REVOLUCIONES. MOMENTOS ESTELARES DE ARGENTINOS DEL SIGLO XIX EN EL NORTE CHILENO

Por Arturo Volantines

En el Norte Infinito, la influencia argentina ha sido enorme. Basta a acudir a Vicente Pérez Rosales cuando dice en su Recuerdos del Pasado[1] que el Norte Infinito se parece más al norte argentino que al resto del país. 

También, ha sido muy importante para formar su identidad atacameña, las crónicas de Sarmiento, los testimonios de un sinnúmero de ilustres argentinos que vivieron especialmente en Copiapó. Llama la atención, tantos abogados notables que vivieron y litigaron en Atacama, como el caso de Agote, Tejedor y Rodríguez.

Es larga la lista de argentinos que influenciaron en Chile: Antonino Berastain, Santiago Abarracín, Juan Bautista Alberdi, los Aldao, Rudecindo Alvarado, los Álvarez, Santiago Bueras, Manuela Cabezón, Manuel Dorrego, Santiago Estrada, Juan María Gutiérrez, Juan Gregorio de Las Heras, Juan Crisóstomo Lafinur, Vicente Fidel López, Eugenio Nicochea, Domingo de Oro, Nicolás Rodríguez Pena, Procesa Sarmiento, Carlos Tejedor, Gregorio Torres, Manuel Zapata, Juan Zuleta, José Luis Calle, Juan Godoy Cruz…

Pero, indudablemente, fue un lar que concentró una gran cantidad de guerreros, que se estacionaron en el norte, como el caso de Fontanes, Varela, Neirot, Álvarez, Videla y muchísimos más. Incluso, hubo momentos en que operaron como un contingente formal. Por ejemplo, en la localidad de San Antonio; donde se relacionaban como tales, con las autoridades chilenas en Copiapó. Y las sombras de los ponchos de Facundo Quiroga y del Chacho Peñaloza bordearon los pasos cordilleranos.

Y esto sumado profusamente a los hijos de argentinos, como los historiadores insignes de Chile: Pedro Pablo Figueroa, Francisco San Román y Carlos María Sayago.

Incluso en lo contemporáneo, como uno de los abuelos de Gabriela Mistral. Y, yo mismo, que me crie bajo la tutela de abuelos maternos catamarqueños, donde las tradiciones venidas desde el norte argentino las escuchábamos los niños Reinoso en torno a la abuela Elcira Pinto Álvarez, mientras que las tías hacían circular el mate entorno al caldero oliente a churrascas.

El comercio fue muy importante a través de los pasos cordilleranos, ya que no solo era traer animales para su engorda al norte de Chile. Desde Atacama y Coquimbo —principalmente de Arqueros y Chañarcillo—, se enviaba a argentina minerales de cobre, plata y oro, para lo cual se llegó a ocupar más 4.000 mulas anuales, entre el 1800 al 1840[2]. Esto implicaba: ingenios mineros de fundición, empresarios mineros y comerciantes mineros; correos y arrieros y peones. Los arrieros fueron muy fecundos y activos; ya que eran microempresarios: ellos mismos, realizaban contratos de otros servicios. Entre esos: lugares de acopios y de mantención de la tropa.

La Expedición Libertador en Atacama y Coquimbo, permitió apertura y más libertad política en el Norte Infinito. El 15 de febrero de 1817, el teniente coronel argentino, Francisco Zelada, que comandaba las tropas que venían desde Argentina, convocó a un Cabildo, donde fue elegido el gobernador, Miguel Gallo Vergara.

Gallo se destacó enormemente: proclamó la Independencia de Chile en Atacama. Además, organizó el Cabildo y le dio un dinamismo muy notable, que se hizo merecedor de los elogios de O’Higgins. Fue quién permitió que una gran cantidad de argentinos pudieran transitar por los Pasos sin mayor trámite y con solo con el deseo de trabajar. Muchos de ellos, venían a refugiarse de las guerras intestinas en Argentina. Este hecho seguiría sucediendo hasta bien entrado el siglo XIX.

También, se vio un floreciente tráfico de mercadería hacia Chile y hacia Perú. En lugares como Puquios y La Puerta[3] —saliendo al noreste de Copiapó y hacia el Paso San Francisco—, se generó una gran comunidad argentina, encabezada por Santiago de Oro. Era zona de engorda y acopios. También, fue un lugar de acantonamiento de las fuerzas argentinas armadas.

Cuando se descubre Chañarcillo y Miguel Gallo se vuelve dueño de “La Descubridora”[4] —mina principal— empieza el contrato de muchos mayordomos de minas[5] argentinos, lo que atrajo a trabajadores más preparados. Ahí, llega Sarmiento y escribe sus crónicas fenomenales sobre Atacama y su minería[6].

Tal como dice Luis Vitale[7] se ha querido mantener la idea de un país ordenado sin conflictos intestinales. Pero, la realidad ha sido que las revoluciones se han sucedido una tras otra. En las décadas del 30 y 40 del siglo XIX, las rebeliones empezaron a crecer, especialmente en el mundo minero y, reiteradamente, en Chañarcillo, donde cerca de un tercio de sus habitantes eran de origen argentino. Sarmiento le reclama a Montt[8] por el trato a sus ciudadanos. Los argentinos comprometidos en estas revueltas, obviamente eran más cultos y muchos con formación militar, lo que sería clave en la creación de una cultura cívico-militar que llevaría a los atacameños a lograr resonantes triunfos.

El nacimiento de la Sociedad de la Igualdad fue relevante para que hubiera un levantamiento nacional y, particularmente, en el Sitio de La Serena de 1851 y la Revolución de los Libres en Copiapó[9].

Jotabeche convenció al Cabildo Abierto de Copiapó, el 12 de septiembre de 1851, de generar una fuerza destructiva al “Motín Militar de La Serena”, con la oposición del joven y mesurado —juicioso por vida y, tal vez, el mejor hijo que ha tenido Atacama—: Manuel Antonio Matta.

Vicuña Mackenna apunta, que se apoderó de este un pánico conservador, logrando convencer al Intendente de Atacama, Juan Agustín Fontanes, de formar un ejército e invadir a la ciudad de La Serena. Alberto Edwards, también, apunta que, “a no mediar el embarazo de su esposa, habría ido, dice, a combatir personalmente a los insurrectos de La Serena”[10].

Ya, un poco antes, Jotabeche había aplastado, a sangre y fuego, una rebelión en Chañarcillo. Y, a partir del 15 de septiembre de ese año, Jotabeche es responsable, a lo menos, de siete editoriales, quejándose y llamando a formar un aparato militar, ya que el “Batallón Cívico no le bastaba”. En el artículo “El levantamiento de Chañarcillo”, publicado el 6 de noviembre de 1851, en El Mercurio, Jotabeche trata de “bandidos de Chañarcillo” a los mineros y, luego, agrega: “Este motín de bandidos ha sido excitado por emisarios de los bribones de La Serena”[11]. Y, además, persigue tenazmente a los opositores o a los que tenían simpatías por los Igualitarios; puso en arresto a Urízar Garfias, al diputado Juan Bello y a varios más; en un barco fueron llevados a Valparaíso.

Jotabeche logró, finalmente, que se formara un cuerpo militar muy bien vertebrado de casi 1.000 hombres. Estos eran básicamente argentinos: Exiliados de Rosas, y guerreados en las pampas del noroeste argentino, quienes estaban en período de preparación y acumulación de armas para volver a Argentina[12]. Domingo de Oro se dedicó a reclutar sus connacionales. Se formó un batallón de fusileros; un escuadrón llamado: “Carabineros de Atacama”, dirigido por el oficial argentino, Pablo Videla, que igual que Sarmiento, fue mayordomo de mina en Chañarcillo; y un tercer cuerpo, llamado “Lanceros de Atacama”, dirigido por el argentino Vicente Neirot. Había otro cuerpo de argentinos concentrado en el pueblo de San Antonio, cercano a Copiapó, y conducido por “un tercero, llamado Álvarez (Juan Crisóstomo) fue el jefe de un cuerpo militar que aplastó a los revolucionarios de Copiapó”[13]. Entre la oficialidad argentina, también se encontraban “un tal Carransa, dos Quiroga y un Pereira”[14].

Allí aparecen, a lo menos, cuatro figuras del bronce argentino: Domingo de Oro, asesor de gran influencia del presidente Sarmiento; Carlos Tejedor, abogado y que sería ministro de relaciones exteriores de Argentina y cofundador del diario El Copiapino; Juan Crisóstomo Álvarez, que días después de haber ayudado a terminar la Revolución de Bernardino Barahona, fue derrotado   y fusilado en Argentina.

Juan Crisóstomo Álvarez, había estado, desde el principio, involucrado con la contrarrevolución; ya que, el mismo comandante Garrido[15], dice, en su informe, respecto al inicio de la revolución en la plaza de Copiapó, al Ministerio del Interior: “El fuego, sin embargo, se sostiene con entusiasmo por parte de los ciudadanos: Don Juan Crisóstomo Álvarez, acompañado de unos pocos llega hasta desarrajar su caballo sobre una pieza de artillería de los revoltosos…”[16]. En Tucumán, una de las calles principales, al lado de la “Casona Histórica”, donde se firmó el acta de Independencia de ese país, lleva su nombre.

Y, también se involucró el gran americanista, Felipe Varela, ascendido a General de la República de Argentina, en forma póstuma, a quien la presidenta Cristina Fernández, le rindió un homenaje de connotación nacional. En la obra: Felipe Varela, grandes protagonistas de la historia[17] de Félix Luna, aparece como capitán del ejército chileno. Sus grandes triunfos vendrían después, cuando regresa a Argentina con el coronel chileno Estanislao Medina, y cuando lanza su proclama americanista.

Felipe Varela se enrola en el Huasco, el 9 de octubre de 1851, como ayudante del Estado Mayor de don Francisco de la Barrera, y ese día pasa revista como comisario y agregado del Escuadrón de Carabineros de Atacama, con el grado de Capitán. En el volumen 3 de Integración cultural Riojana, del poeta e historiador, Héctor David Gatica, se dice: “El Capitán don Felipe Varela que se ha nombrado por la comandancia general de armas de la provincia, de ayudante del Jefe de la División que marcha sobre Coquimbo, pasará su revista de Comisario como agregado a la plana mayor del Escuadrón de Carabineros de Atacama, lo mismo que el Capitán que se nombre para la misma comisión como ayudante de dicho…”[18]. Es decir, queda establecida su participación.

La expedición argentina encabezada por Videla, Álvarez, Neirot y Felipe Varela partió desde Copiapó, cerca del 19 de septiembre; se reúnen estas tropas en Vallenar. Los cazadores y los carabineros argentinos siguen, en los primeros días de octubre, hacia el sur. Jotabeche esperaba que el 14 de octubre se cumpliera la promesa del Comandante Ignacio José Prieto, de que las tropas argentinas se tomaran El Sitio de La Serena. El día 13 de octubre, las tropas argentinas se acantonan al lado norte del río Elqui, en la hacienda Las Compañías.

El 17 de octubre, hubo otro enfrentamiento fuerte. Las tropas revolucionarias atacaron el campamento de los Carabineros de Atacama, acantonados en la Fundición de Carlos Lambert, en el margen norte del río Elqui. Los carabineros cuyanos de Atacama escaparon con algunas bajas y con muchos heridos. Salvó milagrosamente Felipe Varela, y el comandante de las tropas de argentinos, Pablo Videla, a quien, al saltar una tapia, un soldado le dio un sablazo.

Los escuadrones argentinos volvieron a Copiapó, a principio de enero, para ayudar exterminar la revolución de Bernardino Barahona. [“El coronel Garrido, al desarmar los escuadrones argentinos, a su regreso a Copiapó, el mes de febrero de 1852, aquel jefe les dirigió con estos términos: “Venís a entregar a la nación cubiertos de gloria el uniforme y las armas que os prestara para defenderla. Volvéis a vuestras casas y a vuestros trabajos rodeados de la estimación pública. Haced, pues, que el ciudadano activo, laborioso y honrado de la paz, no se eche demonios del soldado leal, subordinado y valiente de la guerra”.// En un brindis posterior, el mismo Garrido dijo, dirigiéndose a los que se sentaban a su lado, estas palabras: “La nación recordará siempre con complacencia la activa cooperación de los escuadrones de Atacama y el valor, la fidelidad y la constancia de sus jefes y oficiales y tropas”. El avezado Oro, que se encontraba presente, tomando la representación de sus compatriotas, contestó en esos términos: “si los argentinos han tenido una pequeña parte en esta victoria de la civilización chilena, yo me felicito de ello”][19].

Resulta paradojal que los unitarios de allá eran los mismos federalistas de aquí; o sea, todos opositores a los gobiernos centrales de los dos países; pertenecían a las clases populares y deseosas de cambios. Pero, terminaron enfrentados; los de aquí, derrotados y los de allá, a la larga, también terminarían derrotados. En los años siguientes, la historia se volvería incesantemente a repetir y, de tanto repetirse, pareciera ser que en ambos pueblos quedó establecida la necesidad de descentralización y de anunciar definitivamente esos sueños, que costaron “sangre, sudor y lágrimas”.

Sin embargo, en la revolución siguiente hubo más unidad entre el pueblo y las clases dirigentes del norte. Así nació la Revolución Constituyente[20] que luchó denodadamente para lograr, entre otros, un país descentralizado y más justo.

Las batallas y las escaramuzas se sucedieron durante 1859. La batallas de Los Loros[21] —en el torno de La Serena— le dio un gran triunfo a los revolucionarios y después en la batalla de Cerro Grande vino la derrota honrosa, muy bien explicado por Pedro Pablo Figueroa en su texto: Historia de la Revolución Constituyente[22].

No pudieron estar ajenos al conflicto los argentinos residentes que se sumaron a esta, sufriendo las consecuencias más horrorosas. Por un lado, no podían quedarse en Chile, porque podían ser condenados a muerte ni tampoco volver a Argentina.

A la medianoche del 29 de abril de 1859, Pedro León Gallo, Pedro Pablo Muñoz, oficiales y algunos soldados deciden entrar a Argentina por el valle de Elqui. Cerca de Huanta supuestamente dejaron enterrados sus haberes de monedas de plata. Entregan sus armas en Jáchal y se quedan un tiempo en Mendoza, donde se vuelven una pequeña comunidad. Pedro León Gallo viaja hacia Estados Unidos. Cuando son amnistiados por el presidente Pérez, vuelven y forman el frondoso y triunfante Partido Radical.

La Guerra del Pacífico de Chile contra Perú y Bolivia vino a poner en tapete la capacidad de los liberales de llevar adelante una guerra exitosa: aumentaron el ejército de 3.000 soldados a más de 30.000 y lograr que argentina, finalmente, no se involucrara.

En esta guerra, los regimientos de Coquimbo y Atacama tuvieron una gran participación. En  las filas del Atacama[23] había una gran cantidad de soldados y oficiales de origen argentino. Muchos de ellos, murieron en los campos de batalla y otros tantos, se llenaron de gloria, como los oficiales: José María López, Ignacio Toro, José Vicente Blanco, Juan Agustín Fontanes, etc. Claro, los que participaron lo hicieron por motu proprio y desde la comunidad local, sin ningún signo venido desde establishment argentino.

La revolución más tremenda fue la del 91, donde el Congreso se enfrentó al presidente Balmaceda y al ejército oficialista. Fueron muchos los muertos, más que en la Guerra del Pacífico. Se mataron entre muchos de los que habían sobrevivido el 79. El norte, no solo fue campo de batalla, sino que formó varios regimientos. Solo en Atacama había tres. Allí, cayeron en los campos de batallas, otra gran cantidad de argentinos que llevaban los apellidos: Reinoso, Villafaña, Heaton, Araos, Echiburú, Fraga, Echeverría, Carrizo, Besoain, etcétera. Fue muy sentida la muerte del sargento Mayor y segundo comandante del Batallón Huasco n°11, Juan Agustín Fontanes[24], hijo del soldado de San Martín quien fuera un gran intendente de Atacama del mismo nombre.

Cabe señalar, que las revoluciones, no solo habían llevado al país desde gobiernos muy conservadores a gobiernos liberales y más democráticos; sino que, también, a mejorar su intelectualidad y su capacidad bélica, donde el papel de la comunidad de origen argentino fue hilo importantísimo, encabezado por Sarmiento con su primer silabario.

Lo que, en fin, hace invisible esto es el viejo recelo que aún persiste: el negacionismo en el entorno de la no conveniencia de reconocer el mérito intrínseco de lo(s) otro(s).

Que el regimiento Atacama sea el mejor de la historia de Chile[25], que Atacama haya sido central en la primera generación literaria chilena (romántica, 1842) y que Copiapó haya sido un faro de la cultura latinoamericana por algunos lustros del siglo XIX, es porque el Norte Infinito generó un carácter potente. La inmigración (y especialmente por las luchas internas argentinas) favorecieron enormemente a Chile. Las figuras estelares de origen argentino aportaron su experiencia en los ámbitos del comercio, del arte y de lo militar que, hasta el día de hoy, se nota en el ethos del Norte Infinito.

Lo anterior denota, claramente, que el Norte Infinito es un lugar diferido en el mundo.

[1]                Pérez Rosales, Vicente; Recuerdos del pasado; Círculo Literario, Santiago, 1948.

[2]                Méndez Beltrán, Luz María; El comercio minero terrestre entre Chile y Argentina; Fondo de publicaciones americanistas, Universidad de Chile, Santiago, 2009.

[3]                Álvarez Gómez, Oriel; Atacama de Plata; Ediciones Todamérica, 1979.

[4]                Pérez Browne; Croniquillas y recuerdos atacameños; Imprenta Vigorena, La Serena, 1953.

[5]                Los mayordomos de minas eran los que administraban propiamente una faena o mina determinada. Tenían que llevar los flujos contables y turnos. Obviamente, sabían escribir e iban armados. Con otros mayordomos tenían una comunidad armada e interconectada, para controlar las riñas, vandalismo y rebeliones.

[6]                Sarmiento, Domingo Faustino; Minas y Cateadores; Volantines Ediciones, 2019.

[7]                Vitale, Luis; Las guerras civiles de 1851 y 1859 en Chile, cuadernos de investigación; Universidad de Concepción, 1971.

[8]                Vergara Quiroz, Sergio; estudio, selección y notas; Manuel Montt y Domingo F. Sarmiento, Epistolario 1833—1888; Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Santiago, 1999.

[9]                SPPMG; EL Sitio de La Serena y la Revolución de los Libres. A las glorias del pueblo de Atacama y Coquimbo de 1851; Volantines Ediciones, 2013.

[10]              Biblioteca de Escritores de Chile, tomo VI, p. 4; Imprenta Barcelona, Santiago, 1911.

[11]              Biblioteca de Escritores de Chile, tomo VI, p. 368; Imprenta Barcelona, Santiago, 1911.

[12]              Carta de Juan Crisóstomo Álvarez a Bernardino Barahona; Diario de los Libres nº 2, Copiapó, 30 de diciembre de 1851.

[13]              Iturriaga Jiménez, Ruth; La comuna y el sitio de la Serena en 1851; p. 55; Editorial Quimantú, Santiago, 1973.

[14]              Vicuña Mackenna, Benjamín; Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt, levantamiento y sitio de La Serena, Tomo I, p. 271; Imprenta Chilena, Santiago, 1862.

[15]              Coronel, Victorino Garrillo Hernández, comandante de las tropas del gobierno centralista.

[16]              Archivo Intendencia de Atacama; Volumen 116. Ver, también: Carta de Juan Crisóstomo Álvarez a Bernardino Barahona; Diario de los Libres nº 2, Copiapó, 30 de diciembre de 1851.

[17]              Luna, Félix; Grandes protagonistas de la historia argentina n° 33; Editorial Planeta, Argentina, 2000.

[18]              Gatica, Héctor David; Volumen 3 de Integración cultural Riojana; Edición: ilustrada. Editor: H. D. Gatica, 2004. Ver, también: Rodolfo Ortega, Eduardo Luis Duhalde; Felipe Varela, caudillo americano; Colección Sudestada, Editorial El Buque, Buenos Aires, Argentina, 1992.

[19]              El Mercurio de Valparaíso nº 7381; Valparaíso.

[20]              SPPMG; Revolución Constituyente 1859-2009.Tributo Pedro Pablo Muñoz Godoy Pablo Muñoz Godoy, comandante de los Igualitarios; Volantines Ediciones, 2010.

[21]              Recopilación SPPMG; Batalla de Los Loros. Documentos, testimonios e iconografías; Recopilación; Volantines Ediciones, 2019.

[22]              Figueroa, Pedro Pablo; Revolución Constituyente (1858 – 1859); Imprenta Victoria, de H. Izquierdo y CA., Santiago, 1889.

[23]             Marconi Dolarea, Hilarión; Contingente de la provincia de Atacama en la Guerra del Pacífico (2 volúmenes, 3 tomo); Imprenta de El Atacama, Calle Maipú N°49/Librería de El Atacama, Calle Chañarcillo N°112, Copiapó, 1880.

[24]              Bravo Kendrick, Aníbal; La Revolución de 1891, s/e., Santiago, 1949.

[25]               Figueroa Luna, Pedro Pablo; Atacama en la Guerra del Pacífico; Imprenta Colón, Santiago, 1888.

Felipe Varela y sus lugartenientes
Familia Reinoso, catamarqueña

 

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