Argentina Hoy

Por Ulises Carabantes – Ingeniero Civil Industrial- Escritor

Recorriendo la ciudad de Buenos Aires todavía se puede apreciar la presencia de los llamados «arbolitos», unos tipos que están todo el día parados en las esquinas o en medio de las peatonales Florida y Lavalle gritando «¡dólares, dólares!», paisaje urbano que es producto de la fijación del precio del dólar por parte de los gobiernos de turno que hubo hasta diciembre pasado, no dejando flotar libremente el precio de la divisa estadounidense según las capacidades de producción y productivas de la economía argentina. La tasa de cambio en definitiva es comparable a la temperatura corporal, ésta es reflejo inmediato de lo bien que estemos de salud o por el contrario lo mal que podamos estar, la temperatura corporal no se puede fijar por arbitrio médico, si está alta, la solución médica pasa por abordar la causa raíz de dicho aumento. En el ámbito económico la tasa de cambio es lo mismo, la relación divisa local/dólar refleja ni más ni menos que la salud relativa de la economía de un país respecto de la potencia económica Estados Unidos. Los gobiernos anteriores en Argentina buscaron fijar un dólar bajo como herramienta aparentemente útil para controlar la inflación, por medio de tener un precio bajo, en pesos argentinos, de los artículos importados. Como contra sentido a dicha intervención estatal, los mismos gobiernos fijaron altas tasas impositivas a las importaciones provocando el encarecimiento de los productos importados. A esta «brillante», en realidad nefasta intervención estatal, hay que sumar un importante castigo a los exportadores argentinos, por medio de altas tasas impositivas a éstos, provocando lo obvio, desicentivo a la producción exportadora y por lo tanto una merma en el ingreso de divisas al país, presionando el precio del dólar al alza, es decir, a un aumento de la «temperatura corporal» del enfermo, manteniéndose la política de controlar ésta por medio de «cataplasmas de barro» como lo hacían las abuelas en el pasado.

Al ya señalado desincentivo a las exportaciones y además a la inversión en proyectos para la producción, se debe sumar otra «brillante» intervención estatal en Argentina, ya eliminada por cierto por el actual gobierno, la prohibición o restricción al retiro de utilidades para el inversionista extranjero. ¿Alguien medianamente honesto al emitir una apreciación podría decir que asignaría recursos a un negocio sin pretender un retorno económico del mismo? Creo que nadie va a asignar recursos a un negocio sin querer disponer de una utilidad a través de éste. Ni el más acérrimo  defensor de políticas estatales cuando saca dinero de SU bolsillo para un emprendimiento pretende que éste no genere un aumento de la disponibilidad de dinero en el mismo bolsillo. Claro que no. La rentabilidad de los negocios es la fuerza impulsora natural de la producción de bienes y servicios que todos necesitamos. Nadie se levanta muy temprano en la mañana a producir pan, como una suerte de invento extraño. Hay quienes se levantan muy temprano a producir pan porque hay necesidad de consumo de pan de parte de la población y quien se involucra en dicha producción pretende la legítima retribución económica a dicha actividad. De establecerse una prohibión a la rentabilidad sobre esa o cualquier otra actividad productiva se estará propiciando la inexistencia de producción. Ergo, un Estado interventor que pretende que exista producción de bienes y servicios sin rentabilidad de los negocios, es un Estado que en definitiva propende a que no exista producción, es decir es un Estado que propende a la NO generación de riqueza que en el común de los ciudadanos se refleja en la inexistencia de fuentes laborales, es decir, de trabajo remunerado o en definitiva, aumento de pobreza en la población. Pero, para un Estado interventor no hay límites para «la magia», para poder siempre sacar un conejo del sombrero, aunque continúe hundiendo al país en un profundo pozo colmado de heces. ¿No hay puestos de trabajo porque hemos desincentivado la producción?, y, ¿el ciudadano común no tiene dinero para su sustento?. «No hay problemas» , dice el Estado interventor vestido de negro y con un elegante sombrero de copa. El Estado, con enorme magnanimidad, creará planes de apoyo para los sin trabajo y por supuesto también entregará cajas de alimentos para los menesterosos, concretando el control de la vida de los individuos por medio del hambre, del estómago, en forma directa o a través de «organizaciones sociales» que utilizan para sus propios fines políticos la necesidad de comer que tiene la población, como ha venido ocurriendo en Argentina. Es decir, las políticas de intervención del Estado sólo terminan generando hambrientos y a través de eso, prisioneros por el hambre. Una vida indigna que en países como Venezuela, el «faro luminosos de América», según algunos, ha generado ha generado una crisis humanitaria de enormes proporciones, el éxodo de casi ocho millones de venezolanos, llevando a una altísima proporción de éstos a buscar llegar a un país de economía de libre mercado como Chile. Los podemos ver en nuestras calles. A buen entendedor, pocas palabras.

Volviendo a Argentina es necesario considerar que las dádivas aparentemente sin costo sólo pueden durar un tiempo. Llega un momento en que la falta de producción se refleja en las arcas fiscales y ya no hay dinero para entregar a los sin trabajo… «¿Cuál es el problema?», dice muy sonriente el Estado interventor y quitándose el elegante sombrero de copa de la cabeza, anuncia: «¡¡se imprimen billetes!!». Y esto no es más que la diabética guinda de la torta de las «mágicas» intervenciones estatales que pueden llevar a un país al desastre total. Dicha guinda es la inflación que viene en definitiva a perjudicar más a quienes, por la intervención estatal, ya están sin trabajo. Para el turista, el afuerino, en Buenos Aires esto se palpa en los ya referidos “arbolitos», el mercado negro del dólar, que como todo mercado negro es consecuencia de la fijación de precios por parte del Estado. Por unos pocos dólares, uno se va con los bolsilllos a reventar de papel moneda, de billetes sin valor. Es posible palpar empíricamente el muy bajo valor del peso argentino como consecuencia de las «mágicas» intervenciones económicas del Estado. Los «arbolitos» tienen montada una verdadera industria del mercado negro de divisas, en pequeños kioskos, existentes en apariencia para vender flores o revistas o diarios, colmados en su interior de enormes fajos de billetes y hasta habilitados con máquina para contar el dinero que se transa. A plena luz del día, a vista de todos, es el mercado donde se transa el dólar con el verdadero precio que éste tiene en Argentina, de acuerdo con el estado de salud de la economía de este país. Ahí, en los «arbolitos» parados en las peatonales Florida y Lavalle, está la verdadera temperatura corporal del enfermo. Y no aquella que arbitrariamente fija el Estado.

Moraleja: un Estado interventor, articulado por burócratas que están toda una vida viviendo de sus arcas y a través de esos burócratas propende a la restricción o directamente prohibición de la actividad económica, de la inversión y con esto de generación de fuentes laborales, es un Estado enemigo de la población, que en el mediano o largo plazo llevará a un país a enormes problemas como los tiene hoy Argentina o crisis humanitarias como es el caso de Venezuela.

La mejor política pública es el pleno empleo a través de la fuerza creadora de cada uno de los habitantes de un país. Si el Estado puede acompañar positivamente en ésto, sólo ahí su protagonismo es bienvenido.

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