Por Konstantin Eggert, periodista de DW.
El ingreso de Finlandia en la OTAN supondría el fin de más de 70 años de la política más estable de Moscú. Es una humillación para Vladimir Putin.
Era un adolescente cuando mi madrina, Olga, me habló por primera vez de la Guerra de Invierno (1939-1940) entre la Unión Soviética y Finlandia. Ella era enfermera en un hospital de Moscú cuando Stalin se lanzó a la conquista de Finlandia con un pretexto ilegítimo.
«Fue horrible», dijo. «Todos esos jóvenes soldados con terribles congelamientos de miembros y heridas intratables por el fuego de los francotiradores. Los finlandeses realmente aplastaron a nuestro ejército, pero no se nos permitió hablar de ello», contó mi madrina. «Tuvieron que cedernos un poco de territorio, pero nunca los conquistamos», recordó. Esto me sorprendió, porque en mis libros escolares solo había un párrafo sobre esta guerra.
Sí al queso, no a la OTAN
En las últimas décadas de la Unión Sovietica, en los años 70 y 80, Finlandia era vista como el más amigable de los países «capitalistas». Los productos finlandeses, como el queso procesado «Viola» y las chaquetas de invierno, eran los productos occidentales que un ciudadano soviético podía comprar ocasionalmente. Después de la historia de Olga, ya no podía pensar en los finlandeses como inofensivos productores de queso.
Años más tarde escuché una famosa canción de guerra finlandesa de 1939 con el coro «Niet, Molotov» («No, Molotov»), una reprimenda popular al comisario de Asuntos Exteriores de Stalin, Viacheslav Molotov. Los finlandeses consiguieron, efectivamente, preservar su independencia, pero a costa de la llamada «finlandización”, que significaba adherirse a ciertas limitaciones y condiciones impuestas por Moscú.
Mantenerse no alineado (en pocas palabras, no entrar en la OTAN) fue la principal restricción tras la creación de la alianza, en 1949. Incluso en 1991, cuando la URSS se derrumbó, la opinión pública en Finlandia se mantuvo dudosa respecto a una adhesión a la OTAN.
Finlandia siempre ha gozado de una importante cooperación económica con Rusia. Importa la mayor parte del petróleo y el gas de su vecino del este. Rosatom, empresa estatal rusa de construcción de centrales nucleares, tenía previsto construir una en Finlandia, un proyecto poco habitual para un país occidental.
Mantener un compromiso político constante con el Kremlin era un elemento básico de la política finlandesa. Hasta enero, el presidente de Finlandia, Sauli Niinisto, seguía siendo uno de los pocos líderes occidentales que hablaba y se reunía regularmente con el presidente ruso, Vladimir Putin.
La humillación de Putin
Pero estos días está sonando en Helsinki un remix de aquella vieja melodía de guerra de 1939. Los finlandeses están volviendo a decir «niet», esta vez, a Putin. Y están dispuestos a unirse al Tratado del Atlántico Norte.
La «finlandización», una de las características más duraderas del panorama de seguridad europeo posterior a la Segunda Guerra Mundial, ha quedado obsoleta en cuestión de semanas tras la invasión rusa de Ucrania.
Se trata de una enorme derrota política para Putin. Desde su primera visita oficial a Finlandia, en 2001, invirtió muchos esfuerzos en cultivar relaciones con los políticos y las empresas del país, solo para ver ahora cómo esa política se derrumba en el lapso de unas pocas semanas. Simbólicamente, Finlandia canceló recientemente el proyecto de la central nuclear de Rosatom
Al parecer, Moscú amenaza con cortar sus suministros de energía a Finlandia de forma inminente. Pero los finlandeses están preparados para pasar dificultades temporales, mientras se reorientan hacia otros proveedores. Su larga experiencia con los rusos les ha enseñado que el Kremlin solo toma en serio a quienes están dispuestos a hacer sacrificios y a mantenerse firmes.
La política de Putin ha fracasado
El chantaje militar de Putin no funcionará mejor. La guerra contra Ucrania ha revelado el lamentable estado del Ejército ruso. Al mismo tiempo, las Fuerzas Armadas finlandesas se entrenan regularmente con la OTAN, poseen armamento avanzado y gozan de total interoperabilidad con los ejércitos de la alianza.
Si el Kremlin aumenta su presencia militar a lo largo de los más de 1.000 kilómetros de frontera con Finlandia, los finlandeses pueden esperar que sus nuevos aliados, incluido Estados Unidos, refuercen su defensa desplegándose en la zona.
La posición estratégica de Rusia en la región empeorará mucho. Con la posibilidad de que Suecia siga a Finlandia, el Mar Báltico se convertirá en el patio trasero de la OTAN. La región de Kaliningrado, el enclave ruso rodeado por Polonia y Lituania, sería aún más fácil de aislar, si la alianza quisiera hacerlo.
La ironía histórica es ineludible: Putin hizo de la oposición a la expansión de la OTAN su política principal, para acabar con las fuerzas de la OTAN estacionadas a unos 130 kilómetros de San Petersburgo. Molotov, definitivamente, lo habría desaprobado.
Fuente: DW (ct/cp)