Durante los últimos meses, al interior del concejo municipal de Copiapó hemos venido trabajando y analizando el Pladeco (Plan de Desarrollo Comunal). Se trata de uno de los instrumentos de orientación de crecimiento más relevantes para la ciudad y que se debe tramitar con la mayor responsabilidad posible por parte de nosotros los concejales.
Al revisar el texto propuesto por la actual administración alcaldicia, me encontré con la siguiente frase: El Copiapó que imaginas.
Días después, en la cuenta pública municipal, esta oración pareció alcanzar un mayor realce al ser postulada como el ícono de los avances, del trabajo y el gran desarrollo que ha alcanzado Copiapó en los últimos años, como si esa fuera la realidad con la cual conviven todos los habitantes.
En la vida siempre es bueno hablar de las cosas positivas, de los anhelos y proyectos a futuro, porque reflejan un camino trazado y objetivos a desarrollar, pero a veces centrarse únicamente en la parte ‘bonita’ de las cosas, puede significar una verdadera bofetada para las personas que sufren día a día con los problemas y la cruda realidad que no es reflejada oficialmente.
En la actualidad, la ciudadanía no está percibiendo esos cambios tan positivos que se enumeran en la cuenta pública o ese «Copiapó que imaginas» que se describe en el Pladeco, generando molestia y frustración.
Hoy, Copiapó se ha vuelto una ciudad poco atractiva, con calles sucias e inseguras. Existe escaso fomento al turismo y hemos perdido muchos espacios públicos que antes podían ser usados por las familias, niños y hasta organizaciones sociales, y todo, porque se ha ido haciendo vista gorda y normalizando un montón de situaciones irregulares. No hay preocupación por las áreas verdes y hasta la iluminación de barrios, plazas y puntos de encuentros, han pasado a un segundo plano.
Todos esperábamos con ansias que se normalizara la situación sanitaria para retornar a la cotidianidad, pero al salir de nuevo a las calles nos encontramos con una falta de seguridad abismante. Se nota la ausencia de fiscalización en las calles, lo que originó graves alteraciones para automovilistas o peatones con el tema de las carpas en la vía pública o los insultos de los limpiavidrios; hay la lentitud en la terminación de obras, como por ejemplo el verdadero drama que se vivió con los atrasos en los trabajos de los colegios y liceos a principios de marzo.
Los emprendedores y comercio de la comuna han tenido que lidiar en solitario con la crisis. Otros temas, como la falta de agua en los campamentos, aún siguen siendo un dolor de cabeza, sin que nadie muestre una real y concreta preocupación.
Que hablar de los problemas viales. Calles repletas de hoyos, problemas con algunas señaléticas, demoras en los arreglos de los paraderos de la locomoción pública y enormes atochamientos, lo cual implica una falta de planificación y preparación previa, sabiendo que superada la Pandemia, las personas saldrían en masa a sus trabajos.
Por último, uno se pregunta: ¿Dónde están los grandes proyectos o iniciativas que podrían cambiarle la cara a la comuna de Copiapó? Lamentablemente no existe una respuesta clara y esperanzadora que nos permita pensar en una mejor comuna.
Hoy lo que menos tenemos es el Copiapó que soñamos o imaginamos, lo cual es preocupante para todos los vecinos y sectores que se la juegan día a día por hacer que nuestra comuna sea un mejor lugar para vivir.
Pero al contrario de lo que se piensa, esto no debe ser motivo para dejar de soñar. Es la demostración empírica que se debe trabajar el doble para ejecutar los cambios necesarios y dejar de lado las malas prácticas para que de una vez por todas cumplamos con las expectativas de los habitantes de Copiapó. Es la única forma de transformar los slogan y “frases bonitas” dentro de un discurso de cuenta pública, en una realidad.