Alejandra Araya
Dr. en Ciencias de la Enfermería
Universidad Andrés Bello
La soledad de las personas mayores es una realidad silenciosa que adquiere especial visibilidad durante las fiestas de fin de año. En una época culturalmente asociada a reuniones familiares, celebraciones y compañía, muchas personas mayores enfrentan la Navidad y el Año Nuevo en aislamiento, con una profunda sensación de ausencia y tristeza.
Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada seis personas en el mundo declara sentirse sola. Entre 2014 y 2019, la soledad se asoció a cerca de 100 muertes por hora, superando las 871.000 defunciones anuales, cifras comparables al impacto de factores de riesgo ampliamente reconocidos como el tabaquismo o la inactividad física. Estos datos confirman que la soledad no es solo una experiencia emocional, sino también un problema de salud pública.
En Chile, diversos estudios que han seguido a grupos de personas mayores muestran que quienes se sienten solos realizan menos actividad física, presentan más síntomas depresivos, perciben menor apoyo social y mantienen redes de contacto más limitadas. Además, exhiben mayores niveles de fragilidad, condición que incrementa el riesgo de dependencia y deterioro funcional. Esta situación es más frecuente en personas que viven solas, que perciben su salud como deficiente y que participan poco en actividades comunitarias.
Durante las fiestas de fin de año, estas sensaciones tienden a intensificarse. La ausencia de visitas, llamadas o invitaciones contrasta con las expectativas de encuentro, potenciando sentimientos de tristeza y reactivando duelos por pérdidas significativas. Frente a este escenario, fortalecer las conexiones sociales se vuelve fundamental. Promover vínculos familiares, comunitarios e intergeneracionales no solo reduce la soledad, sino que también mejora la salud y la calidad de vida de las personas mayores, durante las fiestas y a lo largo de todo el año.









