Por Arturo Volantines
Cuando se cumple un año más del aniversario de La Serena nos preguntamos por el espíritu que le fluye, al ser esta la segunda ciudad más antigua de Chile. ¿Cuál es su identidad? ¿Quién la explica mejor?
No hay duda que esta ciudad tiene características notorias y notables. Sin embargo, es mucho más atractivo percibir su carácter intangible: su ethos y su aliento: desde los pueblos originarios hasta estos días constituyentes.
Se suele mirar la ciudad desde sus campanas y sotanas soneteadas por el poeta, Fernando Binvignat. Pero, donde su ser cobra más espíritu es en sus cronistas, especialmente en los relatos de Manuel Concha Gajardo.
Las obras de Concha tienen varios aciertos y recursos que lo fraguan memorable. Escribió como vivió: con tremenda sencillez hasta su muerte. Lo sepultaron en tumba de un vecino, ya que él no tenía un peso. Vivió escribiendo: haciendo prensa, opinión y revoluciones.
Sus libros los garrapateó casi como Heródoto. Viajando junto a los hechos, a pesar que casi no salió de la ciudad. Su registro escritural es fresco y sencillo, sin rebuscamiento; pero, preciso. Ha sido criticado por su acento local. Obviamente, son esos mismos que son incapaces de escribir una crónica. Precisamente, el gran valor de Concha no solo es por registrar la historia cotidiana de la ciudad, sino por ser, también, creador de patrimonio. Es indudable, que sería menos nuestro patrimonio sin Concha.
Su libro principal no es Crónica de La Serena sino sus Tradiciones Serenenses, que no son solo de La Serena, porque en ellas están mucho del ser de América. Considerables de estas no serían recordadas en las tertulias si él no las hubiera escrito. Incluso, numerosas de estas historias han sido contadas por otros casi siguiendo la huella de Concha, incluidos los embelecos que ponía en sus escritos.
También, fue el cronista de la Revolución Constituyente. El cosmopolita —su diario—, dio cuenta día a día de la revolución: de sus héroes y de sus proezas. Sobre todo, de las hazañas del Ejército Libertador del Norte: de sus patriarcas y poetas que lo motivaban, como el caso de Benjamín Vicuña Solar y Ramón Arancibia Contreras.
Todavía hay muchas obras inéditas: crónicas, dramas, obras jocosas, leyendas locales. Otras tantas, publicadas en diarios y revistas del extranjero. La Sociedad Pedro Pablo Muñoz Godoy ha divulgado algunas. En los próximos lustros, se publicarán otras; aunque hay tantas que desaparecieron, como sus Recuerdos de la vida social y cultural de La Serena, que enviara antes de morir a Pedro Pablo Figueroa. Seguramente, esa obra también se incineró cuando el 91 le quemaron la casa al insigne historiador atacameño.
Ese otro gran poeta serenense, Francisco Sainz de la Peña dijo en su funeral: “Señores: no vengo a hacer un elogio de Manuel Concha; no lo necesita, pues tiene sobradas prendas naturales para agregarle adornos postizos, cosa que casi siempre sucede al borde de las tumbas, donde como lo expresa tan espiritualmente Lord Byron, se dice de los muertos lo que debieron ser y no lo que fueron”.
Manuel Concha murió como vivió: en el hilo de la miseria y en el hierro de la inmortalidad.