Por Arturo Volantines
Por sobre los hechos legendarios y las recreaciones magníficas, Marican (1912) es una obra estética. Por lo tanto, lo que importa es su ser: lo que resplandece desde ella misma.
Con Juan García Ro nos propusimos reeditar todas las obras de L. Joaquín Morales. Publicamos: Historia del Huasco (2014)[1] e Higiene práctica de los mineros (2015)[2]. Nos disponíamos a reeditar esta obra; incluso, la tesis de grado para su profesión de médico.
Juan iba a hacer una introducción estética. Yo, tomaría el contexto social y cultural de Atacama en la época (1912) cuando Morales ganó los juegos Florales de Copiapó. Luego, Juan se negó a coeditarlo. Semanas después, le dije, que lo haría, esperando conocer sus motivos y que cambiara de opinión. La muerte repentina de Juan me dejó con la responsabilidad exclusiva de hacerlo.
Esta obra contundente de L. Joaquín Morales está asentada en el Huasco Bajo. Pero de vital importancia para el norte, ya que los hechos de los cuales dan cuenta entornan panorama profundo de Atacama: de su rica historia, de su ethos y de su fe en un mundo mejor. Él sabía sumariamente cómo era el cuerpo erosionado del minero atacameño.
Sobresale Morales, por poner, en el contexto nacional, una forma de vida propia y develar el negacionismo, que ha operado desde el centralismo. Son muchos los hechos en los cuales es precursor: en poner en evidencia sucesos que tienden a olvidarse o dándosele poca importancia. Con Carlos María Sayago, Pedro Pablo Figueroa y Francisco San Román proveen con la evidencia capital: Atacama es un lugar en el mundo. Además de su estilo mesurado, busca que los hechos hablen.
A través de los diarios de la época, de la revista Zig-Zag y de la obra: Perfil y fondo de Copiapó (inédita)[3] de ese otro huasquino, Francisco Ríos Cortés, entre otros, podemos rastrear cuál era el ámbito social y cultural de Atacama cuando L. Joaquín Morales ganó los Juegos Florales (1912).
Copiapó agonizaba. Habían muerto sus grandes patriarcas, que hicieron temblar el suelo chileno del siglo XIX. Muchas minas se habían agotado. Muchos hombres y mujeres habían emigrado al Norte Grande detrás del salitre. En resumen, la riqueza fastuosa de Copiapó no se advertía en sus calles, ni en sus casas, ni menos en sus edificios públicos. Tampoco su cultura, que fue tan grande, que había generado; por ejemplo, la primera generación literaria chilena, ni siquiera sus glorias militares del siglo anterior (1851, 1859, 1879, 1891), engalanaban la ciudad. Y su deseo constituyente dormía la siesta.
En esa época eran característicos los Juegos Florales. Antes, habían destacado en Valparaíso a Rubén Darío; después, a Gabriela Mistral (Santiago, 1914) y a Pablo Neruda (Maule, 1920). Copiapó conservaba el prestigio intelectual. Allí, habían nacido una veintena de diarios; muchos libros fueron editados en la ciudad y un sinnúmero de obras representadas y traducidas de disímiles idiomas (Gallo, Matta, Marconi, etc.). Y la inmensa influencia cultural de la inmigración argentina: Domingo Faustino Sarmiento, Enrique Rodríguez, Domingo de Oro, Carlos Tejedor, Antonino Aberastain, Juan Crisóstomo Álvarez, Felipe Varela y muchos otros[4]. Por lo tanto, era lugar donde la voz clarividente de Morales se podía escuchar.
Atacama había vivido y había sido protagonista del siglo XIX con tres revoluciones y muchas rebeliones. Debajo del polvo de la decadencia así los chañares, el espíritu del sueño radical se mantenía vigoroso, a lo menos, en el ámbito político. Sus líderes laicos, masones y veteranos de las guerras veían con interés cualquier brote de creación subvertiente. Tal como lo hizo Elías Marconi y otros en los diarios de Vicuña, en promocionar a Gabriela Mistral, se iban a entusiasmar con una obra como esta, que les mostraba de sus propios sentimientos. Y que, muchas veces, le habían hecho despertar hacia una mirada cuestionante, así como efluye del hábitat presentado por el doctor Morales.
Leyendas, tradiciones y bibliografías nos denotan la llegada de los españoles y, principalmente, de Diego de Almagro. Estos hechos son recontados, entre otros, por el padre Diego de Rosales[5]. Joaquín Morales hizo con(sumo) en su obra: Marican. Aunque es claro que su visión se contrapone con algunas vicisitudes de la manera que las cuenta Rosales, que son desde la visión del conquistador y desde la teología católica. El huasquino, en cambio, muestra una visión desde la resistencia y desde el mundo autóctono. Otros historiadores cuentan hechos relacionados y posteriores de la descendencia del cacique Marican. En la Historia de Copiapó[6], donde hace referencia tremenda al sacrificio del cacique Marican (Mercandei) y a otros caciques de la zona que terminaron en la hoguera en Coquimbo. Sin embargo, Morales no lo aclara lo suficiente, pero en la obra de teatro se refiere al Huasco como el lugar del sacrificio. En cambio, Rosales dice que el exterminio fue en Coquimbo, y habla de 60 caciques asesinados. De todas maneras, es históricamente intenso. Claro, se trata de los mismos hechos, desde donde viene el basamento que usa Morales, para dar a luz o volver a la vida un asunto legendario y absolutamente vigente a través del arte.
[1] Morales O., L. Joaquín; Historia del Huasco; coedición: Ediciones Mediodía en Punto y Volantines Ediciones, La Serena, 2014.
[2] Morales O., L. Joaquín; Higiene práctica de los mineros; coedición: Ediciones Mediodía en Punto y Volantines Ediciones, La Serena, 2015.
[3] Ríos Cortés, Francisco; Perfil y fondo de Copiapó, (inédito), s/f.
[4] Ver: Álvarez Gómez, Oriel; Atacama de Plata; Ediciones Todamérica, 1979.
[5] De Rosales, Diego; Sumario de la historia general del Reino de Chile; Editorial Universitaria S. A.; Santiago, 2019.
[6] Sayago, Carlos María; Historia de Copiapó; imprenta de El Atacama, Copiapó, 1874.