Por Liliana Cortés, directora social del Hogar de Cristo
Las imágenes que hemos visto luego de los incendios en la región de Valparaíso son desoladoras. Cientos de familias perdieron a familiares y amigos en una noche terrorífica, mientras que otras miles vieron como el esfuerzo de años de trabajo se convertía en cenizas. Pero detrás de la catástrofe se esconde otra tragedia, una permanente y silenciosa. Porque la vida en un campamento no se encuentra amenazada únicamente por incendios o desastres naturales, sino que se enfrenta a otras amenazas “naturales” que parecen volverse habituales en nuestro país: asaltos, funerales narcos, secuestros, balaceras.
Esto es especialmente grave cuando observamos la realizad de la infancia que vive en estos contextos. Sesenta mil niños, niñas y adolescentes viven en campamentos en Chile, y el 63% de ellos dice sentirse inseguro. Alarmantemente, casi la mitad ha presenciado el abuso de alcohol y drogas, y un 42% ha estado expuesto al narcotráfico. El 86% de los niños en campamentos debe enfrentarse cada día a plagas de ratones, cucarachas, chinches, piojos y perros vagos; mientras que el 80% ni siquiera dispone de espacio para jugar porque no existen plazas o áreas recreativas.
Esto, el narco lo sabe, e instalado entre los más vulnerables, los tienta, secuestra y priva de la tranquilidad y también de la dignidad, cuando logra seducirlos, especialmente a las niñas, niños y jóvenes de nuestro país.
Como Hogar de Cristo, hemos tenido que adaptarnos. Nuestros programas sociales, ubicados en los sectores más excluidos del país, han adoptado un protocolo de emergencia para sus trabajadores, el que resulta sorprendente. Redactado por alumnos de Trabajo Social en la Región de Valparaíso Interior, específicamente en San Felipe, tiene como objetivo orientar y ofrecer consejos de seguridad a los profesionales de nuestra organización.
Un ejemplo el caso de balaceras: “Todos deberán estirarse en el suelo cubriendo su cabeza y tratando de mantener la calma; no miren ni se asomen por las ventanas; distraigan a las personas que atendemos, a fin de no generar mayor pánico”.
No podemos considerar normales estos protocolos. Debemos ofrecer hogares y entornos dignos y amables, que sean el primer y principal refugio de los niños y niñas del país. La reconstrucción de las zonas afectadas por los incendios de febrero debe considerar este desafío, transformando la tragedia en una oportunidad de esperanza.