Esther Gómez
Directora nacional de Formación e Identidad, Universidad Santo Tomás.
Este 18 de julio recordamos los 700 años de la canonización de Tomás de Aquino. Es relevante porque la persona santa es, ante todo, muy humana, la mejor versión de sí misma. Este italiano del siglo XIII vivió la excelencia humana en varias dimensiones: con el estudio y la oración enriqueció su inteligencia al servicio de la verdad científica y teológica; con voluntad firme y constante venció las dificultades para realizar su vocación, era incansable en la búsqueda de respuestas a las grandes preguntas de la vida. También fue modelo de afabilidad y de cortesía, como le describen los testigos del proceso, tocaba el corazón de quienes le escuchaban, no corregía en público para no humillar y generó concordia en sus relaciones fraternales. Vivió desprendido de los bienes terrenos y libre para Dios.
Al proclamarle santo, se le propone como un actual y válido intérprete del Evangelio. Era un hombre de profunda oración y vivía la unión con Dios con una naturalidad pasmosa; varias de sus elevadas doctrinas las aprendía en la oración. Sus análisis de las virtudes teologales proceden de alguien que las conoce y de ellas impregna su vida. No usó sus capacidades en beneficio propio sino para alabar a Dios y edificar a los demás. Su fino análisis de los afectos, virtudes y vicios humanos es un tratado de psicología humana aún no superado donde distingue los actos y hábitos que embellecen nuestro carácter y los que lo afean, como temor, sufrimiento, alegría, esperanza, precaución, o precipitación y pusilanimidad.
Igual que el santo chileno Alberto Hurtado, ordenó todo para orientarse al fin último de la vida que fue un disparo a la eternidad, descubriendo en lo creado la huella del Creador y obrando para reflejar la luz que recibía de lo alto y de su inteligencia. La de santo Tomás ha sido un alma grande, que vivió eso que escribió: “Es propio del sabio hacer agradable la vida de quienes le rodean”. En efecto, ayudó a muchos, entonces y ahora, a avanzar en la comprensión de la humanidad y en los misterios de Dios, de quien somos hechura y en Él que seremos plenamente felices. Por eso apuesta por un uso de la libertad según la verdad del ser humano. Esta celebración puede ser una oportunidad de redescubrir los tesoros de este hombre que vivió la aventura humana iluminando a su alrededor, como una luz apacible que la recibe de otra mayor y que la entrega a otros.