Alejandra Riveros
Directora de la carrera de Publicidad, UCEN
En los inicios del mundo de la publicidad, las marcas solo se concentraban en aspectos funcionales y en la utilidad que debían entregar a las personas para responder ante las necesidades de los clientes. Hoy, las marcas se construyen con relatos que puedan incidir y dar sentido a la vida de los seres humanos. Es más, se exige ser socialmente responsables, por lo que se requiere de manera tajante que los diversos comportamientos en el campo de la comunicación comprendan un importante aspecto ético. Por ello, se ha consensuado a nivel global que las marcas deben ser referentes de bien para una sociedad, como símbolos cargados de valores y de ideologías que puedan dar sentido para las diferentes comunidades y personas.
Donald Trump, expresidente de los Estados Unidos, es una marca con una identidad que ha defendido desde el momento en que quiso llegar al mando de la nación. Emblema del mismo sentimiento norteamericano tradicional, ocupó todos los medios al alcance para comunicar su propuesta. Hombre de negocios, famoso, emblema del dinero y de la opulencia, mostró un poderío en el manejo de estas plataformas, vitales para una estrategia de comunicación en la actualidad. Criticado por muchos, pero también defendido por otros miles, fue creando una figura controvertida que está enfrentando una de las etapas más críticas, nunca visto para quien ostentara llegar a la Casa Blanca.
Todo lo anterior ha repercutido en la imagen de Trump, en lo que proyecta y en lo que encarna. Tal como las marcas defienden su posición en el mercado, para los políticos es imperativo que sean modelos de honorabilidad y de un comportamiento correcto. Una autoridad y, en este caso, un líder político, por sobre todo, debe cuidar lo que dice y lo que hace, ya que esa integridad es el principal componente para ser creíble ante sus seguidores.
Dicho lo anterior, se podría asegurar que la marca de Donald Trump está en decadencia, vive la etapa de obsolescencia en el mercado.
Los escándalos que está enfrentando y los diversos cuestionamientos públicos sólo son evidencias del debilitamiento de una marca que ha querido imponerse y mantener su poderío. Y es que nada es azaroso en el mundo actual de las marcas donde predomina, además, un entorno intervenido por los medios de comunicación masivos y por estas nuevas vías digitales que aceleran todo y nos mantienen siempre expectantes frente a lo que pasa. En este mundo es clave la confiabilidad, la honestidad y el propósito por el cual son concebidas. Su diseño y alcance con las comunidades no son fortuitas, sino que se articulan de una manera tal, que el discurso y el relato sean creíbles ante quienes reciben estas historias.
En este escenario, Trump como marca vive un momento más que complejo. Su relato ha perdido fuerza e incidencia. Y sabemos que en el mundo de las marcas de hoy, nada se perdona fácilmente. Al contrario.