Un comerciante, Pablo Oporto, afirmó haber sido víctima de más de 100 asaltos y, como consecuencia, haber matado a 12 personas. Durante algún tiempo recorrió diversos medios de comunicación contando esta historia, sin que nadie se encargara de verificar la veracidad de estas afirmaciones, que en muchos casos incluso llegaron a ser celebradas. Esto hasta hace un par de semanas, cuando se aclaró que todo se trató de un elaborado engaño.
Más allá de la irresponsabilidad y gravedad inusual de la difusión de este hecho, lo realmente peligroso del caso Oporto es que no se trata de un suceso aislado, sino que es otro engranaje que ha ido configurando un auténtico “discurso de la inseguridad”, en el que poco o nada parece importar la verdadera realidad del delito en nuestro país, pero que ha calado profundamente en la ciudadanía.
Al mirar las cifras de delitos de mayor connotación social durante el primer semestre de este año, observamos una baja de -3,8% en los casos policiales, lo que sitúa los delitos en el nivel más bajo de la última década. Más importante aún, esta baja se ha producido casi en la totalidad del territorio nacional en temas como el robo a cajeros automáticos y la clonación de tarjetas, donde el trabajo coordinado de las policías e instituciones público-privadas muestras resultados favorables.
Sin embargo, a la par de enterarnos de estas noticias, periódicamente somos testigos de encuestas o estudios de connotados organismos privados que miden y enfatizan la inseguridad, a la vez que semana a semana nos encontramos con supuestas nuevas tendencias delictivas, basadas más en hechos aislados que situaciones frecuentes.
Se trata de un debate que muchas veces se esboza, pero que en pocas ocasiones tratamos con la suficiente seriedad y responsabilidad: el impacto que tienen los medios de comunicación y otras instituciones en la generación de inseguridad.
Al revisar los datos de cualquier encuesta, vemos que una de las principales fuentes por las que la ciudadanía se entera de información delictual son los medios de comunicación. Más revelador aún. En regiones con bajos niveles de victimización como Aysén y Magallanes, el porcentaje de personas que creen que serán víctimas de un delito es tan alto como en las regiones más victimizadas del país. Ejemplo de ello es en la comuna de Aysén, donde la consulta frecuente son los llamados “portonazos” aun cuando no existen registros de esa modalidad en la zona.
No pretendemos caer en el simplismo que significaría echarle la culpa a algunos noticieros o líneas editoriales por la sensación de la inseguridad de las personas, pero tampoco podemos dejar de lado el impacto que tienen los medios masivos a en cómo la población percibe a la sociedad.
La inseguridad y el delito son temas serios y que tienen un tremendo impacto en la calidad de vida de las personas. Por lo mismo, autoridades, instituciones y medios de comunicación, debemos ser en extremo responsables al tratarlos y evitar a toda costa exagerar artificialmente estos fenómenos en uno u otro sentido.
Situaciones como las acontecidas con Pablo Oporto deben ser un fuerte llamado de atención. El combate al delito es una tarea país, donde la exageración y, sobre todo, el oportunismo no tienen cabida.
Subsecretario de Prevención del Delito, Óscar Carrasco