Chile entra al mapa mundial del Triásico: así se descubrió un ecosistema completo en el desierto

Por Ma. Belén Lara, investigadora de la U. de Atacama & Ciencia e Innovación para el Futuro

Hay momentos en la vida científica que marcan un antes y un después. Para mí, el hallazgo de la Formación El Mono, en la Región de Atacama, es uno de ellos. No todos los días se descubre un yacimiento que permite reconstruir un ecosistema casi completo del Periodo Triásico, con su cadena trófica casi intacta, desde las plantas hasta los vertebrados. Estamos hablando de un paisaje biológico de más de 230 millones de años, conservado bajo el desierto, que hoy vuelve a contarnos su historia.

Lo que encontramos es la evidencia de una comunidad viva, un conjunto de organismos que convivieron, se alimentaron y evolucionaron en lo que hoy conocemos como el norte de Chile. Por eso, cuando decimos que este yacimiento tiene características de un Konservat Lagerstätte, una denominación alemana para los depósitos de preservación excepcional, hablamos de un lugar único. Lo decimos porque allí se conservan estructuras extremadamente delicadas, como alas y cuerpos de insectos, huesos articulados de peces y restos vegetales con un nivel de detalle anatómico que raramente se observa en este tipo de formaciones.

Hasta ahora, la mayoría de los yacimientos triásicos reconocidos a nivel mundial se concentraban en lugares de Asia Central, Sudáfrica, Australia o Argentina. Chile, en cambio, era una gran incógnita. No porque careciera de fósiles, sino porque no se había explorado de manera sistemática. Por eso este hallazgo demuestra que el Triásico chileno tiene un potencial enorme para aportar a la comprensión global de ese período clave en la historia de la vida.

Detrás de este trabajo hay un equipo apasionado y multidisciplinario. El estudio fue liderado por Diego Volosky, quien realiza su doctorado en Alemania con una beca cofinanciada entre Chile y Alemania, y reunió a especialistas de distintas áreas: geología, paleobotánica y paleoentomología. Cada quien aportó su mirada, sus métodos y sus horas de trabajo. Y en conjunto logramos algo que trasciende los límites de nuestras disciplinas: reconstruir una biota triásica del hemisferio sur con una precisión inédita para el país.

Las campañas en terreno no fueron fáciles. Trabajamos en altura, en zonas áridas, bajo el sol intenso del desierto y dentro de los límites de faenas mineras, con todos los protocolos y restricciones que eso implica. Cada fósil hallado es el resultado de horas, y a veces días de excavar, picar, limpiar y observar. Hay jornadas en que no aparece nada, y otras en que un pequeño fragmento de roca cambia toda la perspectiva del proyecto.

Una de las cosas que más valoro de este proceso es el trabajo colaborativo. No se trata de una investigación centrada en un único fósil o un solo grupo de organismos, sino de un esfuerzo conjunto que integra la información geológica con la paleontológica. Saber en qué tipo de roca, bajo qué condiciones paleoambientales y en qué contexto sedimentario se preservaron los restos, es fundamental para interpretar cómo era aquel ecosistema.

Este hallazgo también nos invita a mirar hacia adelante. Soy argentina, conocí Copiapó en 2024 gracias a la participación en el III Congreso Chileno de Paleontología, y puedo ver que la Región de Atacama posee un patrimonio paleontológico que apenas comenzamos a dimensionar. Cada nueva campaña que venga a futuro revelará más fósiles, más preguntas, más posibilidades. Por eso es tan relevante que la Universidad de Atacama esté dando pasos firmes para fortalecer esta área, con la próxima apertura de la carrera de Licenciatura en Ciencias con mención en Paleontología y un nuevo magíster especializado.

Personalmente, este proyecto ha sido una experiencia transformadora. Al llegar a Chile me encontré con una comunidad científica que me abrió las puertas. Me sorprendió ver el interés que despierta la paleontología entre los estudiantes y la gente de Copiapó. Hay una energía enorme por aprender y descubrir, y creo que eso será el motor para que esta región se consolide como un polo de investigación y divulgación científica.

En mi caso, me dedico al estudio de los insectos fósiles, un campo que recién comienza a desarrollarse en Chile. Durante años, los insectos del Triásico eran hallazgos accidentales, encontrados entre restos de plantas o rocas. Hoy, por primera vez, estamos saliendo al campo con el propósito explícito de buscarlos. Y lo que hemos hallado es fascinante: ejemplares de cucarachas fósiles que, con más de 230 millones de años, se parecen increíblemente a las que existen hoy. Esa continuidad, esa persistencia de la vida a través del tiempo, me resulta profundamente conmovedora.

Este descubrimiento es tan importante que no se trata solo de fósiles, sino de una oportunidad para repensar nuestra relación con el territorio, con la investigación y con la educación. La paleontología en Chile tiene un futuro prometedor, y estoy convencida de que este trabajo es apenas el comienzo de una nueva etapa para la ciencia en el norte del país.

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