Por Tatiana Pizarro, académica de la carrera de psicología de la Universidad Central Región de Coquimbo.
La serie “Adolescencia” es una miniserie británica que sigue la historia de Jamie Miller, un adolescente de 13 años arrestado por el asesinato de su compañera de clase, Katie. A lo largo de cuatro episodios, la serie aborda temas como la violencia juvenil, la influencia de las redes sociales y la cultura “incel”, mostrando cómo estos factores afectan profundamente a los jóvenes y a sus familias.
El cuarto capítulo se detiene especialmente en las dinámicas familiares y en lo difícil que puede ser la crianza. Una escena clave de este capítulo es cuando los padres de Jamie se cuestionan y se culpan por lo ocurrido. Es una escena que duele, porque muestra una verdad incómoda: aunque haya cariño y presencia, un hijo puede sufrir en silencio. Como señala Kaës (2000), muchas veces el malestar psíquico no es evidente, se esconde en conductas normales, en el silencio o incluso en la obediencia. Los padres de Jamie no fueron indiferentes, pero eso no los hizo inmunes a perder de vista el dolor de su hijo.
Hoy en día, ser padre o madre implica muchas más exigencias que antes. Pareciera que ya no alcanza con cuidar y educar: también se espera que los adultos sepan leer las emociones de sus hijos/as, sepan escuchar sin juzgar, acompañar sin controlar. De acuerdo a Winnicott (1953), no se trata de ser perfectos, sino de ser padres suficientemente buenos. Sin embargo, la presión social hace que cada error parental se sienta como una gran falla. Por eso no sorprende que los padres de Jamie se derrumben al pensar que fallaron, a pesar de haber criado con amor.
El psicoanálisis no entrega recetas para criar, pero sí una idea poderosa: ningún padre o madre puede serlo todo para su hijo. Siempre habrá algo que no se puede dar, algo que no se alcanza. Y eso no es un problema, es parte de crecer. Como señala Lacan (1969), es justamente en esa falta donde empezamos a desear, a construir nuestra identidad y nuestro camino. Sin falta no hay crecimiento. Si los adultos lo dieran todo, no habría espacio para que el hijo se separe y se vuelva un sujeto por sí mismo. Por eso, más que intentar llenar todos los vacíos, el desafío es acompañar con límites, con presencia, y aceptar que no podemos (ni debemos) serlo todo.
La serie “Adolescencia” nos recuerda que no hay fórmulas seguras para criar. Criar se trata de acompañar sin certezas, con amor, pero también con límites, frustraciones, y con la capacidad de soportar que siempre habrá faltas. En un mundo donde los adolescentes están cada vez más expuestos a presiones y discursos contradictorios. La tarea de los adultos es escuchar más, no ser padres ideales, sino padres posibles, con dudas y errores, que sostienen el vínculo y transmiten cuidado.