Marco Antonio Abarca
Director en Human Hub
Fue en mayo de 1886 cuando un grupo de trabajadores de Chicago levantó la voz para pedir una jornada laboral de ocho horas, la que hasta ese momento bordeaba las 18 horas diarias. Todo esto cuando ya existía una ley federada que promovía lo que ellos pedían, pero que no era respetada siendo prácticamente letra muerta.
La premisa era que las personas necesitaban: ocho horas para trabajar, ocho para el ocio y ocho para dormir. Las protestas derivaron en la muerte de más de 30 trabajadores, cientos de heridos y un juicio que será recordado como uno de los peores de la historia norteamericana.
Si miramos el mundo de hoy, parecen lejanas esas extenuantes jornadas de 18 horas. Han habido cuantiosos avances, qué duda cabe. 127 años después el mundo es otro, sin embargo, aún quedan tareas pendientes. Y según qué parte del mundo, qué industria, qué región o incluso qué comuna se mire, podremos ver más o menos avances.
Sin embargo, ya entrado el siglo XXI hay otros elementos adicionales que nos preocupan, como por ejemplo la salud mental de las y los trabajadores, muchas veces asociada, ya no a largas jornadas, pero sí a largos tiempos de desplazamiento, a culturas laborales tóxicas, a jefaturas indeseables o a discriminaciones por género, estrato social, país de origen, etc.
Todos estos son elementos inobjetables e inevitables en el mundo del trabajo actual. Porque ya tenemos claro que nuestro trabajo es un lugar importante, no solo por el carácter económico de la transición laboral, sino porque es el lugar donde socializamos, desarrollamos habilidades colectivas, intentamos realizarnos y que ojalá lo que hacemos tenga sentido para nosotros y para el mundo.
No obstante, en un estudio de McKinsey del año 2020 se puede observar que ante la pregunta sobre el propósito que tiene mi trabajo, más del 85% de los encuestados que ocupaban cargos altos en las organizaciones declararon que conocían el sentido de su labor, por el contrario, al observar las respuestas de las personas que ocupaban cargos de ejecutivos en interacción con clientes, solo el 15% expresó vivir el propósito de la compañía en el día a día.
Estas dramáticas cifras nos muestran al menos dos cosas. Primero, que tener un trabajo que te hace sentido es un privilegio. Y segundo, que como organizaciones estamos al debe en lograr transmitir a todos nuestros trabajadores y trabajadoras el porqué hacen lo que hacen, cuál es el sentido que tiene, cuál es su aporte a la cadena de valor y un largo etc.En definitiva, las reivindicaciones de Chicago 1886 han sido mayoritariamente cubiertas, hoy tenemos otros desafíos no menos importantes y probablemente muchísimo más complejos, que requieren de pensamientos y esfuerzos colectivos como sociedad para avanzar en conjunto, como un solo cuerpo. Porque, como alguna vez escuché en National Geographic, la velocidad de una manada se mide por la que tiene el último de sus miembros.