Por Arturo Volantines
El Norte Grande fue poblado desde Chile por los hijos de Coquimbo y Atacama. Andrés Sabella publicó un libro llamado: Norte Grande (1944). Y, desde entonces, el hablante popular empezó a denominar así a las regiones de más al norte. Por esto mismo, quedaron las provincias de Atacama y Coquimbo como Norte Chico, con toda la carga peyorativa, que obviamente nos deprecia y degrada. Y la CORFO, en 1955, coronó esto, dividiendo al país en cinco zonas, resultando como Norte Chico las provincias de Atacama, Coquimbo y Aconcagua.
Pero. Esto no da cuenta del ser verdadero de estas provincias, que tanto han dado a nuestro país y al mundo.
Aquí nacieron, por ejemplo, las generaciones literarias más importantes del país, incluido una Premio Nobel. Y para qué decir de los hombres que fomentaron la minería, la justicia social y murieron por cientos en los campos de batalla: desde la resistencia a los incas, pasando por la Independencia; las luchas del 51, del 59, del 79 y del 91. Y con mujeres notables, como Hortensia Bustamante y Candelaria Goyenechea.
Por esto —y por mucho más— nos parece horrorosamente injusto que seamos el Norte Chico, porque de chico no tenemos nada, sino al revés: somos un manantial de identidad, patrimonio y proyección estelar. Los pirquineros hicieron sus herramientas: martillo, cuña y corvo. Fue natural que el Ejército Libertador del Norte hiciera sus propias armas. El fuelle ha sido la asociatividad. El mejor regimiento de la historia de Chile ha tenido un entramado de acero: cultivado en el origen de los laboreos de las minas.
Definimos como Norte Infinito a las regiones de Coquimbo y Atacama, ya que nuestro ethós es macizo, como piedra mineral o cuesco de chañar. Es más justo. Es más tesonero. Es más revolucionario. Refleja mejor nuestra identidad y, además, es una proposición de futuro esplendor.
El Norte Infinito no solo es una propuesta, sino que refleja lo mejor nuestro acervo. El Norte Infinito marca y sostiene nuestro lugar en el mundo y su distinción y diferenciación. Hemos generado un relato desde nosotros mismos.
El Norte Infinito posee muchas riquezas naturales y humanas. Puede gobernarse a sí mismo, manteniendo un productivo equilibrio. Y podemos salir directamente a los mercados internacionales e, incluso, ayudar a los países vecinos a ir a través del océano Pacífico.
Norte Infinito es la perspectiva de vivir en equilibrio, preocupados del medio ambiente; crecer sin destruir la naturaleza. Vivir en paz y armonía. Vivir en la madre tierra. Vivir en la perspectiva matriarcal. Debemos recuperar nuestro animismo primigenio.
El Norte Infinito es, en lo fundamental, una propuesta de ser: buscar conocernos, re-conocernos, de ir a nuestras potencialidades, para que seamos auto-sostenidos, plenos, activos y aportar al Estado de Chile como fue en la Guerra del Pacífico; eso sí, en el marco del respeto y de ser respetados.
El Norte Infinito es, también, desnudar nuestras tragedias: nuestros muertos y desaparecidos. Se busca que la paz sea viva y no de los cementerios. Se busca que la equidad no sea solo un deseo electoral, sino río arterial de la convivencia. Las Animitas somos nosotros.
El Norte Infinito es, además, un sueño para que seamos libres y colectivos e integrados al mundo; fraternos, donde sea un derecho la autogestión y el comunalismo; donde se consagre que las asambleas locales sean soberanas. El Norte Infinito es un lugar único en el mundo. El semi—árido es metálico de cielos limpios y donde la cordillera nos une con otros países. Y podamos auto-nombrarnos. Nombrar. Y no seamos un seudónimo copiado de otra nación.
El Norte Infinito es cuando este, en la andadura de los bofedales, va detrás de las cabras en los salientes de las montañas en búsqueda de la pastura fresca: contando las estrellas de la primavera y el amanecer. El Norte Infinito es cuando en el sosiego de la cordillera o de los campos florecidos –y en el humear del fogón de nuestro espíritu— nos preguntamos: Quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos y, sobre todo, cuál es el destino común de estos lugares palpitantes de los valles trasversales. Y cuando el lucero alumbra el atardecer de los churquis —y los queltehues vienen a descansar sobre los cogollos en el valle—, aparece el Norte Infinito regresando del pirquineo en la tarde que huele a queso recién hecho, a rescoldos y a camote asado: acaramelado en el fogón.
En fin, el Norte Infinito es el maray que se encuclilla: sosteniendo el fuego que garúa sobre los leños, mientras las huellas en su rostro se reflejan en el espejo de la llamarada de estos pueblos andinos cuando, a lo lejos, las nubes tricahues avanzan sobre la cordillera y la majada balando se va a dormir sobre el cansancio de la sequía de cien años, que corre por los campos, como palabras falsas, que suelen pronunciar las autoridades representadas del Estado centralista.
Cuando los hijos de la Independencia de Chile se volvieron chapetones y dejaron la revolución por la comodidad cenicienta del centralismo, los promeseros de La Candelaria se levantaron con la bandera azul: Pedro León Gallo, Pedro Pablo Muñoz, Manuel Antonio Matta y miles más como piedras fecundas: echaron a andar nuevas y distintas propuestas que siguen y seguirán apareciendo así nubes en el cielo. Y cuando el sol piscolado de la modernidad salpique a los poetas narcotizados en sus egos —y el arrope parroquiano y la rayuela federalista despierten como pumas al acecho— el Norte Infinito nos convocará a su gloria. Entonces, nos volveremos un lugar signante del mundo: greda fecunda y montaraz; “metal hermoso de Atacama, …”.
Porque, siempre será por siempre, cuando no es Homero ni Heródoto, sino nuestro oráculo tutelar quien nos cuenta, entre la gavilla de hechos y héroes: La tatarabuela copiapoe nos profetiza de una niña del Norte Infinito que escribe iluminada en sus faldas. Ella todavía no sabe —nos susurra en la ocarina del viento— que será discriminada por lesbiana, hosca y genuina; no sabe que le espera un destino penoso: la fama, la extrañeza y la belleza de morir lejos: en los brazos del desconsuelo desgarrado de no vivir sino de escribir con el dolor de la trashumancia de sus plumas y trutros. Sin embargo, su norte es nuestro infinito.