¿Por qué los niños pellizcan o muerden? Desregulación emocional o mala conducta

Es necesario comprender el origen de ciertas conductas físicas en la infancia o etapa preescolar como expresiones de necesidades emocionales que podrían estar no resueltas, más que como actos negativos que deben castigarse.

En el entorno preescolar, es común observar conductas como morder, pellizcar o empujar entre niños y niñas. Aunque estas acciones suelen considerarse como “mal comportamiento”, pero muchas veces pueden ser manifestaciones de una desregulación emocional, dificultades sensoriales o limitaciones para expresar sus necesidades verbalmente.

Durante la primera infancia, los niños están en pleno desarrollo de sus habilidades emocionales y comunicativas. En este contexto, la desregulación puede manifestarse cuando no logran procesar emociones como la frustración, el miedo o el enojo. “Un niño que muerde puede estar diciendo, sin palabras, ‘necesito espacio’ o ‘esto no me gusta’”, explica la académica de la Escuela de Terapia Ocupacional de la Universidad Andrés Bello, Andrea Mira. La falta de herramientas lingüísticas para comunicar necesidades básicas o establecer límites también puede derivar en estas conductas físicas.

Otro factor clave es la interacción con sus pares. Muchos niños aún no saben cómo compartir, esperar turnos o resolver conflictos. La experta destaca que “estas situaciones deben entenderse como oportunidades para educar, no para etiquetar negativamente”.

Trabajo conjunto entre familia y educadoras

La académica enfatiza la importancia de un enfoque colaborativo entre el hogar y el jardín infantil. Una comunicación constante y bidireccional permite identificar patrones de conducta, anticipar desencadenantes y evaluar avances. Además, plantea la necesidad de estrategias unificadas en ambos contextos como enseñar vocabulario emocional, ofrecer alternativas seguras para canalizar emociones, reforzar el lenguaje verbal y modelar respuestas positivas desde los adultos.

“Crear entornos seguros y predecibles también es esencial. Cuando los niños saben qué esperar, se sienten más tranquilos y pueden actuar con mayor autocontrol, ya que cada niño, además, requiere un acompañamiento individualizado que reconozca sus ritmos y necesidades específicas”, indica la docente.

Evitar el estigma, fomentar el desarrollo

Rotular a un niño como “problemático” o “agresivo” puede marcar negativamente su trayectoria. En cambio, abordarlo con empatía y orientación, fortalece sus habilidades regulatorias, mejora su convivencia con otros y favorece su aprendizaje. “La clave está en ver más allá de la conducta y acompañar el proceso emocional que la origina”, concluye.

Este enfoque integral y respetuoso permite construir comunidades educativas más inclusivas, donde cada niño tenga la oportunidad de desarrollarse plenamente, sin ser juzgado por lo que aún no ha aprendido a manejar.

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