Por Jéssica Rojas Gahona, Seremi de Salud
La viruela atacaba a la población chilena desde que llegaron los españoles al país. Alrededor de un tercio de los enfermos morían. La primera vacuna se desarrolló contra este virus y en el siglo XIX se libró una dura batalla para inocularla a la población. Las dificultades eran muy variadas, desde sectores de la elite que se oponían, incluyendo parlamentarios, hasta gran parte de los sectores populares.
El pueblo desconfiaba de la ciencia. Las personas preferían acudir a la medicina popular, atemorizadas de contraer la enfermedad, ya que no comprendían por qué personas sanas debían inyectarse, argumentando que se trataba más bien de un método de contagio. Tampoco ayudaba el hecho de que la forma de llevar a cabo la inoculación era bastante más dolorosa que la actual.
Un siglo se demoró la Junta de vacunas en ganarle a la desconfianza y mostrar que la epidemia retrocedía con la vacunación masiva, ayudada por la educación. En 1959 se erradicó la viruela del país.
Mirar estos hechos históricos, comprobables, con mucha evidencia científica, nos lleva a cuestionarnos el escenario actual, personas que a pesar de todo lo anterior, ponen en duda la eficacia de las vacunas tienen tribuna para difundir sus convicciones y pueden llamar a la población a no hacerlo.
Toda la evidencia demuestra que las vacunas salvan vidas.
Miremos lo ocurrido con el Covid- 19. Más de setenta y cinco mil muertes se evitaron con la vacunación masiva. Con las campañas de 2021 y 2022, se impidieron 1.030.648 contagios, 268.784 hospitalizaciones y 85.830 ingresos a las Unidades de Cuidados Intensivos. Así lo afirma el estudio del Centro de Modelamiento Matemático de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, dado a conocer el 3 de mayo de 2024.
Si observamos lo ocurrido con el virus respiratorio sincicial tendremos otro ejemplo reciente. En el año 2024 se comenzó a inocular por primera vez el medicamento Nirsevimab a los recién nacidos y lactantes. El resultado fue maravilloso: ningún lactante murió producto de esta enfermedad en el país, los años anteriores, en cambio, en promedio fallecían once lactantes cada año; mientras que las hospitalizaciones se redujeron en un 95 por ciento.
Hay una decena de enfermedades erradicadas en el país gracias a las vacunas. La mortalidad infantil ha disminuido considerablemente, no vemos a niños y niñas con discapacidades producidas por la poliomielitis, tampoco a personas ciegas, sordas, con cardiopatías hereditarias o secuelas neurológicas debido a la rubeola congénita. El tétanos es muy escaso, por lo que no observamos los dolorosos espasmos de quienes lo padecían y que finalmente morían.
Los argumentos antivacunas tienen, en su base, la necesidad de identidad y de pertenencia a un grupo, es difícil rebatirlos con evidencia empírica, datos, información, ya que forma parte más bien de una creencia o convicción de la persona. Lo grave es que estos argumentos y su difusión tienen consecuencias, como el rechazo de padres y madres a vacunar a sus hijos e hijas, o de las personas adultas a inmunizarse en momentos en que es urgente hacerlo. Desconfiar de una política pública sanitaria que ha sido sumamente exitosa en nuestro país, con logros claros, es difícil de comprender en pleno siglo XXI, un problema que creímos dejar atrás en el siglo XX, pero que está presente y en el que deberemos seguir trabajando como sociedad para superar a través de la educación permanente, que incluya la científica.