Humillación para EE. UU. en la Cumbre de las Américas

Por Carolina Chimoy, corresponsal de DW en Washington.

Se suponía que la Cumbre de las Américas iba a ser de nuevo un gran espectáculo. Pero las numerosas cancelaciones son una bofetada a los intereses y objetivos de EE. UU.

El esfuerzo estaba ahí, pero Estados Unidos está perdiendo credibilidad en América Latina y el Caribe.

La Cumbre de las Américas suele ser una de las reuniones más importantes para América Latina y el Caribe. Una reunión que se celebra cada tres años y que pretende acercar a todos los países, desde América del Norte hasta América del Sur y el Caribe.

En la última cumbre de Lima estuvieron presentes 34 jefes de Estado, el mismo número que en la primera cumbre con este formato, celebrada en Miami en 1994. A Los Ángeles solo acudieron 23 países, algunos sin sus presidentes. Y esto en un país que antes era líder en la región.

Esta cumbre será recordada por la mayor ola de boicots de jefes de Estado de la región.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, canceló la cita por no estar de acuerdo con que países como Nicaragua, Venezuela y Cuba no fueran invitados. Cuba estuvo presente en la última cumbre de Lima. A esa se sumaron otras cancelaciones, especialmente de los países centroamericanos que juegan un papel importante para los Estados Unidos en términos de migración. Se trata de una clara señal dirigida a Estados Unidos, que evidentemente está perdiendo influencia en la región y ahora intenta con todas sus fuerzas recuperar su peso.

El esfuerzo fue visible: el presidente Joe Biden asistió a todos los días de la cumbre, al igual que la vicepresidenta Kamala Harris. El Gobernador de California y la Presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, también estuvieron presentes en algunos momentos. Pero los esfuerzos han llegado en el momento inoportuno. Ahora puede ser demasiado tarde para salvar la unidad en una región polarizada.

Pérdida de influencia

Bajo el mandato del ex presidente Donald Trump, América Latina y el Caribe fueron sumamente ignorados. Los inmigrantes de la región que viven en Estados Unidos fueron prácticamente insultados. Durante este tiempo, muchos gobiernos latinoamericanos han formado nuevas alianzas, con China por ejemplo, pero también con Rusia y Turquía.

Su presidente, Recep Tayipp Erdogan, recibió en enero en Ankara al presidente de El Salvador, Nayib Bukele. Allí se firmaron acuerdos de cooperación económica, intercambio académico y cooperación en el ámbito tecnológico. Bukele, que no asistió a la cumbre en Los Ángeles, anunció con orgullo que el comercio con Turquía había crecido un 80 por ciento en un año.

China también está muy presente en América Central y del Sur, celebrando contratos con muchos países para grandes proyectos de infraestructura, como puertos en El Salvador y Panamá o un estadio en Nicaragua. Rusia, por su parte, está cultivando cada vez más relaciones económicas con Perú, Venezuela y con Brasil en el sector militar.

¿Es posible un nuevo comienzo?

Quizá Estados Unidos pueda seguir haciendo amigos en la región, pero para ello la actual administración estadounidense tendría que interesarse de forma sostenida por ella y no solo de palabra, como ha hecho en esta cumbre.

La migración fue el tema principal de la cumbre, un asunto que interesa especialmente a Estados Unidos en un año electoral. Las conversaciones sobre la cooperación económica reforzada o sobre la política climática y las energías renovables están impulsadas por el interés propio de Washington: el objetivo es conseguir la cooperación de los países para frenar los flujos migratorios hacia Estados Unidos, una preocupación puramente egoísta de este país. Biden debería visitar los países de la región, reunirse con los jefes de Estado y hablar de medidas y acuerdos conjuntos que beneficien a toda la región.

No cabe duda de que también en el pasado la política de Estados Unidos hacia América Latina se guiaba por intereses propios, pero en aquel momento no había socios alternativos para los países de la región.

El continente está ahora más dividido que nunca, y la globalización ha permitido que otros gobiernos tiendan la mano a los países latinoamericanos y caribeños, sin imponer condiciones democráticas. Una mano extendida que cada vez más y de buena gana estrechan muchos jefes de gobierno de América Latina y el Caribe.

(gg/ers)

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