Por Ximena Torres Cautivo, periodista y escritora
Hace poco más de un mes, a los 88 años, murió Kenzaburo Oé, el segundo japonés en ganar el premio Nobel de Literatura. Lo consiguió en 1994 por una obra marcada por sus posiciones antibelicistas, pero sobre todo por la discapacidad mental de su hijo mayor, Hiraki.
Considerado “un activista por la dignidad”, su historia creativa puso a su primogénito al centro de su obra, convirtiendo al escritor en “un profesional de la expresión del dolor humano”. Hiraki nació con autismo e hidrocefalia y, tras una temprana intervención quirúrgica, quedó con una discapacidad mental irreversible.
El siquiatra asturiano, académico, asesor en materia de salud mental de diversos gobiernos y comunidades, Víctor Aparicio Basauri, quien será el expositor principal en el seminario donde Hogar de Cristo lanzará el estudio “Del Dicho al Derecho: Trayectorias de Inclusión Social de Personas con Discapacidad Mental en Contextos de Pobreza y Vulnerabilidad”, ha citado al Nobel japonés como un modelo de empatía en relación a las personas con males siquiátricos, intelectuales o cognitivos. Empatía, palabra que se puso de moda hace unas décadas, que quiere decir ponerse en el lugar del otro y que hoy seguimos usando mucho pero practicando poco.
Fue la temprana condición de Hiraki, la que llevó al escritor a Hiroshima, la ciudad arrasada por la bomba atómica. Allí, en los años 60, entre los sobrevivientes, muchos de ellos con secuelas a causa de la radiación, aprendió de “su coraje, su manera de vivir y de pensar. Aunque parezca raro, fui yo el que salí de allí animado por ellos, y no al revés. Vinculé mi dolor personal al de aquellos hombres y mujeres, decidí resistir y luchar como ellos”, dijo en una entrevista.
Luchar, en su caso, se tradujo en incluir a su hijo en todo. En sumarlo como uno más y no permitir que otros lo marginaran. En no ocultar su discapacidad y en estimular sus talentos… partiendo por reconocer que los tenía.
La publicación que presentamos como Hogar de Cristo busca lograr eso que consiguió ese padre notable: darles voz y consideración a personas normalmente no consideradas, invisibles. En el mejor de los casos, infantilizadas, y en el peor, temidas, abusadas, marginadas, escondidas al fondo de un patio, en condiciones lamentables.
Las cifras que contiene hablan por sí mismas. Reproduzco algunas: existen 155.786 personas con discapacidad mental (CASEN 2017); de las cuales el 43,7% son hombres y el 56,3%, mujeres. El 48,9% tiene 59 y más años, porque la población vive más y la discapacidad mental tiene a aumentar progresivamente a mayor edad. El 35,4% de las personas con discapacidad mental no sabe leer ni escribir. Los años de escolaridad promedio alcanzan los 5,5 años en contraste con los 11,2 años de las personas sin discapacidad. Y sólo el 8,1% de las personas con discapacidad tiene trabajo.
Invitamos a conocer la publicación que busca pasar en este ámbito del dicho al derecho, que no es otra cosa que la inclusión plena y real de quienes viven en pobreza y vulnerabilidad una discapacidad mental. Así lograremos que ellos no se culpen a sí mismos, como suele pasar y así lo demuestran los testimonios del libro, y que en su entorno –familia y comunidad– haya contención amorosa e inclusión genuina, tal como hizo Kenzaburo con Hiraki.