Por Ulises Carabantes Ahumada
Ingeniero Civil. Escritor.
Polémica provocaron para algunos esta semana los dichos del Consejero Constitucional del Partido Republicano Luis Silva Irarrázaval, quien expresó tener una admiración por el general Augusto Pinochet, calificándolo como “un hombre que supo rearmar el Estado que estaba hecho trizas”, adjetivando también a Pinochet como un estadista. Respecto de los derechos humanos manifestó “lamentablemente durante su tiempo a cargo del gobierno de Chile ocurrieron cosas, las que él no podía desconocer y que habría justificado y son atroces”.
Resulta interesante evaluar estos dichos del señor Silva, quien, valga decir, obtuvo la primera mayoría nacional en la elección de consejeros constitucionales del pasado 7 de mayo.
Respecto de que el Estado de Chile estaba hecho trizas en 1973, no es un descubrimiento que ha hecho en el presente el señor Luís Silva, es una realidad que reconocieron protagonistas políticos de aquella oscura época, partiendo por el propio presidente de la república Salvador Allende. La democracia chilena y sus instituciones estaban hechas trizas antes del 11 de septiembre de 1973. Chile estaba ni más ni menos que al borde de una sangrienta guerra civil que iba a costar cientos de miles de vidas de chilenos. Esto es suficiente para avalar que el Estado, la democracia y sus instituciones estaban hecho trizas.
En noviembre del año pasado 2022 publiqué el libro “Chile 1973. Historia de una Crisis”(contacto para solicitarlo ucarabantes@gmail.com). Con suficiente fundamento histórico, en él describo aquella escalofriante situación en que estaba el país. A principios de mayo de 1973 el comandante en jefe del ejército de la época, general Carlos Prats, efectuó un viaje institucional a diferentes países, acompañado de los generales Óscar Bonilla y César Raúl Benavides, el coronel Rigoberto Rubio y las respectivas esposas de estos altos oficiales del ejército. En la ruta de retorno desde Europa hicieron escala en Buenos Aires, a cuyo aeropuerto llegó a saludar a los militares el embajador del gobierno de Allende en Argentina, Ramón Huidobro. Este, con alarma, informó al general Prats que el ex canciller del mismo gobierno de Salvador Allende, Clodomiro Almeyda, le había expresado en días anteriores que en Chile la guerra civil era inminente y que había que hacer lo que fuera para impedir tamaña catástrofe. Prats se sumió en los más oscuros presentimientos y al llegar a Santiago se fue a presentar y a informar de su viaje al presidente de la república Salvador Allende. Conversaron el presidente y el general sobre los dichos de Huidobro en Buenos Aires, reconociendo Allende que Chile estaba al borde del abismo fratricida. En ese momento el general Carlos Prats, tratando de ayudar a que el drama existente terminara con una salida pacífica, sugirió a Allende que hablara con los partidos de la Unidad Popular, es decir, con los partidos de izquierda que supuestamente lo apoyaban, para buscar establecer una tregua política con la oposición. Allende le indicó al general que era inconducente para él hacer ese intento pues los partidos de la Unidad Popular a él ya no lo escuchaban, ni menos atendían sus argumentos. Acto seguido, Salvador Allende cometió la inconstitucional imprudencia de empujar al comandante en jefe del ejército a la arena política contingente, pidiéndole a Prats que él hablara con los partidos de izquierda. Peor aún, el alto oficial aceptó la irresponsable e inconstitucional solicitud o ruego de Allende, cayendo en contradicción con su propia prédica dentro de las filas del ejército, en el sentido de que los integrantes de dicha institución debían mantenerse totalmente al margen de la política contingente. La solicitud de Salvador Allende a Carlos Prats, significó en definitiva la politización total del alto mando del ejército, pues al comenzar Prats a sentarse con los distintos partidos de la Unidad Popular para que éstos aceptaran una tregua con la oposición, iba informando de sus gestiones ante el cuerpo de generales, iniciándose el debate y deliberación interna. Allende había sacado institucionalmente al ejército de su normal función constitucional, dado el estado crítico en que estaba Chile y su democracia. Chile y sus instituciones estaba hecho trizas en 1973. Esa es la realidad.
Volviendo al Consejero Constitucional Luís Silva y sus dichos, hizo alusión a los problemas de derechos humanos que hubo después del 11 de septiembre de 1973. Evidentemente, innegablemente, esto es así. Bien caben las citas históricas y una reflexión al respecto, que en ningún caso busca avalar lo sucedido pero si sacar lecciones históricas, que por fanatismo o porfiada ceguera suelen no sacarse. Es tan simple como entender por qué a partir de 1942 Estados Unidos e Inglaterra arrasaron las ciudades alemanas después que la Alemania nazi destruyó las ciudades inglesas en los años 1940 y 1941 con incesantes bombardeos aéreos. Esto a propósito de que en junio de 1965 el partido socialista levantó y aprobó en un congreso en Linares, la vía insurreccional, invalidando la institucionalidad democrática chilena amparada por la Constitución de 1925; decisión que ratificó y escaló aprobando la vía armada como método de acción política para llegar al poder, hecho ocurrido en el Congreso de Chillán de octubre de 1967. De hecho, para este partido, la elección presidencial de 1970 era sólo una estación intermedia para llegar al poder total vía lucha armada, es decir, vía matanza de chilenos contra chilenos. Por otra parte, en agosto de 1965 se creó la agrupación terrorista de extrema izquierda denominada Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, la que desde su misma creación rechazó el sistema democrático chileno imperante, tomando como vía política la lucha armada, con secuestros, asaltos y atentados, esto, durante el gobierno demócrata cristiano de Eduardo Frei Montalva. Ya desatada la gran crisis durante el gobierno de Salvador Allende y no habiendo sido nunca parte de este gobierno, el MIR efectuó lo que esta agrupación extremista denominaba “un acto de masas” en el Teatro Caupolicán de Santiago. Fue la tarde del 17 de julio de 1973. En este acto, el único orador fue el máximo líder del MIR, Miguel Enríquez, quien aquella tarde expresó ante la gran cantidad de sus enfervorizados y fanáticos seguidores que repletaban aquel teatro que uno de los objetivos que tenían era la infiltración de las Fuerzas Armadas y Carabineros y una vez logrado ese propósito, “todas las formas de lucha se harán legítimas”. Es decir, Miguel Enríquez declaró que una vez teniendo el control de la fuerza, todo valdría para destruir a quienes ellos consideraban sus adversarios o enemigos, dentro de los cuales incluso estaban los comunistas. Lamentablemente para Miguel Enríquez y sus seguidores en el MIR, nunca lograron una infiltración de importancia en las Fuerzas Armadas y Carabineros, es decir, nunca lograron el monopolio de la fuerza para ejercer sobre sus enemigos “todas las formas de lucha”, las que Enríquez calificó de legítimas. Muy por el contrario, todas las formas de lucha fueron ejercidas sobre el MIR y el resto de la izquierda a partir del 11 de septiembre de 1973; momento a partir del cual, ni el MIR ni el resto de la izquierda volvieron a calificar de “legítimas” aquellas todas formas de lucha, fueron rebautizadas como “violaciones de derechos humanos”. Moraleja sobre esto, nadie tiene derecho a ejercer “todas las formas de lucha” sobre otros, pero el líder del MIR, Miguel Enríquez, las invocó a partir de creerse propietario de la verdad revelada que llevaría a la humanidad por el camino correcto de su salvación. Totalitarismo, maximalismo, no son buenos consejeros. Así les pasó a los nazis alemanes, quienes a través de su fanático Ministro de Propaganda Joseph Goebbles, se quejaban ante el mundo por los bombardeos aliados, cuando el Estado nazi alemán bombardeó sin compasión las ciudades inglesas. Quien siembra vientos, cosecha tempestades, ineludiblemente.
Por último, valga revisar si hay otros ejemplos de admirador y admirado, como es el caso del Consejero Constitucional Luis Silva respecto del general Augusto Pinochet. Saltó inmediatamente a mi memoria el caso del poeta Pablo Neruda, ni más ni menos que nuestro segundo Premio Nobel de Literatura. Neruda fue el admirador, el criminal genocida comunista soviético José Stalin, el admirado. Neruda más que admiración por el criminal comunista Stalin, quien cargó sobre sus espaldas millones de muertos, sentía devoción por éste. No se puede calificar de otra manera pues el Nobel de literatura le dedicó unos versos, una poesía a tamaño criminal genocida, señalando en su poema “hay que aprender de Stalin/su intensidad serena/su claridad concreta”.
En fin, nada nuevo bajo el sol en esto de admiradores y admirados.