Por
Sergio Godoy Galleguillos
En cuanto a fe y devoción piadosa, nuestros conquistadores, a pesar del simbolismo de la cruz y espada —martirio y muerte— creían fervientemente en Dios y Santa María. Ellos, a partir de La Conquista, trajeron a capellanes-soldados, con sus vírgenes protectoras, en las que creían ciegamente. Para los aragoneses no hay otra como la virgen del Pilar –la Pilarica—, los madrileños creen a pie juntilla en la de Atocha, los andaluces, en la Macarena, los catalanes en la enigmática Montserrat, pequeña virgen negra, que sería protectora de los ladrones. En Portugal es Nuestra Señora de Fátima; en México, la virgen de Guadalupe y en las pampas argentinas, la de Luján. Para el Ejército de Chile, la virgen del Carmen, que es su patrona, madre y protectora, además de vencedora de batallas.
No fue hasta el ingreso de los españoles por la quebrada Santa Gracia con la pequeña virgen, que traían, durante la fundación de La Serena, para que se instauraran humildes ermitas de oración. Luego, fueron capillas. Finalmente, las imponentes iglesias, que hoy conocemos, construidas en sillerías con anchos muros y contrafuertes en piedras labradas de las canteras de Peñuelas o Juan Soldado, que le otorgan el sello arquitectónico característico. Y dan sentido a la zona típica de la ¡ciudad de los campanarios!
Pero, la tradición del ritual a lo femenino, como figura fundamental al culto mariano está asociada a la adoración y fecundidad de la pachamama andina: celebración híbrida del sincretismo Hispano–indígena relacionado al ethos de la minería. Ejemplo: En el cerro Potosí —Bolivia— se curaba a la mina y se festejaba con sus diabladas y morenadas: características que hablan del bien o el mal. De La Tirana pasó a Chañarcillo con la virgen de la Candelaria y sus mineros y candelas a Copiapó. Y de allí a Andacollo, con la Virgen de la montaña de Coquimbo, con sus cofradías de bailes, danzantes, turbantes y promeseros,
En cuanto al niño en brazos, se cuenta que, fue siempre rechazada por la Iglesia y los gobiernos conservadores, porque constituye el reconocimiento a los miles de niños desheredados y huérfanos producto del analfabetismo y pobreza crónica, en los años duros de la historia, a pesar de que se convirtieran en heroicos guerreros vencedores de batallas.
En el decenio conservador del Presidente Manuel Montt —mediante la Constitución de 1933— se pretendió eliminar la heterogeneidad cultural popular en la región, léase Chinganas, Pampilla de Coquimbo, Fiesta de Andacollo, Festival de la Chaya, etc. Pero, las manifestaciones de religiosidad popular y devoción de fe, con sus cofradías de procesantes, danzantes y turbantes, canto religioso y poesía popular ya estaban instauradas en el imaginario social del pueblo mariano.
Mucho costó la aceptación de la Iglesia para que entrara el niño Dios de Sotaqui, en Almirante Latorre, en la participación de la mujer en bailes y templos, debido a la estructura patriarcal del clero. La religiosidad y devoción popular, como expresión de fe, permanecen intactas. Y tendrán su prueba de fuego este 16 de julio, con su Patrona, la Virgen del Carmen, debido a los cordones sanitarios impuestos a los fieles del norte, por los rigores de la pandemia.
Pero, sin duda, a pesar del tradicional rechazo de la iglesia, a los bailes chinos, que los mantuvo siempre en la antesala de los poderes eclesiásticos. No hay pueblo ni villorrio del norte; sean mineros, pescadores o pobladores, que no este bajo la advocación de una virgen o santo al que se venera —una o más veces— al año en el convivio tradicional del calendario mariano.
El éxito alcanzado por las cofradías de los chinos de Andacollo, desde que fuera encontrada la imagen en 1580 con sus cofradías de bailes marianos, marinos o morenos, danzantes o turbantes. En especial, el baile “collo” de Las Compañías y su pichinga tradicional, con sus vistosos trajes multicolores e instrumentos. Este pueblo promesero tiene el mérito de haber logrado ser reconocido por la UNESCO como tesoro vivo de la humanidad, por su notable aporte a la cultura folklórica y el patrimonio inmaterial del país. Logro absolutamente merecido por el mundo mariano en pleno.
Si hay que corregir, ojalá no ocurran errores tan lamentables como la destrucción de la Capilla Santa Ana, en las Compañías. Otrora, galpón Cultural: bastión de la resistencia antidictatorial. Hoy, incendiada, descascarada y desvalijada lentamente por delincuentes. Debió haber sido entregada a los genuinos tofinos devotos, a su debido tiempo.
Hoy, en tiempos tenebrosos y desesperanzadores, de crisis de fe y pobreza, el pueblo mariano o cristiano —conocedor de sus potencialidades y debilidades inherentes— guiado por la gracia del espíritu santo, hará sus necesarias reflexiones, y encontrará la paz necesaria a la luz del acontecer de nuestros días.