Dra. Miriam Pardo Fariña, académica de la Escuela de Psicología, UNAB Sede Viña del Mar
Compartir en Navidad sigue siendo importante en nuestra cultura, por lo que las familias se reúnen en torno a la mesa y, por supuesto, junto al árbol que cobija los regalos. ¿Qué sucede, entonces, con las personas que están solas en estas fechas?
Podemos considerar variadas situaciones en estos estados de soledad. Por una parte, hay adultos mayores autovalentes, así como adultos jóvenes que llevan una vida independiente. Son personas que viven solas, los familiares pueden encontrarse en otras regiones, o bien, puede haber conflictos familiares y se elige estar solo. Se destaca que, como estas personas están acostumbradas a vivir en soledad, tienen las herramientas afectivas para afrontar estos momentos; sin embargo, como la Navidad invita a estar en familia, así como al recogimiento y la reflexión, las calles suelen estar vacías. Bajo esta mirada es posible que la persona que esté sola sienta tristeza por su situación actual; inclusive, también podría emocionarse y luego reflexionar sobre aquello para darle un sentido a lo que le sucede. Estas personas pueden optar por no hacer algún rito en casa, como es el caso de poner la mesa para una cena, aunque sea solitaria; lo anterior, con el objetivo de evitar vincularse con sentimientos penosos. También podría ocurrir lo contrario, y hacer una cena para ella misma, colocando de fondo la televisión o escuchando música.
En otros casos, cuando la persona no es autovalente, generalmente los familiares buscan los modos de acompañarla. Puede ocurrir que por su enfermedad esté postrada, por lo tanto, no compartirá de manera directa con sus seres queridos en la mesa de Navidad. En tales casos, si la familia transforma el espacio de la habitación en un lugar para compartir y disfrutar, el momento puede transformarse en una experiencia única y grata para todos, especialmente para el familiar enfermo.
Hay personas que requieren vivir el rito religioso de la Navidad que conmemora el nacimiento de Jesús. En tal caso, si la persona ha decidido estar sola y la creencia es potente, elegirá ir a la Misa, en el caso de los católicos, para luego celebrar en su casa el nacimiento de Jesús, reflexionando en este acontecimiento. En estas situaciones, la fe puede disipar penas al centrar el pensamiento y los afectos en el sentido religioso de la fecha. En otras ocasiones, la persona creyente reza en su casa y realiza algunas actividades antes o después de cenar sin perder de vista que estos momentos estarán dedicados a pensar en el nacimiento de Jesús, por lo que le dará más importancia al pesebre que al árbol de Navidad.
Finalmente, y lo que resulta más complejo, es cuando alguien es rotundamente rechazado por su familia, por diversas razones, y la Navidad se torna en una soledad obligada y sufriente, independientemente de las razones del conflicto. Si esa persona no es creyente, el lineamiento religioso no será una opción, por lo tanto, buscará otros modos de sobrellevar el momento.
En estos casos de rechazo, es necesario prestar atención a la persona que padece el rechazo de su familia. ¿Podrá sobrellevar estos momentos en que la soledad puede ser fatal si la persona tiene ideación suicida y no hay una palabra de apoyo en un momento que, culturalmente, se concibe en familia?
Salir del narcisismo para compartir, permite mirar al otro de forma más amigable y amorosa. Esto último involucra una responsabilidad social, iniciando con nuestros propios familiares, con los que están juntos a nosotros en estas fiestas, pero también con los que están solos. Asimismo, pensarnos en comunidad también nos permite salir de nuestro propio aislamiento y autogratificación. Definitivamente, la posibilidad de hacer lazo social con los demás nos hace más humanos.