Eduardo Schindler – Zürich, Julio 2025
El escándalo de licencias falsas conmociona al país. Van 25.000 casos, 800 instituciones estafadas y sólo en dos años. Este episodio refleja una nociva decadencia moral que afecta a la sociedad chilena, y ha motivado al Cardenal Fernando Chomali a publicar el artículo “Mala conciencia, dura almohada”, en el cual resalta una lista de “cohecho, tráfico de influencias, estafas, despilfarro de bienes públicos” y otros males. Resulta irónico el que a pesar de esta larga y onerosa lista de trasgresiones para desfalcar al Estado, Chile sea todavía catalogado como la segunda nación menos corrupta del continente.
¿Cómo es posible que participe tanta gente y durante tanto tiempo sin ser denunciados? Es evidente que estamos en presencia de autoridades incapaces y/o cómplices de abusos graves y reiterados al destino de los recursos públicos. A diferencia del Cardenal, no creo que la cleptocracia esté reemplazando a la democracia. En vez, este fenómeno es sólo una manifestación/síntoma adicional de una “enfermedad” que es todavía más grave y profunda – a saber: el insistir, desde el 1990 a la fecha, en utilizar una forma de supuesta democracia que es obsoleta y retrógrada, y que está plagada de imperfecciones que no logra evitar ni corregir por sí misma. Ya van 8 gobiernos, cambian los nombres, se alternan los partidos, y la situación general no ha dejado de empeorar.
El origen del flagelo que representa la cleptocracia está en quienes eligen como autoridades a gente impreparada, que promueve un Estado aún más grande, que asuma todavía más cosas a pesar de hacer mal las que ya hace, que cobra mayores impuestos, y que le quita espacios a la iniciativa privada. Los resultados están a la vista: más grande es el balde y mayor su contenido, tanto más atractivo y fácil para la cleptocracia el hacerle hoyos y robar agua. Por ello, el padecer de los efectos nocivos de una almohada dura es el precio que Chile paga por continuar a auto-inflingirse la misma “enfermedad” una y otra vez – cada 4 años, y desde hace ya 35 años.
El padecer bajo un sistema político imperfecto y abusivo no es un privilegio de Chile. La lista de países con hoyos en sus baldes es bien larga, es un fenómeno que existe hace milenios, afecta a naciones de todo tipo, e incluye hasta las más altas esferas. Un ejemplo entre miles es el arreglín entre el presidente de Francia y el canciller de Alemania en 1992: un pago secreto de US$ 50 mio. al partido de este último a cambio de la venta de una refinería en la ex-DDR a una empresa estatal francesa. Un precio a lo amigo era parte del acuerdo. No hay nación en el planeta que no tenga su lista de pecados – más o menos largas, y más o menos serios. Pero es un “cáncer” que afecta a países ricos y pobres, izquierda y derecha, democracias y autocracias, y en los 5 continentes. El común denominador entre estas naciones es el tener una democracia representativa que le permite a la clase política el operar al amparo del derecho a una supervisión e intervención activa y permanente de la ciudadanía respecto del uso del erario nacional.
La mala noticia es que la progresión incontrolada e imparable de síntomas tan graves como la cleptocracia, la delincuencia, la radicalización de la sociedad, etc., indica que la almohada se ha puesto tan dura que el cambiar autoridades cada 4 años constituye – a estas alturas – sólo una medicina paliativa y ya no más curativa de la “enfermedad” que los genera. El nivel de avance y gravedad alcanzado en el deterioro del sistema político es tal que quienquiera que gane las elecciones a fines de año (o las que siguen), ninguna persona o partido estará en condiciones de revertir, en forma eficaz y duradera, el espiral vicioso que está arrastrando a Chile inexorablemente hacia problemas todavía mayores.
La buena noticia es que la medicina curativa existe, y que está al alcance de la sociedad chilena. De hecho hay unos pocos países con almohada blanda. Entre ellos se encuentra Suiza. Y la diferencia fundamental respecto a las 180 naciones que sufren con una almohada dura es que aquí tenemos el derecho político a referendar 4 veces por año además del de elegir autoridades cada 4 años (www.swiss-democracy.ch).
Este instrumento distintivo de la democracia directa nos permiten monitorear y anular cualquier gasto público superfluo, exagerado o sospechoso ANTES que se gaste la plata – en vez de tener que lamentarse impotentes DESPUES que ella ya partió. El derecho a referendar gastos es permanente e ilimitado, y se aplica a gastos promulgados por autoridades de nivel municipal, regional, e incluso nacional. Además, no tenemos que esperar años acumulando rabia y frustración para deshacernos de autoridades que causan daños financieros con la vana esperanza que las nuevas se comporten mejor. Y como el 65% de los impuestos recaudados no parten al gobierno central, sino que se quedan/utilizan en la región y comuna en que se generan, la gente hace mucha atención al destino que las autoridades locales le dan a los impuestos que se pagan. Esta combinación entre una supervisión muy cercana y permanente, una gran transparencia en el uso de fondos públicos y la posibilidad de intervención rápida en caso de necesidad es 100 veces más eficaz que el alternar gobiernos para evitar que la almohada se ponga dura.
Chile puede pasar de la medicina paliativa a la curativa en cualquier momento. Ya ahora. Basta que la gente se movilice y exija el que las autoridades les reconozca/implemente el derecho político a referendar varias veces por año como uno a la par y tan irrenunciable como el de elegir cada 4 años. La almohada se pondrá más blanda bien rapidito, y para siempre. Así de simple.