Ricardo Hartley Belmar, Director proyecto InES Ciencia Abierta, UCEN
Martin Perez Comisso, Investigador CTS, U. Estatal de Arizona
Hace algunos días fue la ‘Semana del Acceso Abierto en Chile’, con eventos nacionales organizados por diversas Instituciones de Educación Superior en Santiago, Concepción, Temuco y Tarapacá; que por primera vez fueron apoyadas por infraestructuras institucionales financiadas desde proyectos ANID; en su mayoría, INES de Ciencia Abierta que ANID inauguró el 2021 con 12 adjudicaciones y este 2022 con otros 5 más, sumándose a los esfuerzos de hacer la ciencia más transparente, democrática, usable y diversa.
Aun así, otras cosas curiosas ocurren en las universidades nacionales, que nos hacen cuestionarnos cuan dispuestas se encuentran respecto a abrirse al país en estos momentos. Consideremos el contexto, la pandemia de COVID-19 que modificó muchísimos hábitos y conductas respecto a nuestros espacios colectivos, y también el estallido social manifestó una desconfianza entre nosotros, que el plebiscito de salida no ayudó a superar y nos pone a la defensiva, especialmente en lo que refiere al cuidado de la infraestructura.
Confianza e infraestructura no son solo la base de la democracia, sino que también de la Ciencia Abierta y permea otros elementos de su ecosistema, la educación abierta y los recursos educativos abiertos. Por ello, cuando hablamos de abrir el conocimiento no solo nos deberíamos referir a hacer accesible, tanto a los y las estudiantes por medio de videoclases, innovaciones bibliotecarias y otras experimentaciones de aprendizaje de los bastos y diversos conocimientos que se cultivan en el país, como también a toda la ciudadanía, sino que también al relacionarse con estos espacios de producción, gestión y descubrimiento.
Esto último no se condice con la dificultad de acceder a los espacios universitarios, que no solo requieren entregar cada vez más datos personales y biométricos de los cuales desconocemos todos sus usos (como aquellas salas que graban e identifican los rostros de todos los estudiantes y visitantes diarios), sino que también que prohíben el encuentro de otras personas ‘sin autorización’, cerrando las infraestructuras y espacios. Las universidades, como reflejo de la sociedad, han manifestado barreras en el acceso, ya no solo al conocimiento, pero a sus propios espacios. ¿Cómo podemos hacer universidades accesibles y seguras? ¿Cuáles son las prácticas que nos permiten construir infraestructuras democráticas para el conocimiento? ¿Y porque las universidades promueven el acceso abierto, pero cierran sus puertas a quienes no son ‘clientes’ de ellas? La ciencia abierta nos invita a reflexionar sobre estas preguntas y relaciones entre confianza, infraestructura y conocimiento, desde los artículos académicos hasta el acceso a las bibliotecas y cafés para encontrarnos y dialogar.
Esperamos que más y más se nos unan en la búsqueda de espacios profundamente accesibles para todas y todos en las universidades chilenas.