El origen astronómico de la Navidad

En esta época del año, la Tierra se encuentra en una posición particular en su órbita alrededor del sol, el solsticio de invierno para el hemisferio Norte y de verano para nosotros.

La Navidad es una de las principales celebraciones del cristianismo, marcada hoy en día por los árboles luminosos, pesebres y reuniones familiares. Así, es una creencia generalizada que el nacimiento de Jesús fue el 25 de diciembre, aunque no existan evidencias históricas y bíblicas de la fecha exacta del acontecimiento. ¿Pero tiene alguna relación esta festividad con movimientos planetarios que rigen nuestro planeta?

De acuerdo con especialistas, esta fecha corresponde más bien al solsticio de invierno, que en la antigua Roma fue marcado por la celebración del festival del nacimiento del Sol Inconquistado (Dies Natalis Solis Invicti, en latín), el cual indicaba que nacía un nuevo Sol que vencía a la oscuridad y que a partir del final del solsticio de invierno (21 de diciembre) los días iban a hacerse más largos. Este Festival corría desde el 22 al 25 de diciembre representado según la mitología romana por el joven dios Mitra.

Con la incursión del cristianismo la celebración fue desplazada por Navidad. Este término viene de la palabra latina nativitas (natividad) que significa nacimiento y se refiere particularmente al comienzo del Sol Invictus que se celebraba cada 25 de diciembre.

De acuerdo con la directora del Centro de Astroquímica y Astrofísica de la Universidad Autónoma de Chile, Natalia Inostroza “la celebración de la Navidad en el solsticio de invierno, para el hemisferio Norte, sería una coincidencia, donde las noches son mínimas y en este sentido se le puede dotar de un simbolismo claro de renacimiento y renovación. A partir del solsticio, los días se alargan permitiendo que la actividad humana y la vida en general esté en todo su esplendor. La realidad cósmica del sol, que tenía un significado doble para los romanos, astronómico y divino, quedó asociado a un momento de suma importancia para la religión”.

Inostroza, destaca que además de asociar el solsticio de invierno al nacimiento de Jesús, la Iglesia relaciona el solsticio de verano al nacimiento de Juan Bautista, mientras que los equinoccios quedaron asociados a los momentos de su concepción (y muerte, al menos en el caso de Jesús).

«La predictibilidad de los fenómenos astronómicos entregan a la religión una simbología, dotando a la liturgia con alegorías celestes de gran importancia debido a la repetición de los ciclos cósmicos», explica Inostroza.

Otro ejemplo de esto es la “Estrella de Belén,” historia cristiana basada en el fenómeno astronómico que siguieron los Reyes Magos y que los hubiese llevado hasta el nacimiento de Jesús. De este fenómeno se desprenden muchas hipótesis, pero la más aceptada es que fue el cometa Halley. La llamada ‘Estrella de Belén’ entonces sería más bien un cometa, pues su descripción está asociada a un fenómeno lumínico, el cual, según el relato en el Evangelio de Mateo, tuvo un largo recorrido y eso solo lo puede hacer un cuerpo de este tipo con su cola y brillo.

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