Karen Correa Basilotta
Directora carrera Geología
Universidad Andrés Bello, Concepción
Parece paradójico hablar de sequía cuando parte importante del país se ha visto afectada por las inundaciones. Sin embargo, el evento que vivimos es solo una expresión más del cambio climático. La desertificación es un problema ambiental significativo y progresivo. Según la ONU, cada año, más de 24.000 millones de toneladas de suelo fértil desaparecen, afectando a millones de personas en todo el mundo y a la fecha se considera degradada hasta un 40% de la superficie terrestre. La situación es preocupante. Se estima que hacia 2050, tres cuartas partes de la población mundial enfrentarán sequías, con consecuencias particularmente graves para mujeres y niñas en países emergentes y en desarrollo, quienes en la mayoría de los casos asumen la responsabilidad de la recolección de agua. Además, de los ocho mil millones de habitantes del planeta, más de mil millones son menores de 25 años que viven en regiones cuyos medios de vida dependen directamente de la tierra y los recursos naturales
La desertificación es el resultado de factores climáticos naturales y actividades humanas, incluyendo el cambio climático, que actúa como un acelerador. Sus impactos son devastadores y múltiples: pérdida de cobertura vegetal que afecta a la producción agrícola y ganadera, inseguridad alimentaria, agotamiento de acuíferos y disminución de las reservas de agua potable. A nivel económico, las sequías severas han mostrado reducciones significativas en el Producto Interno Bruto (PIB) de países como India, mientras que, en Australia, la productividad agrícola ha experimentado una caída considerable entre 2002 y 2010, exacerbada por incendios forestales de gran escala.
En Chile, el 53% del país sufre de sequía y el 23% está experimentando procesos de desertificación, concentrándose especialmente en regiones como Coquimbo, Valparaíso, Metropolitana y O’Higgins. Las principales causas incluyen deforestación, malas prácticas agrícolas y ganaderas, incendios forestales, expansión urbana sin planificación adecuada y gestión inadecuada de los recursos naturales, como el agua.
Para abordar este problema, la ONU promueve el Objetivo de Desarrollo Sostenible 15 (Vida de ecosistemas terrestres), enfocándose en la gestión sostenible de los recursos naturales, especialmente del agua y el suelo. Esto requiere concienciación pública, transferencia de conocimientos locales y la implementación de medidas adaptadas a las necesidades específicas de cada región y comunidad. Iniciativas como prácticas agrícolas sostenibles, reforestación con especies nativas, evaluación y protección de acuíferos, así como el empoderamiento comunitario, son esenciales para la preservación de nuestros recursos y territorios frente a la desertificación.