Por Ulises Carabantes Ahumada
Ingeniero Civil Industrial. Analista de actualidad. Escritor.
Estimado lector, en las próximas líneas podrá leer un muy breve pero descriptivo resumen de los primeros capítulos del libro Chile 1973. Quien quiera profundizar en esta materia y desee comprar el libro, consulte al correo ucarabantes@gmail.com, para las ediciones en Chile y España
Como investigador de los hechos asociados al 11 de septiembre de 1973 tengo la convicción de que es de primerísima relevancia conocer y entender el proceso vivido en Chile a partir de 1965; las condiciones políticas nacionales y también internacionales. En lo que se refiere a las condiciones internacionales de aquellos años y que gravitaban en Chile y en todo el mundo, no se puede dejar de considerar y mencionar la llamada “guerra fría”. Hay que explicar y entender entonces, sobre todo a aquellos que nacieron un poco antes de 1990 o posterior a esa fecha y que no han adquirido el conocimiento de lo que fue esa etapa de la historia de la humanidad, que la llamada “guerra fría” fue la condición en que quedó el mundo con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, donde los grandes vencedores de esta catástrofe, Estados Unidos y la Unión Soviética (país que ya no existe por el rotundo fracaso del sistema económico y político comunista), se repartieron el mundo para uno u otro, Estados Unidos defendiendo las economías de mercado o capitalismo, las democracias republicanas y los valores cristiano occidentales y la Unión Soviética levantando como propuesta para la humanidad la economía centralmente planificada sin libertad de emprendimiento individual, la dictadura del proletariado con la existencia de un solo partido, comunista, y el marxismo leninismo ateo. Ambos colosos definieron áreas de influencia para cada uno, desde el punto de vista político, económico y militar. Toda la Europa oriental quedó bajo la influencia y control de la Unión Soviética y Europa occidental junto a Latinoamérica bajo la influencia y control de los Estados Unidos. Las amplias zonas del planeta donde habían colonias de las ex potencias europeas occidentales como Inglaterra, Francia, Alemania o Portugal, fueron un objetivo tanto para Estados Unidos como para la Unión Soviética, buscando el primero liberalizar el comercio para dichas colonias y el segundo implantar un régimen económico bajo la modalidad comunista soviética. Si una de las dos grandes potencias que se habían repartido el mundo veía que sus intereses comenzaban a ser afectados en un país que estaba dentro de lo que ellos habían definido como su área de influencia, inmediatamente reaccionaban para impedir que las cosas se escaparan de su respectivo control. En 1956 reaccionaron violentamente los comunistas soviéticos y húngaros en contra de los húngaros que buscaron libertad para elegir su propio sistema político. Actuó con violencia la policía política comunista húngara, la KGB soviética y el ejército soviético que entró sin ningún tipo de escrúpulos con 32 mil soldados y más de mil tanques a territorio húngaro, lo que tuvo como resultado muerte, heridos y prisioneros entre miles de opositores al régimen comunista de Hungría. Algo similar ocurrió en 1968 en Checoslovaquia, en Praga, su capital, en la llamada “primavera de Praga”, como se bautizó al movimiento que buscaba mayores libertades políticas en el país. Nuevamente los comunistas soviéticos reaccionaron violentamente usando maniobras militares y el encarcelamiento de miles de opositores checos. Los comunistas soviéticos reaccionaron sin titubear frente a focos opositores que quisieron sacar tanto a Hungría y Checoslovaquia del área de control de Rusia comunista. Bajo la misma lógica actuaría Estados Unidos en Latinoamérica y particularmente en Chile, reaccionaría ante quienes pretendían sacar a Chile del área de control o influencia estadounidense y llevar al país al área de control soviético, como ya había pasado en Cuba en 1959. Era el principio de acción y reacción aplicado a la política mundial, era la lógica de la llamada “guerra fría”. La izquierda chilena utilizó recurrentemente a fines de los años del 1960 y principios del 1970 el término “los reaccionarios” o “la reacción”, como un calificativo peyorativo hacia sus adversarios o enemigos políticos. Vemos con las citas históricas anteriores que tanto los comunistas soviéticos como Estados Unidos reaccionaban frente a las amenazas, como lo hacía también la izquierda chilena y lo hace todo el mundo en cualquier ámbito. Por lo tanto el calificativo de “reaccionario” no sólo le cabía a los anticomunistas, también a los comunistas.
Hecha la referencia histórica para ubicarnos en el contexto mundial en que se desarrollaron los sucesos en Chile y hecha también la aclaración de concepto, ya puedo señalar que el quiebre democrático se inició en Chile en junio de 1965. En esa fecha el Partido Socialista de Chile (PS), muy herido por la derrota de su candidato Salvador Allende en la elección presidencial de septiembre de 1964 ante el demócrata cristiano Eduardo Frei, efectuó un Congreso General en Linares. En dicho Congreso el PS aprobó la vía insurreccional, lo que significó el inicio de la ruptura de este partido con la democracia chilena. En lo medular la tesis insurreccional aprobada en el Congreso de 1965 ratificaba la necesidad de abandonar la política de alianzas y “reformismo” en que había estado el Partido Socialista en las dos décadas anteriores, cambiando el rumbo hacia la lucha verdaderamente “revolucionaria insurreccional”, como lo aprobó el PS en aquel Congreso. Rechazaron también los socialistas en el Congreso de Linares lo que calificaron como “democratismo burgués” y el “respeto de la institucionalidad burguesa”. Es decir, en 1965 el Partido Socialista aprobó rechazar la democracia republicana chilena amparada por la Constitución de 1925. La tesis aprobada en 1965 por los socialistas planteaba sin tapujos ni eufemismos tener como objetivo la destrucción de la democracia republicana, para así tomar el poder, “sin la existencia de otras clases” y por lo tanto sin la existencia de otros partidos políticos. Se trataba de pavimentar el camino hacia la llamada dictadura del proletariado, al estilo de la existente en la Unión Soviética y Cuba. Fácil es inferir que dicha postura tendría como respuesta una reacción interna como así también por parte de Estados Unidos, por lo explicado al inicio de estas líneas. En la tesis aprobada por los socialistas en 1965 se criticaba la conducción de la campaña presidencial de 1964; por habérsele dado un carácter meramente electoral, sin considerar el “necesario enfrentamiento entre las clases”, es decir, que se desatara la violencia entre los chilenos. A menos de un año de la elección presidencial de 1964 el Partido Socialista mostraba una evidente división interna, una minoritaria facción que pretendía mantener al partido dentro de los causes democráticos y un segundo grupo mayoritario, que se imponía, levantando la tesis de la violencia por sobre la democracia. Los socialistas criticaron ácidamente a Salvador Allende en 1965 por haber tenido acercamientos con la Iglesia Católica durante la campaña presidencial recién terminada, por haber sostenido reuniones con el Cardenal Raúl Silva Henríquez en la búsqueda de votos en la amplia mayoría católica del pueblo chileno. Claro, aquello era propio de “un reformista” y no de un revolucionario próximo a tomar un fusil. Esta actitud irresponsable y de rechazo a la democracia chilena fue una constante en muchos dirigentes socialistas desde el Congreso de 1965 hasta el mismo 11 de septiembre de 1973; cuya máxima expresión fue el senador Carlos Altamirano. Los socialistas aprobaron también negar toda validez o positividad a la llamada “doctrina social” de la Iglesia Católica, a través de la cual el catolicismo buscaba ser protagonista en la tarea de encontrar soluciones a los diversos problemas que tenía Chile. Los socialistas argumentaban que ésta “tenía y tiene por objetivo apartar a los trabajadores del camino revolucionario para orientarlos hacia la convivencia y al entendimiento entre el capital y el trabajo”. Es decir, para los socialistas era o la revolución marxista o nada, eliminando con esto el sistema democrático imperante, sin posibilidades de entendimientos para que Chile transitara por rutas consensuadas en pos de soluciones a los problemas que como país enfrentaba. Se había sembrado la semilla para el enfrentamiento interno, por medio de un maximalismo que no aceptaba términos medios. Se creaba el enemigo interno, la burguesía, es decir, el empresariado nacional, a quienes había que combatir y destruir en cuanto su condición de dueños de medios de producción. Pero, como señalé al comienzo de estas líneas, el principio de acción y reacción no sólo se puede palpar en la física, sino también en lo político social. Por lo tanto, la respuesta o reacción, en algún momento vendría.
Por otra parte, en agosto de 1965 se fundó el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, en el llamado “Congreso de Unidad Revolucionaria”, agrupación de extrema izquierda, anarco marxista, cuyo objetivo era desatar la lucha armada y emular a los guerrilleros que se habían tomado el poder en Cuba en 1959. Para el MIR no había lugar para procesos electorales. Había que destruir la democracia republicana amparada por la Constitución de 1925 y fundar un Estado socialista al estilo cubano. Emergía el MIR, con su doctrina de lucha armada, es decir, su vocación por desatar una guerra civil, como un antagonista no sólo para la derecha y el centro político, gobernante este último, sino también como opositor de la izquierda tradicional. Las acciones de violencia desarrolladas por el MIR fueron principalmente asaltos con robos que el MIR denominaba expropiaciones, atentados y secuestros.
En el Congreso de Chillán de octubre de 1967 sonó el clarín de guerra para los socialistas. En aquel Congreso, el Partido Socialista resolvió que la “legítima violencia revolucionaria” era el único camino para alcanzar el poder político y económico, lográndose esto sólo si se destruía lo que los socialistas calificaron como “el aparato burocrático y militar del Estado burgués”. Se casaba el Partido Socialista con la violencia, su violencia en contra de sus adversarios o enemigos, calificándola de “legítima”. Si la violencia que ejercieran los socialistas sobre sus oponentes era legítima, ¿por qué no podría ser calificada del mismo modo la violencia que ejercerían los oponentes al Partido Socialista sobre este partido volcado en afanes violentistas?
Por último cabe señalar que la “guerra fría” tenía una proyección desde Estados Unidos hacia Latinoamérica. Una de las componentes fundamentales de esta proyección fue la militar, por medio de pactos o tratados de asistencia por parte de Estados Unidos hacia las fuerzas armadas de los países del área. Se creó el TIAR, Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, y a partir de 1960; un año después de la revolución marxista en Cuba, el ejército de Estados Unidos invitó a sus pares de Latinoamérica a una reunión en la zona del Canal de Panamá para abordar el problema que significaba el aumento de influencia comunista en la región. Estas reuniones se repitieron año a año, acuñándose el concepto de “fronteras ideológicas” en la quinta conferencia de este tipo, efectuada en West Point, Estados Unidos, en 1964.
Evidentemente habría una respuesta de Estados Unidos y sus aliados frente a quienes tenían como objetivo pasar a Latinoamérica desde el hemisferio occidental bajo influencia y control de la potencia de América del Norte, a estar bajo la influencia y control del comunismo soviético. Así como la Unión Soviética reaccionó e intervino en Hungría y Checoslovaquia, cuando estos países buscaron mayor libertad respecto de Moscú, Estados Unidos haría lo mismo ante intentos de implantar el comunismo en Latinoamérica. Era la lógica de la “guerra fría”, fue en definitiva la lógica que se dio en Chile. En nuestro país uno de los hechos más significativos durante el gobierno de Eduardo Frei, fue el movimiento militar llamado “tacnazo”, el que fue liderado por el general Roberto Viuax en octubre de 1969, bajo supuestos afanes de mejoramiento de las condiciones generales en que estaba el ejército, pero que en definitiva tenía una componente de índole político frente al avance que tenían los grupos izquierdistas insurreccionales en Chile. Posteriores testimonios y el protagonismo político que fue tomando Viaux, ya lejos de las filas del ejército, dan cuenta de esto.
Si durante las publicaciones de este ciclo histórico de trece publicaciones, alguno de mis lectores se interesa en tener el libro Chile 1973; tanto para la edición en Chile y en España, pueden hacer llegar su consulta al correo electrónico ucarabantes@gmail.com
Los espero el próximo sábado 24 de junio con la segunda publicación histórica, la que llevará por título Cincuenta Años: Elección Presidencial de 1970.