En las últimas semanas se ha mostrado la crudeza y desesperación de familias que buscan a sus hijos/as, hermanas o padres desaparecidos. Al exponer sus historias, pueden acelerar procesos de búsqueda, encontrar respuestas y movilizar recursos. Son familias que viven la incertidumbre cotidianamente y cabe preguntarse ¿cómo se vive la salud mental de esas familias, cuando la angustia, el miedo y la esperanza se entrelazan día a día?
En los días y semanas que siguen a la desaparición, el tiempo parece detenerse. Dormir, comer o trabajar se convierte en un esfuerzo inmenso, porque la mente y el cuerpo permanecen en alerta permanente. Las rutinas familiares se reconfiguran alrededor de la búsqueda: visitar comisarías, recorrer hospitales, imprimir afiches, organizar marchas. La vida cotidiana se redefine por la urgencia de encontrar, y la esperanza convive con la desesperación.
+Sin duda la salud mental de las familias se ve profundamente afectada. La angustia, la frustración, el insomnio, la culpa y el miedo dialogan con una sensación de desamparo ante los tiempos de las instituciones. Las redes de apoyo familiares y comunitarias se vuelven muy importantes, no solo para acompañar emocionalmente, sino también para sostener la búsqueda, apoyar en las rutinas de la casa, cuidado de otros integrantes de la familia, son acciones que permiten mantener el vínculo con lo cotidiano.
Este deterioro se expresa en múltiples dimensiones. En lo individual, emergen síntomas de ansiedad, insomnio, angustia o desesperanza por parte de sus integrantes. En lo familiar, se tensionan los vínculos y los roles, se interrumpen las dinámicas de cuidado. En lo social, la comunidad se enfrenta a un dolor que interpela y que revela también la fragilidad de las redes de apoyo.







