Por Ulises Carabantes A.
En unos pocos días más se iniciará el mes de mayo, el que evidentemente está marcado para los chilenos como el mes del mar, por razones de índole histórica como también por la innegable vocación marítima que debe tener Chile.
Las razones de índole histórica son las gestas de Iquique y Punta Gruesa, acaecidas el 21 de mayo de 1879; hechos de guerra naval que marcarían en definitiva la llamada Guerra del Pacífico, la que vio enfrentarse a Chile en contra de los vecinos del norte, Perú y Bolivia. Dos combates navales que trazarían el rumbo de aquel conflicto con el sacrificio ofrendado a Chile en Iquique por parte del comandante Arturo Prat Chacón, cuya muerte volcaría al país hacia el combate en el árido desierto del norte y por otra parte, al sur de aquel puerto histórico, en Punta Gruesa, la hazaña del ladino capitán Carlos Condell de la Haza, quien teniendo bajo su mando un débil barquichuelo de origen español llamado Virgen de la Covadonga, doblegó a lo que podríamos considerar la mitad del poderío naval de Perú, haciendo encallar con hábil maniobra marinera y de guerra a la fragata blindada Independencia.
En cuanto a la vocación marítima que debe tener Chile, sus más de cuatro mil kilómetros de costas y la proyección antártica de nuestro país, así lo exigen.
Por lo tanto, mayo necesariamente tiene para todos los chilenos significado y valor marítimo. Pero en Atacama, además del salobre valor de nuestro mar, mayo también trae otro significado.
El 16 de mayo de 1832; cuando recién se iba acomodando la república, a una década de haber dejado de ser la España de ultramar políticamente dependiente de la España peninsular, fue descubierto el mineral de plata de Chañarcillo, por el arriero Juan Godoy Normilla, según cuenta la historia. Quizás no sólo para quienes han nacido en Atacama y para quienes vivimos en esta región de Chile, esta fecha y hecho debería tener un significado importante.
El mineral de plata de Chañarcillo creó grandes riquezas y nutrió las arcas fiscales prácticamente durante todo el siglo XIX. Chile no hubiese sido lo que fue durante aquel siglo de no haber existido el mineral Chañarcillo, el más grande mineral argentífero descubierto en el país. Y Atacama, por supuesto, tampoco hubiese alcanzado el desarrollo que logró. Atacama fue por aquella época la vanguardia en muchos aspectos, todo dado por el empuje e iniciativa de cada uno de sus hijos, todo dado por la libertad de desarrollar y emprender que cada uno tenía. Muestra icónica de aquello fue el ferrocarril de Caldera a Copiapó, el primero en Sudamérica, el primero en merecer ser llamado ferrocarril, con más de 75 kilómetros de trazado de vía y para movilizar carga y pasajeros. Con este medio de transporte, un viaje entre Copiapó y Caldera tomaba un tiempo de una hora y quince minutos, por aquella época. Hay manuscritos de aquellos tiempo que dan testimonio de esto. Un viaje entre Santiago y Valparaíso tomaba por aquel entonces dos días a lomo de animal o sobre una carreta. ¡¡Vaya diferencia que había!! Si hacemos la proporción con el tiempo que hoy toma un viaje por tierra desde Santiago a Valparaíso y un supuesto nuevo medio de transporte que se utilizara hoy entre Copiapó y Caldera, el tiempo que tomaría un viaje en éste sería de tres minutos y medios, aproximadamente. Esa era la velocidad relativa a la que se movían los copiapinos y calderinos en comparación con los habitantes de Santiago y Valparaíso.
Gran mes ha sido el mes de mayo para todo Chile y particularmente para Atacama.