Por: Paloma Fernández Valdés, concejala.
Alguien dijo que vivimos en un país de mentiras porque en Chile se privatizó hasta la verdad. Que por eso nuestros opinólogos ya no hablan de la verdad sino de “su” verdad.
“No mentirás”, nos enseñaron como el octavo de diez mandamientos. “La mentira tiene piernas cortas”, repetían severos nuestros profesores, antes de rubricar con un “es más fácil pillar a un mentiroso que a un ladrón” para asegurarse de que la lección fuera bien aprendida.
Pese a todo lo anterior, hoy la mentira parece ser uno de los elementos más vivos y movilizadores de la sociedad global en la que vivimos. Lo dicen las fake news (noticias falsas) que pueblan las redes sociales y la posverdad: neologismo referido a los esfuerzos desplegados para generar una opinión pública proclive a los intereses de distintos sectores ideológicos.
Sí, pese a nuestra educación familiar e instrucción escolar, pareciera que Joseph Goebbels (Ministro de propaganda de Adolf Hitler) hubiera triunfado individualmente en virtud de otra de las frases que se le atribuyen -“Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”-, y que ha impregnado el estilo, principalmente, de nuestra clase política.
Así es como la desinformación y la distorsión de la realidad ya no son exclusivas de cierto sector político de nuestra sociedad y no ocurren sólo a nivel nacional. Sin ir más lejos, el reciente caso del cierre de dos colegios de nuestra comuna es un ejemplo de ello, ya que fue la Corte de Apelaciones local la que debió pronunciarse respecto de las anomalías de sus sistemas de ventilación, dejando en evidencia un problema estructural postergado por años.
Aquí, la mentira parece haber sido esgrimida con el principal fin de que las personas no exijan responsabilidades a quien corresponde ni tampoco reclamen por sus derechos.