del lado de Putin y —esto no es broma— culparon a Estados Unidos por crear esta crisis.
Colombia, Brasil y Uruguay, por otro lado, criticaron a Rusia por su nombre y la llamaron a cesar su ataque injustificado a Ucrania. Asimismo, el presidente electo izquierdista de Chile, Gabriel Boric, tuiteó —un aplauso para él— que “Rusia ha optado por la guerra como medio para resolver los conflictos”, y que “desde Chile condenamos la invasión a Ucrania”.
Argentina, cuyo presidente Alberto Fernández había visitado Moscú a principios de mes y le ofreció a Putin convertirse en “una puerta de entrada” de Rusia a América Latina, pidió a Rusia “cesar las acciones militares”, pero sin condenar abiertamente la ofensiva de Putin.
No hay excusa para que ningún país no condene la invasión de Putin a Ucrania, y mucho menos para que políticos estadounidenses como el desastroso expresidente Donald Trump elogien al dictador de Rusia, como lo ha hecho.
Putin afirma que Ucrania estaba a punto de unirse a la OTAN y que esto supondría una amenaza para Rusia. Pero el hecho es que Ucrania no se ha unido a la OTAN, y ni la OTAN ni Ucrania habían invadido Rusia.
Al lanzar una invasión no provocada de un país soberano, Putin ha quebrado la base del derecho internacional desde la creación de las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial: que las disputas territoriales deben resolverse por medios pacíficos.
Hay docenas de disputas territoriales sin resolver en todo el mundo, incluidas las que existen entre China y Taiwán, Corea del Sur y Corea del Norte, Colombia y Venezuela, y Argentina y Chile. ¿Vamos a empezar a invadirnos unos a otros ahora?
La idea rusa de “esferas de influencia” destruiría el derecho de los países pequeños a existir y a decidir democráticamente su futuro. Es una amenaza para el orden mundial, y para la paz mundial.
Por Andres Oppenheimer
Fuente: EL NUEVO HERALD