Esther Gómez de Pedro, Directora Nacional de Formación e Identidad Santo Tomás
En el Día Internacional de la Educación los invito a alejarnos un poco de lo cotidiano y pensar en su sentido profundo y más actual. Para ello, se requiere, por un lado, la conciencia de que a alguien le falta conseguir algo de cara a su madurez o plenitud en sus diversas dimensiones personales. Y, por otro lado, tal persona ha de tener una disposición natural hacia ello, que pueda ser potenciada.
“El hombre efectivamente, antes de enseñar, aprende de otro”. La misión de los padres como educadores, siguiendo a Tomás de Aquino es “la conducción y promoción hasta el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud”.
En este sentido, las virtudes morales, que enseñan los padres se aprenden especialmente a través del ejemplo, pues “en las acciones y pasiones humanas se cree menos a las palabras que a las obras… Por tanto, cuando las palabras de alguien no concuerdan con las acciones que notoriamente se ven en él, tales palabras son despreciadas”.
Al contrario, una educación sin virtud, movida por fines como el dinero o el mero logro de un título o un empleo, aunque necesario, no responde a su sentido más profundo y traiciona a al alumno mismo. Por esta razón, y en el marco del Día Internacional de la Educación, me parece importante que volvamos a centrarnos en la importancia del ejemplo y la conducción hacia un estado de virtud a la hora de educar a nuestra juventud. Porque sólo se ama lo que se conoce.