OSVALDO VALLEJO MUÑOZ
Diplomado en Metodologías Participativas
CIMAS- Universidad Complutense de Madrid
Los resultados presidenciales en la región revelan una ciudadanía que exige renovación política, presencia territorial y dignidad democrática.
Los resultados de las elecciones presidenciales 2025 en la Región de Atacama no solo revelan preferencias electorales, sino una crítica profunda al sistema político. Con Franco Parisi liderando con 30,6%, seguido por Jeannette Jara con 26,98% y José Antonio Kast con 19,29%, el panorama regional muestra una ciudadanía que ya no cree en los relatos tradicionales, pero tampoco encuentra una alternativa clara. A esto se suma un 2,45% de votos nulos y 1,01% de blancos, cifras que representan una forma de protesta silenciosa.
Pero hay un dato que no aparece en los escrutinios: quienes hacen las campañas siguen siendo los mismos de hace más de 20 años. En Atacama, los nombres se repiten como un eco. Los mismos políticos que han transitado por distintas coaliciones, que han ocupado cargos en gobiernos locales, regionales y parlamentarios, siguen articulando las campañas con las mismas fórmulas, los mismos discursos y las mismas redes de poder. Esta continuidad no es experiencia, es estancamiento.
La ciudadanía lo percibe. Por eso vota por Parisi, que ni siquiera pisa el territorio, pero representa “paradójicamente” una ruptura con ese círculo. Por eso Jara, con mayor arraigo social, logra posicionarse, pero no logra superar el techo de una izquierda que no renueva sus prácticas. Por eso Kast, con su discurso de orden, capta parte del malestar, aunque no conecte con las urgencias territoriales.
Participación rural: cuando el voto obligatorio y la movilización gratuita no basta.
La baja participación en comunas rurales de Atacama, a pesar del voto obligatorio y de la disponibilidad de transporte gratuito, es uno de los signos más preocupantes de esta elección. En localidades como Alto del Carmen, Freirina o Tierra Amarilla, los niveles de abstención efectiva fueron notoriamente altos, reflejando no solo desinterés, sino una desconexión estructural con el proceso democrático.
Que el Estado garantice movilización, pero no confianza, información ni presencia institucional sostenida, es una contradicción que golpea con fuerza en los territorios más postergados. En muchos casos, la gente no votó porque no cree que su voto cambie algo. Y eso, en una región rica en recursos, pero pobre en inversión pública, es una señal de alerta. La obligatoriedad del sufragio no puede ser una excusa para invisibilizar el abandono estatal.
Además, en zonas rurales donde el acceso a medios de comunicación es limitado y las campañas no llegan con claridad, el voto se convierte en una formalidad sin contenido. El resultado: una democracia que se aplica por decreto, pero no se vive como derecho. Y cuando el Estado aparece solo para exigir, pero no para acompañar, el voto se transforma en una carga más que en una herramienta de transformación.
¿Y ahora qué?
De cara a la segunda vuelta, el desafío no es solo sumar votos. Es abrir el sistema. Es reconocer que Atacama no quiere seguir siendo un territorio de sacrificio ni un botín electoral. Quiere ser protagonista, con nuevas voces, nuevas prácticas y una política que se construya desde abajo.
La Región de Atacama habló. No solo con sus votos, sino también con sus silencios. ¿Quién está dispuesto a escucharla de verdad?







