Prácticas clínicas y salud mental: una alerta temprana para el futuro de la enfermería

  • PhD © Álvaro Leyton-Hernández. Carrera de Enfermería, Universidad Central de Chile, sede Coquimbo.

En los últimos años, la conversación sobre la salud mental en los equipos de salud ha adquirido una relevancia ineludible. Casos de agotamiento extremo, situaciones de abuso laboral e incluso suicidios entre profesionales han puesto de manifiesto una crisis silenciosa que atraviesa hospitales, universidades y centros de formación en todo el país. La sobrecarga emocional, la exposición constante al sufrimiento humano y la precarización del trabajo sanitario están generando un impacto profundo que comienza mucho antes del ejercicio profesional: en las prácticas clínicas de los estudiantes de Enfermería.

Un estudio publicado recientemente en la Revista Chilena de Enfermería (Relación entre prácticas clínicas y salud mental en estudiantes de Enfermería en una universidad chilena, 2025) analizó los niveles de depresión, ansiedad y estrés asociados a la experiencia formativa en el ámbito clínico. Los resultados revelan que, junto al aprendizaje técnico y ético que caracteriza esta etapa, las prácticas se transforman también en un espacio de alta exigencia emocional, donde los límites personales se ponen constantemente a prueba.

La investigación evidenció que muchos estudiantes experimentan síntomas de estrés y ansiedad significativos, especialmente durante sus primeras experiencias clínicas. La presión por cumplir con los estándares institucionales, el temor a cometer errores frente a pacientes reales y la falta de acompañamiento emocional adecuado se convierten en factores que amenazan su bienestar. Además, algunos participantes reportaron sentirse expuestos a situaciones de trato inapropiado, descalificaciones o estilos de supervisión poco empáticos, lo que potencia el desgaste psicológico y erosiona la confianza en su proceso formativo.

Estos hallazgos no son aislados. Diversos informes nacionales e internacionales advierten sobre el creciente deterioro de la salud mental en el personal sanitario, donde la depresión, la ansiedad y el burnout alcanzan cifras preocupantes. En Chile, el tema se vuelve particularmente urgente a la luz de los recientes casos de suicidio entre profesionales de la salud, que han conmocionado al sector y visibilizado un sistema que, muchas veces, cuida a los demás pero no cuida a quienes cuidan.

La investigación invita a mirar las prácticas clínicas como un espacio de aprendizaje y de cuidado simultáneo. Formar enfermeras y enfermeros técnicamente competentes no puede desvincularse de enseñarles a reconocer y gestionar su propia vulnerabilidad emocional. Ello requiere tutores capacitados, climas formativos respetuosos, y políticas universitarias que aseguren acompañamiento psicológico y pedagógico continuo.

Más allá de las aulas, este trabajo plantea una pregunta ética de fondo: ¿qué modelo de profesional queremos formar? Si la experiencia clínica reproduce dinámicas de abuso o indiferencia, el sistema formará profesionales con menor empatía y mayor sufrimiento interno. En cambio, si la docencia clínica se concibe como un espacio de respeto, escucha y contención, estaremos contribuyendo a un modelo sanitario verdaderamente humanizado.

Desde Coquimbo, este estudio busca abrir una reflexión impostergable: la salud mental de los futuros profesionales de Enfermería es un asunto de salud pública. Proteger su bienestar no es solo un deber universitario, sino una inversión en el futuro cuidado de todos.

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