Pedro Rodríguez Rojas, Sociólogo, Académico UCEN Región Coquimbo
El término “maestro” es uno de los más utilizados en las sociedades modernas, ya que con él nos referimos tanto a los miles de personas que tienen el oficio de enseñar en las instituciones escolares como también a otras que tienen maestría y habilidades en un oficio y hasta con cariño y respeto llamamos así a las personas de cierta edad. Y es que, en efecto, el ser maestro es una condición que va mucho más allá del estricto proceso enseñanza –aprendizaje en un aula de clases.
La escolaridad moderna, nos ha hecho ver a la educación solo circunscrita a un espacio físico llamado escuela, (desde el jardín de infancia hasta el doctorado) esta sistematización, necesaria para el desarrollo del sistema económico y la formación de los estados nacionales, creo una ruptura entre el proceso educativo y el resto de la sociedad, colocándolo en muchos casos como un sistema aparte, cuando en realidad, toda la sociedad (familia, escuela, comunidad, trabajo, recreación, deporte, medios informativos, entre otros) forma parte de este proceso educativo.
Esto ha hecho, en muchos casos, que la inmensa responsabilidad de sostener y reproducir a una sociedad pareciera ser deber exclusivo de la escuela y de quienes aparecen como figura responsable del proceso de formación: el maestro. Basta ver nuestras legislaciones y filosofía educativa para que constatemos cómo al maestro se le impone una serie de obligaciones, de posturas, que lo convierten en muchos casos –por lo menos en el papel- en una especie de ser extra humano, un superhombre/mujer, que debe además de enseñar un contenido, un currículo, ser líder, orientador, promotor, y ejemplo de un sistema escolar y una sociedad que muchas veces contradice estos mismos principios y obligaciones que se le imponen al maestro. Una sociedad, que, a pesar del discurso, pareciera darle poco valor al papel de la educación y del maestro, una sociedad que le exige al maestro lo que ella muchas veces no está dispuesta a dar, le exige responsabilidad y compromisos que otros no asumen.
Es una de las profesiones más difíciles, ya que en efecto un verdadero maestro lo es dentro y fuera de la escuela, no puede haber contradicción entre la moral que pregona dentro del aula de clases y la que practica fuera de la misma, y esto que debe formar parte de la propia naturaleza del ser maestro es también una exigencia social. A diferencia de otras profesiones donde las personas son evaluadas por su capacidad y pericia en sus respectivas áreas, al docente se le evalúa todo su comportamiento de vida. Estos retos del maestro, que no son nuevos, sino que se complejizan y se acentúan hoy ante los cambios internos que se producen en el país y que exigen del educador y de la escuela un compromiso hacia los serios problemas de desigualdad, exclusión, injusticias, ante la necesaria formación de una nueva cultura nacional.
Pero tenemos también un contexto internacional, sobre todo en el contexto de pandemia, de grandes avances tecnológicos, que, si bien permitieron la continuidad – entre otras cosas – del proceso educativo, también su marcado sentido mercantil percibe a la educación como una fachada más de la expansión comercial. Por lo que se hace más necesario que nunca reivindicar la tesis de que la educación es más que un proceso administrativo, más que un proceso cognitivo, es antes que todo un proceso de vida, en formación de valores, es un proceso para la existencia misma. Los grandes avances tecnológicos podrán desplazar a los docentes y a las escuelas que solo informan más nunca a los maestros y escuelas que forman para la vida digna.