Lenguaje, prolijidad y pensamiento crítico

Gabriel Canihuante, periodista, académico Universidad Central Región Coquimbo

Es común leer en distintas plataformas digitales textos mal escritos, redacciones que no se ajustan a la norma gramatical. Para muchos internautas esto de la forma no tiene importancia, lo que interesa realmente -dicen- es que el contenido se entienda, sea bueno, entretenido, etc.

Sin embargo, en comunicación esta no es una separación (de forma y contenido) siempre viable ni conveniente. Más bien, al contrario, puede llevarnos a malos resultados.

Si bien nuestra comunicación formal puede ser minoritaria -vivimos lo cotidiano de manera informal, en familia, entre amigos, etc.- en lo laboral, profesional y en la educación, ajustarse a las normas es necesario para que nuestros mensajes lleguen efectivamente a sus receptores.

Por eso, para una buena redacción conviene tener en cuenta el concepto de prolijidad. En el sentido de ser cuidadosos, esmerados en la escritura. Y por ello, incluso a nivel de la educación superior, conviene “repasar” las cualidades del estilo: brevedad, claridad, precisión, entre otras. Y lo importante que es para alcanzar esas características, el respeto por la norma ortográfica.

Hoy con tantos medios de expresión al alcance de la mano, todos somos emisores de mensajes que pueden llegar a decenas, cientos e incluso a miles de receptores. Y así es como, desgraciadamente, se ha propagado una escritura llena de vicios, que pareciera a veces estar mal redactada a propósito, como para molestar a los puristas del lenguaje.

Lo peor es que esta escritura -tan distante de la literatura- se propaga como un virus por las llamadas “redes sociales”. Se viraliza, efectivamente.

Pero, escribir en nivel formal hoy es más fácil gracias a herramientas que nos entrega el sistema de Word en Microsoft. Nos corrige automáticamente algunas palabras, nos subraya con rojo, azul y verde para indicar errores de ortografía literal, de puntuación o de coherencia en número y género. Por lo demás, si estamos conectados a Internet, nada cuesta averiguar cómo se escribe una palabra o qué significa. Y para no repetirla en un párrafo, se puede buscar un sinónimo.

En fin, hacer por hacer es fácil. Es la actitud típica del que aplica la ley del mínimo esfuerzo. Hacerlo bien es más difícil, pero normalmente será compensado el esfuerzo, porque nuestros mensajes serán mejor entendidos o recibidos. Escribir bien implica, por un lado, ajustarse a la norma, lo que para algunos es más difícil que para otros; pero, practicar la buena redacción, una y otra vez, ayuda a mejorar los resultados.

Por otro lado, escribir bien implica un amplio y más o menos profundo manejo del vocabulario. Ya no se trata solo de no repetir una palabra o de ser claros, concisos y precisos, sino de esa capacidad de transmitir las más diversas ideas, informaciones, conocimientos. Si no sé qué significan palabras como “paradigma”, “historiografía”, “penicilina”, “indexación” y un etcétera infinito, no podré exponer ninguna idea que se relacione con esos conceptos.

Por esto, preocupa el empobrecimiento del lenguaje en diversos sectores de la sociedad, ya que sin palabras determinadas no hay ideas específicas. Solo somos capaces de comprender y expresar pensamientos si poseemos el léxico apropiado para ello. De lo contrario, suele ocurrir que nos quedemos dando vueltas siempre sobre tres o cuatro consignas, un atado de ideas preconcebidas, cerrados a unos cuantos prejuicios y una serie de fanatismos; faltos de argumentos y muy proclives a la intolerancia. Muchas veces influidos por lo que las “redes sociales” difunden masivamente, sin capacidad de análisis, sin filtros ni cuestionamientos, en definitiva, sin pensamiento crítico.

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