Por Ulises Carabantes A.
Esta es una historia relacionada con la llamada “luz del conocimiento” que tuvo Europa a partir del siglo XIII, la Universidad de Salamanca, en España.
Como esta historia tiene que ver con la vida de los estudiantes universitarios de Salamanca en el siglo XVI, es necesario hablar de la ciudad de Salamanca. Por aquel tiempo quien se preciara de estudioso o erudito, debía estudiar en Salamanca, universidad fundada en 1218 por el rey Alfonso IX de León. Llegaban a Salamanca estudiantes provenientes de toda Europa, quienes tenían en las aulas a grandes profesores como Fray Luis de León, Francisco de Vitoria y otros, siendo la Universidad de Salamanca el faro de la intelectualidad de la época, con dos mil quinientos alumnos en los inicios del siglo XVI, en su mayoría de buena posición, aumentando la matrícula para el periodo de los años 1584 – 1585 a 6.778 alumnos.
En el portal de cada una de las escuelas de la Universidad de Salamanca se podía leer la siguiente frase: “Quod natura non dat, Salamantica no praestat”: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo proporciona”. Por excelente que fuera la formación, sin fuerza de voluntad, sin inteligencia, sin perseverancia ni buenas actitudes, estudiar en la Universidad de Salamanca no garantizaba nada.
Pero las tentaciones callejeras de la ciudad se tornaban irresistibles, siendo muy apropiada para definir esto, una de las célebres frases de Cervantes: “La senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio ancho y espacioso”.
Así, el que la universidad irradiara a toda Salamanca no significaba que tantos estudiantes se dedicaran sólo al retiro y al estudio. Los ímpetus de juventud hacía transgredir las normas, frente a las muchas tentaciones que aquella ciudad, faro del conocimiento, también entregaba.
Es necesario hacer un paréntesis para señalar que en 1543 llegó a estudiar a la Universidad de Salamanca un piadoso joven que se preparaba para contraer matrimonio. Aquel no era un muchacho cualquiera, era ni más ni menos que el heredero del trono de España, el futuro Felipe II.
El joven príncipe alarmado vio que los jóvenes estudiantes no sólo se dedicaban a estudiar, también eran maestros en disfrutar de la vida y las diversiones, el juego se daba en las tabernas y el gozo de las prostitutas no se disimulaba. La formación católica y piadosa del príncipe hizo exigir que en tiempos de Semana Santa, Salamanca, cuna del conocimiento y escuela del imperio, no se mostrara tan lejos de los principios católicos que profesaba el futuro rey. Se dispuso una manera para evitar que las prostitutas desarrollaran su trabajo cuando debía haber recogimiento religioso. De esta forma, a partir del miércoles de ceniza y durante toda la Semana Santa, las prostitutas deberían estar fuera de los muros de la ciudad, en la otra orilla del río Tormes.
Es necesario hacer un segundo paréntesis para señalar que la prostitución, como se dice la profesión más antigua del mundo, estaba regulada desde hacía tiempo. Desde los siglos VI y VII estaba normado el TRABAJO EN CASA, debiendo poner las prostitutas un ramo de flores en su puerta, incluso una rama, para dar a entender que ejercía su trabajo en casa. Una rama colgada en la puerta significaba “cuerpo a la venta”.
Incluso era un negocio para la polis, para cada ciudad, pues lo que establecía una “Casa de Mancebía”, los prostíbulos de hoy, debía pagar algunos maravedíes al ayuntamiento de Salamanca, un impuesto en torno al 15% de las ganancias. Al administrador de aquel negocio se le llamaba “El Padre de la Mancebía”, quien, para darle toda formalidad al negocio, era nombrado por el Cabildo. Pronto se le cambió el nombre a este administrador delegado municipal, de “Padre de la Mancebía”, comenzó a ser llamado “Padre Putas”.
La riqueza de los estudiantes que llegó a Salamanca creó todo un sistema de criados, taberneros y toda clase de sinvergüenzas y es así que en el siglo XVI, en paralelos a la fama intelectual que tenía Salamanca, era también considerada esta ciudad como uno de los grandes burdeles de Europa.
No obstante lo anterior, durante Semana Santa Salamanca debía lucir recatada y pulcra, por lo que las mancebas debían trasladarse al otro lado del río Tormes.
Pero la Semana Santa tenía su final y el día más esperado era el lunes inmediatamente posterior al domingo de Pascua de Resurrección.
Los jóvenes estudiantes amantes de la juerga, se reunían ansiosos a orillas del río Tormes, en una fiesta, pagana por supuesto, a la que llamaban “Lunes de Agua”. Aquellos estudiantes, deseosos de la generosidad de las mujeres que estaban al otro lado del río, engalanaban sus botes y barcas con flores y ramas y cruzaban el río acompañados del Padre Putas, para recoger a las prostitutas que sólo navegando podían volver a la ciudad, debido a que la ley imponía que no podían regresar a la ciudad caminando cruzando el puente, quienes no se hubiesen confesado y no hubiesen comulgado. En la ribera del lado de la ciudad se esperaba el regreso de los botes con su deseada carga, en medio del jolgorio, música, bailes, comida y alcohol en abundancia. Después de cinco días, Salamanca volvía a ser un gran burdel.
Con el paso de los siglos, mucha agua pasó bajo el puente del río Tormes y el desenfreno y promiscuidad de aquellos Lunes de Agua, fue desapareciendo, dando paso a una fiesta familiar a orillas del río.
El profesor de castellano don Manuel Montecinos, profesor del Liceo José Miguel de la Barra de Valparaíso y de la Escuela Naval, autor de la obra “La Literatura en el Mar Chileno”, escribió que el término “ramera” venía de Salamanca, porque los estudiantes tapaban con ramas a las prostitutas para cruzar el río Tormes, incluso durante la Semana Santa, eludiendo así la prohibición existente. Otros han señalado que el término “ramera” viene de los ramos o ramas que ponían en sus puertas las barraganas para señalar que “trabajaban en casa”.