Por Victoria Pérez, académica de la carrera de Nutrición y Dietética de la U.Central Región de Coquimbo.
Al hablar de alimentación es inevitable reflexionar sobre cómo estos hábitos han cambiado de forma alarmante en Chile. Durante décadas, nuestra dieta estuvo basada en productos frescos y mínimamente procesados, reflejo de una rica herencia cultural que combinaba influencias indígenas, españolas y francesas. Platos tradicionales como la cazuela o el charquicán eran el centro de una alimentación nutritiva y equilibrada.
Hoy, ese panorama ha dado un giro preocupante. El consumo de alimentos ultraprocesados ha crecido exponencialmente, desplazando a las preparaciones caseras. Estos productos, elaborados mediante procesos industriales complejos, no solo son nutricionalmente pobres y altamente calóricos, sino que también son promovidos de manera engañosa, creando la falsa impresión de ser saludables.
Las cifras lo confirman: Chile lidera en América Latina con un 34.4% de su población adulta obesa, según datos de la OCDE, y más del 74% de los chilenos tiene sobrepeso o alguna forma de obesidad. Este alarmante aumento de peso ha traído consigo un aumento drástico de enfermedades crónicas como la Diabetes Mellitus tipo 2, la Hipertensión y enfermedades cardiovasculares.
En este aspecto, Chile ha dado pasos importantes, con la implementación del etiquetado de advertencia en alimentos, pero esto no ha sido suficiente. Es fundamental que recuperemos nuestras tradiciones alimentarias, basadas en productos frescos y locales, no solo por la salud pública, sino también por el apoyo a la economía local y la preservación de nuestra identidad culinaria.
En este Día Mundial de la Alimentación, debemos reconocer que la solución no radica solo en cambios individuales, sino en políticas que garanticen el acceso equitativo a alimentos saludables. Recuperar nuestras raíces alimentarias y volver a lo natural, no es solo una cuestión de salud, sino de justicia, sostenibilidad y responsabilidad hacia las futuras generaciones.