La ‘violencia lenta’ del Estado hacia las mujeres privadas de libertad

Paula Medina
Directora Magíster en Sistema Penal, U.Central

En 2018, un estudio sobre las condiciones de vida intracarcelarias de personas con discapacidad, realizado por la Facultad de Derecho y Humanidades de la Universidad Central, constató –entre otros problemas- la falta de servicios higiénicos en el Centro Penitenciario Femenino (CPF) de Santiago. Las mujeres, en especial durante la noche, no tenían acceso a baños y debían realizar sus necesidades en tarros y baldes. Esta situación, por cierto, era especialmente difícil para mujeres de edad avanzada y/o en silla de ruedas.

Sin embargo, la carencia de servicios higiénicos no fue un hallazgo novedoso de esa investigación. Otros ya habían evidenciado que esta situación se arrastraba hace mucho tiempo, como los estudios de condiciones carcelarias del Instituto Nacional de Derechos Humanos o los informes de visitas carcelarias de la Fiscalía del Poder Judicial. Pese al pleno conocimiento de esta realidad por parte de esas instituciones nacionales tan relevantes, como también de las propias autoridades de Gendarmería de Chile y del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos -que en junio de 2023 anunciaron un supuesto “Plan de trabajo de mejoramiento de condiciones carcelarias de mujeres privadas de libertad”-, las mujeres del CPF Santiago, así como de otros recintos penales del país, continúan viviendo en la misma precariedad.

Así lo dio a conocer un informe emitido el 22 de mayo de este año por la fiscal judicial de la Corte de San Miguel, Carla Troncoso, respecto del estado en que se encontraba la unidad de Alta Seguridad del CPF Santiago, señalando que durante las horas de encierro las internas debían utilizar “tarros y baldes” para paliar la falta de baños.

Rob Nixon, escribió en el 2011 un libro llamado “La violencia lenta y el ecologismo de los pobres”, aludiendo a una forma de violencia que a menudo pasa desapercibida, que es minimizada, pasada por alto, pero no por eso es menos dañina. Las mujeres privadas de libertad están expuestas cotidianamente a la “violencia lenta del Estado”, que tolera y deja que la inercia y la miseria del sistema carcelario carcoma sus vidas, sus mentes y sus cuerpos, a través de la exposición cotidiana a la extrema pobreza material, al frío invernal y al calor sofocante del verano, a espacios insalubres, a filtraciones de lluvias y alcantarillas, a plagas de ratones e insectos. La violencia lenta daña en forma gradual, pero sostenida. Es menos espectacular que otras formas de violencia grave dentro del contexto carcelario, y por lo mismo es menos atendida e incluso a menudo no considerada como violencia. Pero lo es, y su impacto es profundo y tóxico, porque transmite un mensaje permanente y silencioso hacia las personas recluidas, que les hace sentir que sus vidas son indignas y no merecen ser vividas.

Quisiera creer que algo cambiará, pero temo que en un tiempo más tengamos que “sorprendernos” nuevamente, con una noticia que nos informe que las mujeres privadas de libertad tienen tarros y baldes en vez de WC.

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