Macarena Prieto Fernández
Académica Psicología, U.Central
La felicidad, ese estado sublime de satisfacción y plenitud, parece escurrirse entre los dedos de la sociedad contemporánea, dejando tras de sí preguntas sobre su naturaleza y accesibilidad. El contexto social, laboral y familiar, entre los espacios más comunes donde nos movemos a diario, hacen que el ritmo de vida se vuelva cada vez más vertiginoso, generando, o más bien, haciéndonos sentir que vivimos en un escenario en el que alcanzar o incluso sentirnos felices se convierte en una hazaña.
La presión por mantener una armonía, a veces superficial, puede llevar a la supresión de deseos y necesidades individuales. Encontrar el balance entre el compromiso familiar y la realización personal se convierte en un reto crucial en nuestra travesía hacia la felicidad.
En la búsqueda constante por encontrar significado y satisfacción, la felicidad emerge como el faro que guía nuestras decisiones más íntimas y aspiraciones. La psicología, a través de sus múltiples facetas, ha buscado descifrar este enigma que, aunque universalmente anhelado, se manifiesta de formas sorprendentemente diversas. La felicidad no es un destino, sino un viaje marcado por la comprensión de nuestras emociones, relaciones y, en última instancia, de nosotros mismos.
Aunque universalmente deseada, es profundamente personal y subjetiva. Factores internos como la gratitud, el optimismo y la resiliencia, juegan roles cruciales en cómo percibimos nuestra felicidad. Igualmente, los factores externos como las relaciones interpersonales, el sentido de comunidad y nuestro entorno, tienen un impacto en la percepción de la felicidad, ya que las relaciones sociales sólidas son uno de los predictores más fuertes de la felicidad.
La gratitud como ejercicio, también puede llegar a ser un predictor de plenitud en el ser humano. Al final de cada día, reflexionar sobre aquellas cosas por las que estamos agradecidos, puede transformar nuestra percepción de los eventos cotidianos, desplazando el enfoque de lo que nos falta a lo que ya poseemos. Esta simple práctica puede aumentar significativamente nuestro bienestar emocional, mostrando cómo los ajustes menores en nuestra actitud pueden tener efectos profundos en nuestra felicidad.
La felicidad, lejos de ser una quimera o un estado estático, es una experiencia compleja y multifacética que se entrelaza con los hilos más íntimos de nuestra existencia. La psicología, al desentrañar sus mecanismos y ofrecer estrategias para su cultivo, nos brinda una brújula para navegar esta búsqueda con mayor intención y comprensión. Ésta se encuentra no sólo en la mera acumulación de experiencias positivas, sino en nuestra capacidad para encontrar significado, conexión y satisfacción en nuestra propia vida.
el punto crucial para sentirnos felices y reconocer que es una decisión diaria de cómo queremos guiar nuestra vida es una práctica nos conecta con el momento presente y nos permite reconocer la belleza y el valor en las pequeñas cosas, a menudo pasadas por alto en el ajetreo diario. No es meramente un ejercicio de pensamiento positivo, sino una reconfiguración de nuestra percepción que puede tener efectos profundos en nuestra salud mental y bienestar. Al reflexionar sobre los pequeños momentos de alegría, estamos construyendo una base sólida para una felicidad duradera, arraigada en el aprecio por lo que ya tenemos, en lugar de en la búsqueda constante de lo que nos falta.