Dr. Carlos Guajardo Castillo
Académico Facultad de Educación, UCentral
Desde que nos levantamos y hasta que nos vamos a dormir, el celular se ha convertido en un mecanismo de satisfacción asociado a la molécula de la felicidad: la dopamina. Esta sustancia que se ubica en nuestro cerebro es fundamental para que los seres humanos podamos aprender lo que sabemos y su ausencia nos puede llegar a provocar una sensación de debilitamiento cognitivo, desmotivación por lo que hacemos y hasta el desencadenamiento del estrés o la depresión si no la sabemos trabajar.
El uso del celular ha llegado a ser un dispositivo que, sin darnos cuenta, nos convierte en víctimas de momentos de “felicidad y satisfacción” que, sin embargo, pueden llegar a ser momentáneos. Luego que nuestro cerebro reacciona, ese instante de alegría y satisfacción es boicoteado como consecuencia de los miles de tentaciones que nos convidan las redes sociales, tales como: la última versión del celular que ha salido, el tratamiento de belleza que me hará sentir más joven, la dieta que me hará adelgazar en un mes y un largo etcétera que no es más que una reacción de dopamina que nos hace felices momentáneamente y que en la mayoría de los casos no la sabemos regular.
Acá es donde ligo esto, frente al histórico cuestionamiento de si es bueno o no el uso del celular en la escuela, siendo este el espacio en que el cerebro de los niños y los adolescentes se encuentra en pleno desarrollo y cualquier distracción que provenga de redes sociales y otras aplicaciones, se termine convirtiendo en una “arma coercitiva” para aprender desde una perspectiva crítica y compleja. Si bien, la dopamina estará cumpliendo una función de estimular la felicidad, el grado de interferencia no será otro que “abandonar” lo que no me motiva – en este caso la escuela – sin lograr un control de la memoria, las sensaciones y emociones que predominan en un ambiente que acontece a cargo de un profesor y estudiantes que aprenden frente a frente sin estar en manos de las distracciones de las pantallas digitales.
La educación no puede estar al debe de este asunto, habrá que enseñar materias que hoy sabemos pueden ser aprendidas desde la misma inteligencia artificial. Tiene la responsabilidad de educar a las futuras generaciones en cuestiones que más tarde no servirán literalmente de nada. No es normal que millones de estudiantes en el mundo, en los distintos niveles formativos, estén silenciosamente sufriendo a causa del estrés la depresión e incluso el suicidio que logran transmitir la infelicidad de las redes sociales.