Edición de la Sociedad de Creación y Acciones Literarias Región de Coquimbo, 2024.
Por Arturo Volantines
Al recapitular la batalla de Cerro Grande —y de los más de 200 años del Liceo de La Serena—, cabe preguntar por el aporte de esta revolución (y de los radicales) en la construcción cultural de Chile y, especialmente, del Norte Infinito.
Después de la revolución de la Independencia se creó en Atacama y Coquimbo un movimiento de ampliación hacia el desierto, que se resolvió con la guerra del 79. Copiapó, Caldera, Taltal, Tierra Amarilla, Vallenar, Vicuña y La Serena fueron focos de mucha actividad liberal y de pensamiento creativo al servicio del cambio. Se publicaron tantos diarios y revistas; que, incluso, hoy, en estudios internacionales, llama esto la atención.
Por ejemplo, el foco proactivo en Vicuña fue extraordinario. Se originó un movimiento radical que facilitó la aparición de la Generación Naturalista, encabezada por Gabriela Mistral. Los héroes de las guerras civiles y del 79 se atrincheraron en Vicuña. Crearon, entre otros, a El Elquino, que generó una cultura reluciente. Hasta el día de hoy, ese patrimonio respira y contribuye.
Resultó importante, para que surgiera este movimiento liberal, la creación del Liceo de La Serena. Allí estudiaron los dos primeros periodistas costumbristas genuinamente chilenos: José Joaquín Vallejo Borkoski —Jotabeche— y Nicolás Álvarez Borkoski —el Diablo político—: Eran primos y muy pobres; fueron los primeros becados del Liceo y resultaron clave para la cultura. La pléyade de estudiantes y profesores notables de este Liceo ha sido redentora: Los hermanos Concha, los Muñoz Godoy, los Alfonso Cavada, los Comella, los Machuca, algunos de los hermanos Matta y Gallo y varios de los que crearon la exitosa industria minera de Chile.
Este Liceo, hoy llamado Gregorio Cordovez, pasó los 200 años[1]. Sus rectores y profesores han sido albur para el florecimiento de la cultura nortina. Es el caso milagroso de Pedro Cantournet, que dejó la sotana y, sobre sus hombros, se echó el propósito de dotar al norte del edificio educacional acorde a lo que se soñaba. El huasquino, Juan de Dios Peni, fue otro rector que dio la vida para que el Liceo tuviera la impronta necesaria.
Numerosos profesores innovaron y dieron sustento a una época para cambiar la tradición colonial beata; por otra: apegada a la ciencia y liberal, que pudiera generar nuevas ideas y más justicia social. Importantes profesores fueron: Bernardo Ossandón, Néstor Rojas, Adolfo Formas, Eliseo Peña, Abraham Vera, Buenaventura Osorio, Jorge Peña Hen, Alfredo Berndt, Alfonso Calderón, Barak Canut de Bon y tantos más.
Resulta también notable la cantidad de escritores, poetas y pensadores que estudiaron en este Liceo: Clodomiro Concha, Manuel Concha, Ricardo Dávila Boza, Federico González, Saturnino Mery, Alamiro Miranda, Policarpo Munizaga, Benjamín Vicuña Solar, Julio Vicuña Cifuentes, Ricardo Antonio Latcham, Braulio Arenas, Fernando Binvignat, Jorge Eduardo Zambra y muchos más. El Liceo fue crisol de héroes de las insurrecciones de 1851, 1859 y 1891. Y, para qué decir, de los alumnos y profesores que se enrolaron en la Guerra del Pacífico: Francisco Machuca, Pedro Regalado Videla, Wenceslao Vargas, Rafael Varela, Clodomiro Varela, Marcelino Iribarren, etcétera.
Fue refulgente la creación de la imprenta del Liceo, donde se publicaron algunas obras notables, como el Tratado de Ensayes (enero, 1844) de Ignacio Domeyko[2]; la llegada de este y la inaugural generación de profesionales mineros (los primeros 16 ingenieros de mina de Chile) y el arribo de Carlos Lambert. Domeyko hizo una revolución, que cualificó a muchos hijos del norte; le dio categoría internacional e hizo florecer al país. Creo firmemente: es uno de los precursores de la república. En sus desvelos, encontramos mucho de cómo somos en esta franja del mundo, tan bien contada en sus Memorias[3].
Las revoluciones que encabezaron Pedro Pablo Muñoz y Pedro León Gallo tuvieron la importancia de crear una cultura radical y autóctona, que ensambló un nuevo Chile. La batalla de Cerro Grande es símbolo vivo, que debemos tener en cuenta en la hora concretar una nueva Carta Magna y articular una nueva síntesis del país, para asegurar a las diversas culturas que forman el país.
II
Es pertinente acercarnos a la batalla sucedida en el sureste de La Serena, el día 29 de abril de 1859:
En torno al Cerro Grande, se formó el Ejército Constituyente. De izquierda a derecha, en las murallas de las tierras de Aguirre, el Regimiento N°1 de Copiapó, los Zuavos de Chañarcillo, la Legión Huasquina, el Segundo de Línea de Copiapó, los Cívicos de Copiapó y el Primero de Coquimbo. Al frente, formaba el ejército de Gobierno: mucho más numeroso y con mejores armas. Pedro Pablo Muñoz había ocupado Ovalle y Balbino Comella ocupaba Illapel.
Ese memorable día, al amanecer del 29 de abril de 1859, el Ejército Constituyente, —encabezado por Pedro León Gallo, Ramón Arancibia y el Comandante del Coquimbo, Ignacio Alfonso— atacó al ejército del Gobierno, cortando a esas tropas en dos y tomando algunos prisioneros. Recién a las 7½ de la mañana pudo el General, Juan Vidaurre, recomponer sus fuerzas. Parecía que la batalla se ganaba.
Fue nuestro Waterloo. En el entusiasmo de ganar se les cedió los faldeos de Cerro Grande a las tropas de Gobierno. Pareciera ser que las ventajas de tan afiatada revolución llevaron a la confianza destructiva. Más que perder; no se supo ganar. Así, como la cultura de las batallas fue esencial en los triunfos de Alejandro, pareciera que el Estado Mayor revolucionario no conocía Waterloo.
Tampoco se pensó en el factor de la traición, que siempre ha estado presente en la historia de Atacama, hasta el día de hoy. Siempre el traidor aparece desde el mismo intestino, como ayer y como hoy[4]. Como en Cerro Grande, al traidor lo condenaba el pasado. Quiero decir, que, si el traidor perteneció dedicadamente a un sector, tiende este a regresar a esa trinchera.
No podemos culpar solo a la traición de la derrota de Cerro Grande. Pero, claro, la batalla tuvo un solo y fatal pestañeo de parte del Ejército Constituyente, y eso fue cuando fallaron las armas. Esto lo reconoce, el General de División e Inspector General del Ejército de Chile, Francisco Javier Díaz[5].
La Batalla de Cerro Grande tuvo dos factores más que fueron gravitantes y están relacionados con el armamento. La calidad de las armas del Gobierno era muy superior. El ingenio de Anselmo Carabantes fue notable en la construcción de las armas Constituyentes. En cierta forma, las armas eran artesanales, que rápidamente fueron quedando inútiles en la contienda, como lo demuestran aquí las Memorias[6] del general Del Canto.
Otro factor, fue la actitud de Pedro León Gallo de no repetir el ataque con corvos de la Quebrada de Los Loros. Los corvos permanecieron quietos cuando Ramón Arancibia, por cuenta suya, cargó con un puñado de atacameños. Ya era demasiado tarde.
Al grito de “Viva la Constituyente”, cayó con múltiples heridas de bala y sable el poeta Ramón Arancibia[7], Jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador del Norte. Con un grupo de soldados atacameños atacó temerariamente cuando la derrota asomaba. Se peleaba cuerpo a cuerpo entre los faldeos del Cerro Grande y las haciendas y murallones del sector. A lo lejos, se asomaba la Portada de La Serena. Ese puñado de atacameños y coquimbanos se batieron a muerte, como había sido fundamental y dramático en el triunfo en la Quebrada de Los Loros.
El general Pedro León Gallo no quiso que sus tropas lucharan corvo en mano, porque significaba muchas bajas. Esto fue un factor clave en la derrota en la batalla de Cerro Grande. Y no solo por la evidente traición, tanto en la pólvora falsa, como por los que se habían comprometido y no se plegaron a la revolución.
La actitud de Pedro León Gallo de evitar muertes se sostuvo hasta el final de la guerra. Por lo mismo, cuando una parte del Ejército Constituyente sobreviviente, atrincherado adentro de la ciudad de La Serena, encabezado por Elías Marconi, le propuso volver a la carga, Pedro León Gallo se negó rotundamente e, incluso, su actitud frente a la capitulación fue coherente; a pesar que parte del ejército se mantenía intacto en Atacama. Pedro León Gallo siempre fue valiente y mesurado.
También gravitó en él la negación de plegarse de los revolucionarios capitalinos; ya que comprendía perfectamente que era necesario contar con los recursos económicos y hombres.
Durante cinco horas de combate, el Ejército Constituyente mantuvo fuerte ventaja. Las tropas de Gobierno no tenían capacidad de movimiento y eran envueltos por los revolucionarios. Así, se mantuvo el combate, con notoria ventaja para los revolucionarios. Los distintos asaltos, tantos del Buin como del Séptimo de Línea fueron rechazados. Varias veces el ejército de Gobierno estuvo a punto del desbande. Solo que, en algún momento, Vidaurre vio que el centro revolucionario se debilitaba por la falta de fuego y aprovechó, en pocos minutos, de fusilar a la oficialidad revolucionaria. Allí, cayeron los oficiales constituyentes: Manuel María Aldunate, Samuel Claro, Guillermo Parker y varios más. Quirico Romero, uno de los más cercano a Gallo cayó fusilado de pie. Tal vez, como Napoleón, el General Gallo confió que la batalla de todas maneras se iba a ganar, y que no le era necesario usar el corvo. La ventaja que mantuvo durante toda la batalla, la perdió en un pequeño momento. Ahí, el general Juan Vidaurre se alzó con el triunfo, sino la historia de Atacama indudablemente sería otra.
A pesar de la derrota, se quebró para siempre en Chile la Nación de una sola mirada; nació la visión de otra forma de organizarse y de organizar el Estado. A partir de esta revolución, el Norte Infinito se reconoce a sí mismo con características propias; toma una primera conciencia de su distinción en el mundo. Y el sueño más grande soñado por Atacama y Coquimbo quedó como una semilla.
III
Es cierto que la derrota de Cerro Grande fue estruendosa. “La batalla de Cerro Grande había sido una derrota para los constituyentes por el descalabro mismo y las persecuciones y también, para el Gobierno por el fracaso de su política autoritaria y represiva…”[8].
Se buscó exterminar a los revolucionarios. No se les dio tumbas ni rezos. Se les condenó a muerte. No fueron perdonados; nunca hubo armisticio ni una ley en la dictadura de Montt a favor del pueblo. Aún más, se les siguió persiguiendo. Muchos se salvaron de ser fusilados por el exilio y muchos otros murieron en el exilio. Pero, la revolución trizó el poder conservador. Y tuvimos en Chile un largo periodo liberal.
Es cierto que se ha querido poner un manto de olvido. Pedro León Gallo volvió del exilio. Fundó el Partido Radical. Y las ideas de la revolución se volvieron un río que cambió al país.
Pedro León Gallo siguió luchando por la educación pública, el derecho al sufragio, la incorporación de la mujer a la vida pública, el fomento a la industria y a la producción, la abolición de la pena de muerte, etcétera. Propició en su calidad de parlamentario: la ley de matrimonio civil, la de los cementerios laicos, de la libertad de imprenta, la de comercio, la de asociación, entre otras. Lidió denodadamente para separar la Iglesia del Estado. Fue partidario de una “Iglesia libre en el Estado libre”[9]. En fin, por sus oficios, se creó un sinnúmero de leyes, para mejorar la vida del pueblo chileno y, por ende, para despertar a América Latina.
Pedro León Gallo murió como vivió: rodeado y amado por su pueblo. Tanto, su regreso del exilio y su muerte, no han sido superado, en la conmoción pública.
No fue suficiente. Los mismos que debían ser los custodios de la memoria solo se llenaron de futilidad del presente. Perdieron la tradición. Por lo mismo, el sendero. Se engolosinaron: cambiaron potestad por granjerías; desmemoria por prebendas. Se acomodaron a lo que le proponía el imperio. Y la sustancia de la identidad se les volvió polvo y olvido. Ni siquiera conservaron la bandera. Entonces, vieron a sus padres de yeso, que solo servían para rituales y disfraces. Se volvieron hueros. Tan hueros, que en nombre de la causa araban contra la causa.
Es cierto que el propósito de ser respetado y reconocido es zigzagueante. Nuestros monumentos agonizan y son oxidados por los perros y buitres. El sujeto local es sumiso y está con su desidia ayudando a los que no quieren vernos; a los que les conviene no vernos.
Se han dado pasos pequeños; avance en el auto reconocimiento. La bandera atacameña ha ondeado en la plaza de Copiapó. Se han buscado formas pacíficas en búsqueda de ser reconocidos, tal como lo dice Vicente Pérez Rosales[10] respecto a nuestra distinción. Somos un lugar en el mundo. Y esta emancipación puede demorar siglos. No se puede tapar el sol atacameño, que casi todos los días nos recuerda: quiénes somos y, sobre todo, hacia dónde vamos.
Este libro es otro paso de pasos que damos. Y otros tantos, que estamos dispuesto a dar. Esta generación se aproxima al camino, que se nos viene aclarando. Y que es el camino que nos heredaron nuestros padres tutelares. “Ningún egiptólogo ha visto a Ramsés. Ningún especialista de las guerras napoleónicas ha oído el cañón de Austerlitz”[11]. Por lo mismo, estos testimonios son legítimos e imprescindibles, para reconstruir el relato identitario del Norte Infinito.
Aprendamos del chañar. Árbol autóctono de Atacama que florece de sol y de abejas, aunque pareciera arisco. Es un fruto de oro: duro, dulce e intenso. Cuando madura en el desierto suele caer a la tierra. Cuando el abandono y el polvo le cubren puede este estar así varios años: bajo las dunas. Sin embargo, no pierde su dulzura y su propósito. Cuando tenemos hambre es el chañar mismo que nos despierta y nos convoca. Está siempre despertándonos, como ahora: con paciencia y entereza.
Pedro León Gallo y los cientos de hijos e hijas del Norte Infinito —que se ofrendaron en la Revolución Constituyente—, cosechan nuestro absoluto fervor y gratitud. No fue en vano. No fueron meros regionalistas; fueron patriotas, tal como lo señaló Gabriela Mistral[12].
[1] Vera Yanattiz, Abraham; Liceo Bicentenario Gregorio Cordovez; Volantines Ediciones, 2018.
[2] Domeyko, Ignacio; Tratado de ensayes; Liceo de La Serena, enero, 1844.
[3] Domeyko, Ignacio; Mis viajes (2 volúmenes, 2 tomos); Ediciones Universidad de Chile, 1978.
[4] Ver: Villalobos R., Sergio; Pedro León Gallo, Minería y política, pág.: 132; Edición Fundación Tierra Amarilla, 2009.
[5] Díaz, Francisco Javier; La guerra civil de 1859, Relación Histórica Militar; imprenta de la Fuerza Aérea de Chile, 1947, Stgo.
[6] Ver en este mismo libro, en el capítulo completo de las Memorias del general Del Canto.
[7] Arancibia Contreras, Ramón. Jefe del Estado Mayor de la División Libertadora del Norte. Autor del himno denominado: La Constituyente. Ver en: Batalla de Los Loros; recopilación de la SPPMG; Volantines Ediciones, 2019. Y, también, en: Figueroa, Pedro Pablo; Diccionario biográfico de Chile, tomo I, págs.: 92 y 93; Imprenta
[8] Ver: Villalobos R., Sergio; Pedro León Gallo, Minería y política, pág.: 144; Edición Fundación Tierra Amarilla, 2009.
[9] Conde de Cavour, Camillo Benso (1810—1861).
[10] Pérez Rosales, Vicente; Recuerdo del pasado (1814 – 1861); Editorial Andrés Bello, 1980.
[11] Bloch, Marc; Introducción a la historia, pág.: 42; Fondo de Cultura Ecónomica, 1952, México.
[12] Mistral, Gabriela; Chile, país de contrastes; Biblioteca Fundamental de Chile, Cámara Chilena de la Construcción, Pontificia Universidad Católica de Chile, Biblioteca Nacional, 2009.