Convertirse en cuidador principal de un ser querido es un acto de amor, pero también puede ser una gran carga. Muchas veces se piensa: “nadie lo hará como yo” o “solo yo sé cómo cuidarlo bien”. Aunque esa entrega nace desde el cariño, asumir todas las responsabilidades puede agotar física, mental y emocionalmente.
Con el tiempo, el cuidado se vuelve más exigente. Es común que el cuidador empiece a dejar de lado su alimentación, descanso y vida social. Aparece el llamado “síndrome del cuidador quemado”, con síntomas como cansancio extremo, estrés crónico e incluso depresión.
Por eso, es clave entender que pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de inteligencia. Delegar tareas, aunque sean pequeñas, permite recuperar energía, cuidar la salud propia y ofrecer un mejor cuidado en el tiempo.
Es necesario que el cuidador permita que otros se involucren. Quizás no lo hagan igual, pero eso también ayuda a la persona cuidada a adaptarse y no depender solo de una persona.
Se recomienda hablar con la familia. Expresar qué actividades puede realizar y en cuáles se necesita apoyo. Reconocer los propios límites, es el primer paso para cuidarse mejor.
Recordar mantener una rutina de sueño, comer bien, hidratarse y seguir los tratamientos si los tiene. Evitar el consumo de tabaco y alcohol como forma de lidiar con la ansiedad.
Solicitar al menos un momento a la semana para que el cuidador pueda distraerse, salir, compartir con otros, hacer una pausa, dormir una siesta. Eso reduce el estrés y mejora el bienestar.
El equipo de salud también lo puede orientar, entregar herramientas técnicas, escuchar vivencias y ayudar a seguir siendo un buen cuidador, sin descuidarse como persona.