La mentira de Rojas Vade pasó de largo porque estaba inmersa y era totalmente funcional a otra mentira más grande, algo así como una “Matrioska” de mentiras; el relato de Chile como un país primitivo y estancado y el más desigual del planeta.
Justo cuando creían que habían exorcizado para siempre su fantasma, Rojas Vade vuelve remecer la auto estima de la convención. Está claro que su “regreso” no es espontáneo sino una movida política ideada por sectores extremos de la convención que buscaban forzar su reemplazo por un compañero de la Lista del Pueblo y así recuperar un voto que podría ser crucial, maniobra que no les resultó.
Rojas Vade sabe que con su presencia reabre una herida muy dolorosa que daño irreversiblemente el prestigio de la convención y por eso puso como condición de su renuncia que se permita el reemplazo, cosa que no ocurrirá.
Pero más allá del tema puntual de su renuncia es importante analizar cómo es posible que una persona de las características de Rojas Vade logre transformarse en un ícono de una revuelta social y posteriormente en líder de la convención llegando a integrar su primera Mesa Directiva.
No olvidemos que este personaje se paseaba semi desnudo a pata pelada, sin cejas ni pelo en su rostro, con parches pegados a sus parietales con frases escritas que decían “justicia” o “grita libertad hasta que sangre su garganta”, mostrando un catéter pegado a un costado del pecho, que como dijo una enfermera oncológica “era algo muy raro tener un catéter central al aire ya que está debajo de la piel” y que “no se manda a ningún paciente a su casa con cables colgando”.
En un primer momento, después que La Tercera informó que todo el asunto de su cáncer era una vil mentira, la reacción inicial de muchos convencionales fue prestarle ropa, minimizando el tema hasta que “les cayó la chaucha” de que la pérdida de credibilidad (que venía de antes fruto de la forma cómo se estaba conduciendo la convención) sería irreparable; ahí se produce un giro y viene el repudio y la condena general como una forma de recuperar la confianza ciudadana perdida.
Rojas Vade pasó de héroe a ser a el “monstruo de la laguna”, como en la película de los años 50 que trata de una criatura humanoide de rasgos anfibios que vive en una laguna de aguas cristalinas; la manzana podrida, la excepción que confirma la regla. El pecado de Rojas Vade, como sabemos, fue mentir, faltar a la verdad, crear una realidad alternativa, un relato falso sobre su identidad y circunstancias.
Cómo se explica que nadie lo cuestionara, ni sospechara, ni siquiera aquellos cercanos que lo conocían bien; ¿que una falsedad tan burda y fácil de verificar sobreviviera tanto tiempo?
La explicación hay que buscarla en la narrativa engañosa, distorsionadora de la realidad que se usó para justificar la violencia durante el estallido y que contaminó a la convención y que hoy sirven de base para fundamentar algunas de las normas constitucionales que se están aprobando y la demolición sistemática de instituciones de la República como el senado y el ex Poder Judicial.
La mentira de Rojas Vade pasó de largo porque estaba inmersa y era totalmente funcional a otra mentira más grande, algo así como una “Matrioska” de mentiras; el relato de Chile como un país primitivo y estancado (no son 10 pesos sino 30 años), el más desigual del planeta; la teoría del “iceberg”, según la cual se combatía una historia de violencia social que se arrastraba desde la fundación de la república, en base a un proyecto oligárquico ejercido por poderes hegemónicos que instalan idearios que han favorecido a grupos minoritarios, sin considerar el auténtico bien común; y que por fin que se ha caído la máscara de un régimen que ha repetido hasta el cansancio que las cosas en Chile estaban bien.
Hay que reconocer que lo de Rojas Vade fue una genialidad (perversa, por cierto) porque al disfrazarse de enfermo terminal de cáncer se transformó en “testigo” del sufrimiento de muchos a manos de las deficiencias de nuestro sistema de salud; por eso los convencionales lo acogieron con los brazos abiertos porque encajaba perfectamente con su visión nihilista del estado de la república y era un aval de sus afanes refundacionales. Por eso nadie hizo el menor esfuerzo por averiguar la verdad y si no hubiese sido por la prensa todavía estaría en el púlpito.
Rojas Vade volverá a su ostracismo, pero el relato contrafactual llegó a la convención para quedarse aun cuando Gabriel Boric se vio forzado a reconocer, para poder ganar en la segunda vuelta, que el “relato” no era cierto.
En efecto, sigue habiendo un número significativo de convencionales que viven una realidad alternativa convencidos de que en Chile hay nueve pueblos originarios que merecen una justicia paralela, cupos reservados en el Consejo de la Justicia, directorio del Banco Central y en la futura Cámara plurinacional. Que ven la separación de poderes como funcional a la dominación de la burguesía y que permite a los empresarios controlar las instituciones y el aparato estatal y al Senado como el gran obstáculo para los cambios radicales que buscan imponer.
Se supone que la idea es tener una mejor constitución que fortalezca nuestra democracia, los derechos sociales, las libertades civiles, que promueva el progreso de toda la población, que facilite los acuerdos, que zanje definitivamente la cuestión constitucional y perdure en el tiempo. Pero eso no va a ser así mientras una mayoría de la convención siga aferrada a una idea irreal que choca con la realidad y prioridades del país. Para la cosa funcione bien habría que sincerar el diagnóstico, abandonar los mitos, hablar con la verdad y eso a estas alturas es pedir lo imposible.