En medio del desierto de Atacama, en la provincia de Huasco, un grupo de agricultoras ha encontrado en la agroecología un camino para reconectar con la tierra y recuperar prácticas que sus abuelos conocían bien: compostar, reutilizar, cultivar sin químicos y dar vida al suelo con lo que la propia naturaleza entrega.
“Cuando los pajaritos comen, uno vuelve por el cariño a su tierra”, dice María Arancibia, desde su huerto en la localidad de Las Marquesas, en la comuna de Alto del Carmen. Después de años lejos del valle, regresó en 2013 decidida a recuperar la herencia de sus padres. “Antes allí había un parrón de exportación trabajado con químicos que dejó el suelo en malas condiciones. Ahora estamos en un proceso de recuperación, y los resultados ya se pueden ver”, señala, dando cuenta de que poco a poco ha logrado transformar su huerto en un espacio fértil gracias a biopreparados, riego subterráneo y compostaje. Hoy, sus árboles frutales vuelven a dar vida y su experiencia inspira a otros agricultores de la zona.
“En mi huerto cultivo mangos, guayabas y distintos tipos de cítricos: limón dulce, limón sutil, limón ‘cara de vieja’, además de naranjas de jugo y naranjas Thompson. También tengo paltas Hass y criollas, pomelos y, en la parte alta, un pequeño bosque de Villaguay que levantamos aprovechando el talud de un estanque de riego”, cuenta. Esa diversidad convive con un trabajo permanente de recuperación de suelo y el uso de bandas florales para favorecer la biodiversidad.
El manejo sustentable también está presente en cada detalle. Arancibia explica que casi lo único que bota son plásticos, porque todo lo demás se reutiliza: en el estanque coloca mallas de cebolla con paja de trigo para evitar la formación de lama; los restos de pasto y rastrojos van a la compostera o se usan como mulch (una capa de material, orgánico o inorgánico, que se instala sobre la tierra para proteger las plantas y mejorar la calidad del suelo); las maderas viejas se convierten en bancales; y hasta los clavos o huesos de pollo se incorporan en los biopreparados y en el fuego para devolver minerales a la tierra.
Algo similar vive Marcela Ramos, en la localidad de Llanos de Lagarto. Hija y nieta de agricultores, quien decidió junto a su esposo continuar con la tradición familiar. “El suelo dejó de ser un simple sostén para la planta y pasó a ser un organismo vivo que debemos cuidar”, explica. En su parcela Santa Matilde, cultiva cítricos, frutillas y hortalizas bajo un manejo orgánico que ha cambiado su forma de ver la agricultura.
“Hemos aprendido a preparar abonos vivos para el suelo y bioestimulantes, incluyendo el uso de fermentados, además de crear áreas florales como cobijo y alimento para los polinizadores”, comenta. “La agroecología significa retomar las prácticas ancestrales, pero combinándolas con la tecnología actual. Descubrimos que, al aplicar tecnologías adecuadas, podemos acelerar procesos naturales de manera que las plantas aprovechen mejor los nutrientes, respetando los ciclos de la naturaleza”, se explaya.
Marcela señala que esta experiencia ha representado un cambio radical para ella y su familia,“pensamos diferente y actuamos diferente. Aunque estos dos años de transición hacia la agroecología nos han enseñado mucho, sabemos que aún queda un largo camino por recorrer”, y con orgullo, asegura que su meta es convertir su predio en una parcela demostrativa, un espacio abierto para compartir saberes y mostrar que producir alimentos sanos y sostenibles es posible.
Ese camino ha sido posible gracias al Programa de Transición a la Agricultura Sostenible (TAS), una iniciativa de INDAP y ejecutada por el Instituto de Investigaciones Agropecuarias INIA Intihuasi que entrega asesoría técnica, capacitaciones y financiamiento para que agricultores adopten prácticas sustentables en sus predios. El programa promueve la recuperación de suelos, el manejo agroecológico y la biodiversidad, fortaleciendo los sistemas productivos con un enfoque respetuoso del medio ambiente.
“El programa TAS generó un vínculo muy especial con los agricultores, donde se ha podido compartir saberes desde el campo a la academia, eliminando la verticalidad de los sistemas de transferencia habitual, hacia sistemas transversales de información”, resalta Constanza Jana, investigadora de INIA Intihuasi, quien lidera el proyecto.
Paola Torres González, directora regional de INDAP, dijo que «cuando comenzó el programa en 2023 vimos que era bien desafiante, sobre todo para provocar un cambio en la forma en que las y los agricultores familiares estaban haciendo agricultura, para convencerlos de los cambios, tanto para incorporar tecnología como para recuperar prácticas ancestrales, ya que estaba muy instalado que la agricultura sólo se desarrolla en forma convencional para que tenga buenos resultados. Pero ha sido satisfactorio ver que el avance ha sido considerable. Este grupo va a demostrar al resto de agricultores que se puede lograr una buena agricultura siendo un aporte al medioambiente y a la vez tener rentabilidad, además de recuperar prácticas ancestrales como nos pidió el Presidente Boric».
En este sentido, Arancibia reconoce que el apoyo del TAS marcó un punto de inflexión. “Si venía a diez kilómetros por hora, con el TAS subí a 110. El conocimiento y lo intenso que hemos trabajado es lo que permite ver resultados”, relata. Con el programa, instaló un sistema de riego subterráneo y aprendió a elaborar bioinsumos. “La mayoría de los preparados los inyecto vía riego y, según la necesidad, también de forma foliar. Eso me permitió mejorar mucho mis árboles y mi suelo”, añade.
A su vez, Ramos reflexiona, “Queremos ser un libro abierto. Acá no hay secretos, solo saberes y conocimientos que debemos transmitir para que la gente sepa cómo se producen los alimentos”, afirma.
Ambas historias se enlazan en una convicción común: la agricultura no solo alimenta cuerpos, sino también raíces y memorias. Volver a prácticas simples y cotidianas como reutilizar restos de cocina en compost, preparar fertilizantes naturales, atraer polinizadores con flores nativas, significa también volver a un modo de vida donde la naturaleza es la que dicta el ritmo.
“Se trata de cuidar la tierra, el aire y el agua para comer sano, y para esto se requiere constancia, no basta con hacerlo una vez”, advierte Arancibia. “No solo generamos frutas y verduras saludables, también generamos medicinas”, complementa Ramos.
En cada surco, estas agricultoras atestiguan que la agricultura puede ser algo más que producción: es una manera de volver a lo esencial, como lo hacían los abuelos, pero con las herramientas de hoy.
Para el secretario regional ministerial de Agricultura, Cristián Cortés Olivares, este programa ha sido un gran aporte a nuestra adaptación al cambio climático, puesto que “nos permite avanzar en la sustentabilidad de esta actividad productiva, y a una agroecología que facilita a nuestros usuarios adaptarse a este nuevo escenario”.
INIA, 61 años liderando el desarrollo agroalimentario sostenible de Chile.
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