El triunfo reciente de la nueva Miss Universo, Fátima Bosh, quien declaró vivir con TDAH y dislexia, ha abierto una conversación necesaria, destacando que la neurodivergencia no es un límite para alcanzar metas. Su logro, observado por millones de personas en el mundo, demuestra que las diferencias neurológicas no determinan el destino ni restringen la excelencia.
Es urgente cambiar la narrativa. Las personas neurodivergentes no están definidas por sus desafíos, sino por su resiliencia, creatividad y capacidad de logro. Lo que en un entorno poco inclusivo puede ser visto como una dificultad, en el ambiente adecuado se transforma en una fortaleza única.
La evidencia actual muestra que características propias de la neurodivergencia como el hiperfoco, la precisión, el pensamiento divergente o el procesamiento profundo, constituyen ventajas concretas en múltiples áreas tales como programación, investigación científica, emprendimiento, análisis complejo o artes. Sin embargo, muchas veces estas habilidades permanecen subvaloradas debido a la falta de comprensión y a una mirada centrada en el déficit.
Por eso, el desafío es colectivo. La inclusión real se construye cuando educadores, empleadores e instituciones dejan de evaluar a las personas por sus dificultades y comienzan a reconocer sus talentos. Adaptar los entornos, flexibilizar estrategias y promover la diversidad cognitiva no solo permite que cada persona despliegue su potencial, sino que enriquece a toda la sociedad.
El caso de Fátima Bosh nos recuerda que las diferencias no restan, sino que suman. La neurodivergencia no debe verse como una barrera, sino como una expresión natural de la diversidad humana. Cuando existe apoyo, comprensión y oportunidades, cualquier persona neurotípica o neurodivergente puede proponerse y conquistar cualquier meta.







