Se acerca el invierno, estamos a diez días de la llegada de la estación más helada del año, donde no solo aumentan los resfríos y gripes, sino también estamos ante la posibilidad más concretas de lluvias que, entre paréntesis, tanta falta nos hace para aliviar nuestra crisis hídrica.
Hablando de lluvias, coincidentemente, hoy se cumplen 26 años de una de las precipitaciones más fuertes, dolorosas y desastrosas que recordemos. Me refiero a ese aguacero tan grande que nos dejó 100 milímetros de agua caída en tan solo tres días, con los caminos cortados, miles de damnificados y, lo peor, siete vidas arrancadas de cuajo por la fuerza del agua. Estoy hablando del frente de mal tiempo ocurrido el 12 de junio de 1997 que también se dejó sentir muy fuerte en la provincia del Huasco.
Recuerdo que centenares de compatriotas de distintos puntos del país que, en esos instantes viajaban en bus y pasaban por nuestra región, quedaron atrapados acá, por más de una semana, debido a los cortes de camino, sin nada más que lo puesto y la mayoría sin más plata que para una bebida o un café, debiendo activarse la comunidad para prestarles socorro y ayuda solidaria, porque también eran muchos los niños que quedaron en esa situación.
Sin embargo, lo más triste y doloroso, fue la pérdida de siete vidas humanas, que hicieron de esta bendición divina –me refiero a la lluvia- una jornada negra que enlutó a nuestra región.
Las autoridades de la época estaban prácticamente colapsadas con todos los problemas que asomaban en distintos puntos de la ciudad, ya que se venían las quebradas en las poblaciones, se cortó la energía eléctrica en muchos sectores, los anegamientos cortaron el tránsito, la gente acudía en masa al municipio y a la Onemi a buscar nailon o fonolitas.
Fue en esas circunstancias cuando llegó la información radial de que en la población Rosario se había venido la quebrada El Escorial, donde el agua, las piedras y el barro destruyeron todo a su paso, dejando como saldo la muerte de una persona adulta de sexo masculino, muy querido en el sector, como era don Manuel Zarricueta Castro, padre del conocido comunicador social Sergio Zarricueta Astorga.
Ese negro día, que a las seis de la tarde ya estaba completamente oscuro, cuando bomberos y carabineros se afanaban en rescatar bajo las toneladas de agua y barro el cuerpo de don Manuel Zarricueta, recuerdo que recibí otra información impactante, la cual decía que un camión del Ejército -que había concurrido a prestar auxilio al sector de Viñita Azul- resultó volteado por la fuerza del agua del Río Copiapó, muriendo todos sus ocupantes.
Como si fuera hoy, recuerdo el dolor que nos conmovió en ese instante, al saber que muchachos jóvenes habían quedado atrapados en el interior del vehículo, sin poder luchar contra la fuerza del agua, ofrendando sus vidas en servicio del prójimo, tal como reza su juramento de “rendir la vida si fuera necesario, en tiempos de guerra o de paz”.
Finalmente, después de una larga espera, la información oficial llegó desde la Guarnición de Antofagasta y daba cuenta de la muerte certificada de 5 soldados conscriptos del Regimiento de Infantería N° 23 “Copiapó” y de una mujer de civil, que se había ofrecido para concurrir a entregar su colaboración personal.
Los jóvenes soldados fallecidos fueron Ariel Ernesto Gómez Michea, de Tierra Amarilla; Johnny Enrique Astudillo Vega, también de Tierra Amarilla; Pedro González Jofré, de Copiapó; Claudio Francisco Lillo Latorre, igualmente de Copiapó y Guillermo Bustamante Ferrada, oriundo de Talca, cuyos restos fueron trasladados hasta su tierra natal en un avión militar.
Todos ellos alcanzaron la inmortalidad de la gloria y el honor por entregar sus vidas en servicio al prójimo. Hoy sus nombres están grabados en un bronce como “Soldados Mártires de la Paz” que podemos encontrar en el patio del Regimiento copiapino.
También falleció en este lamentable accidente, la señora Lilian Silva Fritis, una legítima mujer mártir de la paz, ya que ella había llamado al Regimiento solicitando ayuda para salvar la vida de quienes estaban en peligro, pero no quiso quedarse sólo en las palabras y, tal como era su forma de vida, prestamente, se ofreció para acudir en persona a entregar su ayuda humanitaria, sin saber que no volvería al seno de su hogar.
Este triste episodio que enlutó a la zona, además del dolor que también vivían miles de damnificados, causó conmoción nacional, razón por la cual se hicieron presentes en nuestra ciudad, para conocer in situ los efectos del aguacero y participar en el velorio de los jóvenes soldados, el presidente de la República, Eduardo Frei Ruiz Tagle; el ministro de Defensa, Edmundo Pérez Yoma, y el vice comandante en jefe del Ejército, Guillermo Garín, entre otros personeros nacionales.
Lamentablemente, lo que fue una bendición del Cielo, como es la lluvia que mantuvo correntoso el rio Copiapó por casi tres años, se enturbió con la muerte de estos seres humanos y, obviamente, quedó de lado la alegría de haber recibido casi 100 milímetros de agua en 24 horas, que nos brindó más tarde un hermoso Desierto Florido y mucha agua en las napas subterráneas, la que hoy no existe por la explotación indiscriminada de nuestra cuenca hidrográfica.
MAGLIO CICARDINI NEIRA
Ex alcalde regionalista de Copiapó