Por Ulises Carabantes A.
Ingeniero Civil Industrial/Escritor/Investigador
“Estoy en total desacuerdo con tus ideas, pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarlas”. Voltaire. Valga esta oración para mí y para aquellos que no piensan como yo. Dicho esto, expongo mi análisis.
Antes de ayer, como es por todos sabido, se desarrolló en Chile un plebiscito que decidiría los destinos del país por los próximos 50 años. El pueblo de Chile, que duda hay, se manifestó libre, soberano, democrático e informado. Después de casi tres años de iniciado el proceso que desembocó en esta consulta a los chilenos, Chile decidió. En este periodo de tiempo escuché discursos y cortas intervenciones públicas, observé acciones, actitudes y gestos y también he escudriñado en el tiempo, buscando comparar el presente con situaciones y procesos sociales y políticos de lejanas épocas.
Primero que todo, adquirí una convicción personal en el sentido que la estructura y cultura política del país no ha cambiado mucho en 50 años. Algo que “olía” por muchos años, pero que sólo la fuerza de los acontecimientos pueden negar o ratificar. Y claro, los sucesos acaecidos en los últimos tres años, vinieron a ratificar que la dinámica política chilena se mueve con lógicas similares a hace mas de 50 años, a pesar del tiempo y del transcurrir histórico que está ahí, evidente.
Para la izquierda que actualmente está en el Gobierno el tiempo no pasó, a pesar que hay muchos dentro de la actual Administración que integraron los gobiernos de la Concertación y que poniéndose de pie aplaudieron con fuerza el 12 de marzo de 1990 en el Estadio Nacional de Santiago, al recién asumido Presidente Patricio Aylwin cuando este expresó: “Hoy asumimos el compromiso de reconstruir nuestra democracia con fidelidad a los valores que nos legaron los padres de la Patria y que configuran lo que el Cardenal Silva Henríquez, ese varón justo y gran amigo del pueblo a quien tanto debemos, ha descrito hermosamente como el alma de Chile. El amor a la libertad y el rechazo a toda forma de opresión, la primacía del derecho sobre la arbitrariedad, la primacía de la fe sobre cualquier forma de idolatría, la tolerancia a las opiniones divergentes y la tendencia a no extremar los conflictos, sino procurar resolverlos mediante soluciones consensuales. Estos valores imperaran de nuevo entre nosotros. Es hermosa y múltiple la tarea que tenemos por delante: restablecer un clima de respeto y de confianza, en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares…”. En ese momento comenzó a escucharse en el repleto Estadio Nacional un gran abucheo y Aylwin, sereno pero con fuerza remarcó: “¡¡Si señores, si compatriotas, civiles o militares, Chile es uno solo!!”. Y los ochenta mil chilenos prorrumpieron en un estruendoso aplauso. Es cierto, la supremacía dentro del Poder Ejecutivo actual la tiene aquella izquierda que miró distante las dos décadas de Gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia y que no estuvieron obviamente formando parte de ellos como fue el caso del Partido Comunista. Aquella democracia que Aylwin señaló que se había asumido como compromiso reconstruir, nunca ha sido del agrado de los comunistas, dicho esto por sus dirigentes a través del tiempo. Pero hay una izquierda, incorporada al actual Gobierno, que si estuvo en los 20 años “concertacionistas”, aceptando una realidad que en el fondo de su conciencia y corazón político no les satisfacía. Es lo que se aprecia a la luz de la situación presente en donde están hoy muchos que estuvieron en los gobiernos entre 1990 y 2010. Que ni siquiera se entienda lo que estoy escribiendo como una crítica, sino con un análisis que nace evidente de acuerdo con los hechos. Y dentro de esa situación podemos ver socialistas, PPDs, radicales y demócratas cristianos, que si bien es cierto no están estos últimos en cargos de confianza política, si manifiestan su adherencia a los objetivos del actual Gobierno. Entonces, amparado por el estudio y análisis retrospectivo, comencé a tener la convicción de que estábamos (o estamos aún) frente a una nueva Unidad Popular, el conglomerado político que llevó al doctor Salvador Allende a La Moneda en 1970; integrado mayoritariamente por partidos que se declaraban marxistas leninistas. Dentro de esta alianza estaba el Partido Comunista, cuyo norte, vaticano y centro de apoyo de todo orden estaba en la Unión Soviética, el Partido Socialista, que se debatía entre una vocación socialdemócrata por una parte y una tendencia revolucionaria insurreccional cubano castrista, declarada y aprobada en el Congreso de Linares de 1965 y el Congreso de Chillán de 1967. Se sumaron a estos dos partidos una importante vertiente del tronco histórico del dividido Partido Radical y un sector de la Democracia Cristiana, sectores cristiano católicos que en 1969 se sintieron más cómodos con los partidos marxistas leninistas que con sus viejos camaradas de la falange que había llevado a Eduardo Frei Montalva a la Presidencia de la República en 1964; quienes formaron el Movimiento de Acción Unitaria, MAPU. Es decir, es fácil apreciar que el conglomerado actual gobernante responde a una estructura similar en su base de apoyo.
La política también se hace o se expresa por medio de las actitudes y gestos. En su ingreso a La Moneda el actual Presidente de la República Gabriel Boric el pasado 11 de marzo de 2022; interrumpió su andar recto hacia la casa de gobierno, para dirigirse hacia la estatua del ex Presidente Salvador Allende que está a un costado de la Plaza de la Constitución, en la esquina de calles Moneda con Morandé, frente a la cual el Presidente Boric hizo una ceremoniosa reverencia. Esto fue una señal más de que mi convicción no estaba muy lejos de la realidad. Configuración política de la base de apoyo y gestos públicos avalaban lo que pensaba. Pero había que ir a algo más sustancioso. El Programa de Gobierno de la Unidad Popular en 1970 y claro, por supuesto lo leí. La base de la propuesta era la construcción del socialismo en Chile, según el Partido Comunista, mirando como espejo a la Unión Soviética y la Europa oriental de aquellos años, según un gran sector del Partido Socialista, vistiendo verde oliva, emulando en Chile la revolución cubana y según Salvador Allende y un sector socialista, radicales y MAPU, a la chilena, “con sabor a empanada y vino tinto”. Claro, en una época en que el socialismo a la soviética, a la cubana y por lo tanto también a la chilena, se veían como una alternativa viable para conducir los países. Veinte años después de la elección de Allende, se derrumbó como castillo de naipes toda la estructura política y económica de Europa oriental. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y todos sus satélites dejaron de existir y Cuba, junto a una realidad muy similar a este último país, como es Venezuela, han provocado crisis migratorias de grandes proporciones, debido a la necesidad que han tenido millones de seres humanos de alejarse de su país. Pero estos hechos históricos y escenario presente, parecieran no existir en el análisis de muchos.
La creación del socialismo para Chile a partir de 1970 pasaba por eliminar el “Estado Burgués”, como le llamaba la izquierda a la República de Chile de la época, conducida según la Constitución de 1925. En la práctica esto significaba refundar Chile, sustituyendo a las Fuerzas Armadas, cambiando la Constitución vigente, lo que incluía la eliminación del Congreso Nacional bicameral, eliminando el Senado y dejando un Congreso que se llamaría Asamblea del Pueblo, con una sola Cámara. Suena conocido, pero hablo del Programa de Gobierno de la Unidad Popular de 1970; no de un documento que podamos haber leído en las últimas semanas. Pero no obstante esto, lo conocido que podamos ver en lo que acabo de escribir, radica en que la propuesta de Constitución que se plebiscitó el 4 de septiembre recién pasado decía exactamente lo mismo en un par de sus más de trescientos artículos. Al leer el Programa de Gobierno de la Unidad Popular y la propuesta de nueva constitución plebiscitada hace dos días, por lo menos en lo que acabo de citar eran lo mismo. Esto, mas los gestos del Presidente de la República, la base de apoyo y expresiones varias de adherentes a la actual Administración, ratificaron mi convicción, incluido el fallido y penoso intento de la presidente del Partido Socialista Paulina Vodanovic de empezar a cantar uno de los himnos de la Unidad Popular cuando ella y el resto de los presidentes de los Partidos gobiernistas daban la cara frente a las cámaras de televisión tras la apabullante derrota que habían sufrido la noche del 4 de septiembre pasado. Estamos frente a una reedición del conglomerado que gobernó Chile los primeros tres años de la década de 1970 o por lo menos un intento de aquello, a pesar de los años transcurridos y los sucesos globales ya referidos. En base a eso, desarrollé el análisis del escenario electoral que se podría tener en el plebiscito constituyente último. ¿Qué base de apoyo tendría esta “nueva” Unidad Popular? Antes de desarrollar esto, es muy necesario también señalar que la Unidad Popular de 1970 le dio a la elección del 4 de septiembre de ese año, valga destacar el sincronismo histórico, el carácter de un plebiscito, cuando en el parte del texto del Programa de Gobierno plasmó: “Apoyar al candidato de la Unidad popular no significa, por tanto, sólo votar por un hombre, sino también pronunciarse en favor del reemplazo urgente de la actual sociedad que se asienta en el dominio de los grandes capitalistas nacionales y extranjeros”. Pues bien, el pueblo de Chile, en aquel 4 de septiembre, pero de 1970; se manifestó mayoritariamente en contra “del reemplazo urgente de la actual sociedad”. La propia Unidad Popular le dio ese carácter y el 63,39% de los chilenos no votó por su Programa de Gobierno, sólo el 36,61% de los chilenos se pronunció a favor “del reemplazo urgente de la actual sociedad” como lo planteó al país la izquierda de la Unidad Popular en 1970 y como lo planteó a Chile su coalición heredera del 2022; lo que también se dirimiría un 4 de septiembre. Había que ver si la base de apoyo de 1970 de la coalición revolucionaria, refundadora, marxista-leninista, integrada también por radicales laicos y cristianos, había aumentado su base de apoyo. Ese era el ejercicio o desafío. Los que no votaron a favor de esta izquierda en 1970 eran cristianos católicos de centro de la Democracia Cristiana, cristianos católicos de centro derecha y de derecha del Partido Nacional, la otra vertiente histórica del Partido Radical llamada Democracia Radical, nacionalistas e independientes. Como se puede ver, un esquema bastante parecido el del 4 de septiembre de 1970 al 4 de septiembre de 2022; con algunos matices, como el voto del extranjero y el hecho que vertientes de la izquierda radical, como el MIR, no acudieron a las urnas a votar por la Unidad Popular en 1970 y en el 2022 si lo hicieron.
Había que esperar a ver cuánto se había movido la aguja para uno u otro lado en más de 50 años. Si la refundación propuesta en 1970 tenía en el 2022 una base de apoyo mayoritario dentro del electorado chileno. Claramente no fue así. Podemos señalar que el electorado en Chile no ha variado en más de medio siglo. El 4 de septiembre de 1970 votaron en contra de la propuesta refundacional de la Unidad Popular, en la elección presidencial con carácter plebiscitario que le dio la propia coalición de izquierda, un 63,39% de los chilenos. El pasado 4 de septiembre de 2022; votaron en contra de la propuesta refundacional que se hacía en la nueva constitución un 61,86% de los chilenos. Las cifras hablan por sí solas, las similitudes no pueden ser mayores.
Chile mayoritaria y transversalmente rechazó el 4 de septiembre de 1970 una propuesta refundacional polarizadora, divisionista, basada en la lucha de clases muy propia de la Rusia Soviética dirigida por el dictador comunista y genocida Joseph Stalin y el 4 de septiembre de 2022 Chile rechazó en forma mayoritaria y transversal una propuesta que también incorporaba los viejos conceptos de segregación de la lucha de clases, pero además, algo peor, la segregación de índole racial, muy propia de la Alemania dirigida por el dictador nazi y genocida Adolf Hitler, conceptos según el cual quedaríamos los chilenos divididos o segregados según nuestra raza, con 11 naciones distintas que atomizarían el Chile que siempre hemos conocido, donde nacimos y con altas posibilidades de posterior desintegración territorial del país, con conflicto civil de por medio. Lucha de clases y luchas de razas, dos conceptos que entre 1939 y 1945 dejaron millones de muertos en Europa y Asia. A esas propuestas causantes de tantas desgracias, chilenos jóvenes y viejos, de distintas tendencias políticas y orígenes étnicos y culturales, dijeron no. De alguna forma deben haber emergido del subconsciente social las palabras del Presidente Patricio Aylwin el 12 de marzo de 1990: “Es hermosa y múltiple la tarea que tenemos por delante: restablecer un clima de respeto y de confianza, en la convivencia entre los chilenos, cualesquiera que sean sus creencias, ideas, actividades o condición social, sean civiles o militares”. Y para responder a los abucheos: “¡¡Si señores, si compatriotas, civiles o militares, Chile es uno solo!!”.
Que en el presente toda divergencia que se suscite desde el 4 de septiembre de 2022 en adelante, a diferencia de los sucesos posteriores al 4 de septiembre de 1970; se solucione bajo el criterio también expresado por el Presidente Patricio Aylwin el 12 de marzo de 1990; en el sentido que se imponga “la tendencia a no extremar los conflictos, sino procurar resolverlos mediante soluciones consensuales” y evitar caer en experiencias traumáticas del pasado. Chile necesita integración, no desintegración o segregación.