Por Wilson Wastavino Rivera
Que la sociedad chilena no permita a la mujer decidir libremente sobre su cuerpo e integridad natural, tiene mucho de hipocresía, aprovechamiento político y la extorsión de las iglesias. Si, ver que esto no avanza, muy por el contrario se pone mas cuesta arriba cuando surgen instancias políticas social-cristianas que derriban en el congreso y la sociedad estas expectativas que la mujer del nuevo milenio viene pidiendo en esta y otras instancias, que al final demuestran que el país no garantiza avances en materias que afectan directamente a las mujeres, que no es necesario seguir mencionando ya que a diario viven en desventaja frente al machismo disfrazado de democracia.
En nuestro país, el aborto se practica a diario y si bien ya no existen tantas clínicas clandestinas que en tiempos anteriores dejaban al descubierto riesgos sanitarios y personas inescrupulosas que por años han lucrado a costa de esta necesidad. Hoy la sociedad, la tecnología y las nuevas formas de operar frente al aborto, han traído al interior de los hogares esta practica que se realiza de manera autónoma, ingiriendo medicamentos que se obtienen en el mercado negro, dejando millonarias utilidades al crimen organizado que también lucra con esto y donde las empresas de encomiendas hacen llegar hasta los hogares de mujeres de distintas clases sociales y edades, que al enterarse de esta condición recurren para interrumpir embarazos no deseados y que no calzan en las 3 causales que el legislador de manera acotada les ha concedido.
Hasta 150.000 abortos se realizan anualmente en Chile y la sociedad lo oculta bajo la alfombra, con la complicidad de un parlamento que se niega a resolver de manera realista y contando con todos los antecedentes necesarios para que, de manera efectiva se puedan respetar los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, por ello con la compra clandestina de medicamentos como el Misoprostol, hoy consumido en los hogares por mujeres que se arriesgan porque están frente a embarazos no planificados o no deseados y que se exponen a estafas, poniendo en riesgo su salud sexual y reproductiva y porque no decirlo, sus vidas.
Lo peor es la criminalizaciòn del aborto fuera de las tres causales, que implica para estas mujeres el riesgo de ser denunciadas por quienes conocen su situación y esto puede ser una barrera para no acceder a atención de salud en caso de complicaciones urgentes, esto por el riesgo de tener que declarar y ser encontradas culpables y finalmente sancionadas por los tribunales y tener que cumplir una condena penal y donde estando hospitalizadas son interrogadas y expuestas a malos tratos por agentes policiales y con las dificultades que significa contar con representación jurídica.
Hoy vemos con decepción que las principales candidaturas presidenciales no contemplen en sus programas atender esta realidad de la sociedad chilena, donde el 55% (según Cadem de junio del presente año) esté de acuerdo en que las mujeres puedan realizarse aborto en algunas circunstancias, mas allá de las 3 causales, pero la esperanza esta puesta en que pueda aumentar el número de parlamentarios y parlamentarias que atiendan esta situación en el futuro congreso, donde exista la voluntad, por una parte, de generar un amplio debate al respecto, donde se nutra a la población de la información necesaria para entender la problemática y por otra, proponer un plan para que los embarazos riesgosos, no planificados y no deseados puedan atenderse en los centros de salud con todas las garantías y condiciones de salubridad y libre acceso, sin discriminaciones de ninguna índole para garantizar una debida atención que no ponga en riego la salud y la vida de miles de mujeres que año a año en nuestro país se realizan abortos clandestinos ya no en lugares ajenos a su residencia.
Quizá mientras lea este comentario, una hija, nieta, esposa , hermana o amiga esté realizándose un aborto refugiada en su dormitorio y el baño de su casa, en el aislamiento al que la somete nuestra propia sociedad por esconder la cabeza como la avestruz ante una realidad tan evidente y que no queremos ver.