Cristián Fuentes V.
Académico Escuela de Gobierno UCEN
Cambio es el concepto fundamental del nuevo ciclo en la política exterior chilena y esa definición implica adaptarse a circunstancias nacionales e internacionales distintas. ¿Cómo se logra aquello? Se requiere un diagnóstico claro, una hoja de ruta concreta y una convocatoria amplia que sume todas las fuerzas posibles.
Vivimos múltiples crisis simultáneas en un largo período de inestabilidad provocado por eventos catastróficos y reacomodos geopolíticos, tales como la pugna entre la República Popular China y los Estados Unidos, la guerra entre Rusia y Ucrania, una globalización con cadenas de valor más cortas y una grave emergencia climática. Todo ello se está produciendo en contexto multipolar, interdependiente y con liderazgos fraccionados.
La política exterior es espejo de la política interna. El clivaje político nacional abierto por el estallido social de 2019 también se expresa en el ámbito internacional. La crisis del proyecto neoliberal demanda establecer una estrategia comercial basada en la exportación de productos con mayor valor agregado, fortalecer la industrialización y disponer de un conjunto de mecanismos que protejan efectivamente nuestros intereses.
Hay temas que son esenciales para Chile. El desarrollo no es posible sin paz y seguridad, o desconociendo al multilateralismo, así como es necesario enfrentar al populismo nacionalista, defender los océanos, y avanzar en la construcción de una política exterior feminista y descentralizada, que empodere a la sociedad civil para una gestión democrática que refuerce nuestra presencia en el resto del orbe.
En este mundo incierto es imprescindible restaurar una política exterior de Estado que represente fielmente a la sociedad. Los consensos que dirigieron nuestra proyección internacional durante 30 años fueron desechados en el segundo mandato de Sebastián Piñera, por lo que se hace necesario lograr nuevos acuerdos que incluyan a múltiples actores privados y subnacionales (regiones y municipios).
La política exterior debe reflejar el creciente apoyo interno a un Estado de bienestar, a una democracia participativa con equidad de género, a una economía medioambientalmente sustentable, a un reparto justo de la riqueza, al acceso universal a la salud y a la educación, y a pensiones que aseguren mínimos compatibles con una vida decente. La esfera natural de nuestra acción exterior es América Latina y debemos invertir en ella sin validar el aislacionismo. La convergencia regional precisa sustraerse del ciclo político entre gobiernos de distinto signo para tejer una fina urdimbre formada por amplias coincidencias e intereses compartidos que reparen desgarros en la concertación política regional.
El nacionalismo chauvinista no sabe otra relación con los vecinos que el conflicto, presentado como un perpetuo antagonismo de “ellos contra nosotros”. Todo esto hace urgente generar espacios de diálogo y cooperación, en un esquema de asociaciones articuladas en distintas dimensiones.
En una época en que se impone la fragmentación es primordial para Chile generar cambios que sustenten su proyección internacional y aseguren el desarrollo. ¿Para qué otra cosa sirve la política exterior?